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miércoles, noviembre 29, 2023
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(ESPECIAL) «El Uribe que yo conozco»: Capítulo 18, por Alejandro Ordoñez Maldonado

IFMNOTICIAS.COM publica con autorización el capítulo 18 del libro «El Uribe que yo conozco», una obra de compilación de la senadora Paola Holguín y del representante Juan Espinal, en el que se presentan diferentes testimonios sobre la vida e historia del expresidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez.

Los 29 capítulos de esta obra fueron escritos por diferentes personalidades de la vida pública nacional e internacional que conocen al expresidente Uribe. En él, usted puede encontrar anécdotas, historias, relatos y episodios inéditos.

En esta entrega del libro «El Uribe que yo conozco», usted podrá leer el capítulo 18 titulado «El Uribe que todos conocemos», escrito por el exprocurador General de la Nación Alejandro Ordoñez Maldonado. A continuación, se transcribe el texto mencionado:

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EL URIBE QUE TODOS CONOCEMOS

Por: Alejandro Ordoñez Maldonado, Exprocurador General de la Nación.

Al presidente Álvaro Uribe lo conocí en el año 2004, cuando él desarrollaba su segundo año de Gobierno y yo fungía como presidente del Consejo de Estado. Nos reunieron dos factores, la muy afortunada renuncia de Eduardo Montealegre a la Corte Constitucional y el análisis de una problemática que no ha perdido vigencia: el riesgo que conlleva para el país el desequilibrio en dicho tribunal.

Recuerdo haberle dicho, acudiendo a un símil que 16 años después ha resultado dramáticamente cierto, que más riesgosa que la subversión armada era una Corte Constitucional eventualmente ideologizada y copada por un desafiante activismo judicial, con agendas ideológicas, políticas y culturales que, so pretexto de los fallos, terminara practicando una reingeniería a las instituciones, a las políticas públicas y a toda la sociedad, siendo escenario de imposiciones contrarias a nuestras tradiciones. Sobra precisar, para entender la dimensión de esta advertencia, que para esos días la guerrilla terrorista de las Farc era, en la práctica, uno de los tipos de cáncer más peligrosos de todos los que hacían metástasis en el país.

Y es que, en 2002, cuando Álvaro Uribe Vélez se convirtió en primer mandatario, Colombia era víctima recurrente y maniatada del narcotráfico, de la guerrilla, del terrorismo, de los paramilitares, del secuestro y de la extorsión, entre tantos otros males.

El nuevo presidente encontró 170.000 hectáreas de cultivos ilícitos, cerca de 3.000 colombianos secuestrados por años, “pescas milagrosas” como pan de cada día, ataques terroristas en las ciudades, masacres en las poblaciones rurales, una guerrilla de las Farc fortalecida por el negocio de las drogas y desbocada en optimismo criminal por sus sangrientos asaltos (incluyendo a una capital de departamento); así como cientos de municipios sin policía o alcaldes por la simple incapacidad de contrarrestar al enemigo común.

En esos días oscuros la inversión privada era quimera en una Colombia arrodillada ante la violencia y la legitimidad de la institucionalidad era una pieza de museo. Todo, consecuencia, de ese “Estado dialogante” del que tanto hablaba Álvaro Gómez Hurtado y que condenó a nuestra nación a más de 20 años de charlas y charlas con los violentos, a quienes se les justificó la barbarie con falaces y cómplices argumentos políticos, mientras se claudicaba en la elemental función de defender la vida, la honra y los bienes de los ciudadanos.

Bien lo resumió el inmolado líder el 27 de abril de 1995, apenas seis meses antes de ser asesinado, en discurso pronunciado ante el Centro de Estudios Colombianos: “Al orden público le hace falta lo conservador para que se pueda recuperar la soberanía sobre el territorio nacional y relegar ese alto comisionado para la paz que ejerce la degradante función inconstitucional de dialogar con los delincuentes cada vez que estos cometen un crimen”.

Y aunque de origen iberal, el Álvaro Uribe que conocí desde la institucionalidad representó en ese momento histórico mucho del talante conservador del que hablaba Gómez Hurtado. Su gestión durante ocho años significó autoridad, orden jurídico, honor y respaldo a las Fuerzas Militares y de Policía, la derrota militar del terrorismo narcoguerrillero, lucha frontal contra las drogas, el sometimiento de los paramilitares, la posibilidad de que los colombianos trabajadores, empresarios o visitantes pudieran regresar a los campos sin temor a desaparecer para siempre.

Ese gobierno puso fin a la nefasta costumbre de que los victimarios imponían las condiciones a toda una nación y las víctimas debían agradecer por su “generosidad” y “voluntad de paz”.

De Álvaro Uribe conocí una inagotable preocupación por los asuntos sociales y políticos del país. Ello nos hizo coincidir en 2016 para promover un “NO” mayúsculo y rotundo al acuerdo de impunidad firmado entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno de su sucesor.

Junto a él y muchos más promovimos y celebramos la victoria del plebiscito del 2 de octubre, pero también junto a él, es imperante reconocerlo, nos equivocamos al no diseñar una postura articulada de lo que debía hacerse con un triunfo electoral que parecía imposible. No esperábamos la victoria y por eso fallamos al aceptar una nueva versión de dicho acuerdo cuando el mandato del pueblo colombiano fue rechazar todo lo negociado en La Habana.

También fallamos al ignorar una tradición histórica de las democracias occidentales y no exigir la renuncia que el presidente Santos había ofrecido como consecuencia política si el pueblo colombiano le decía “NO” a esa claudicación ante el terrorismo que, al final de cuentas, graduó de congresistas y “defensores de derechos humanos” a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad.

Puedo concluir que el Álvaro Uribe que conozco, es el mismo que conocen y respetan millones de colombianos. Un líder que enfrentó a la delincuencia de manera vertical y cuando terminó su gobierno entregó un país con 130.000 hectáreas menos de cultivos ilícitos, 2.600 secuestros menos que los registrados en 2002 (durante 2010, su último año frente al Ejecutivo, apenas se presentaron 282 casos), organizaciones narcoguerrilleras diezmadas y con el repudio de la mayor parte de la ciudadanía, así como un paramilitarismo desmontado.

En 2010 Colombia había recuperado la cohesión social y la confianza inversionista, el crecimiento económico, sus instituciones democráticas se habían fortalecido y ello se vio reflejado en los comicios para elegir a su sucesor, cuando el electorado se decidió por la continuidad de sus políticas.

La traición que surgió después y sus lamentables consecuencias son de público padecimiento…

Y por eso concluyo este texto retomando su inicio, es decir, con esa charla de 2004 sobre las ideologías, que hoy parecen haber cooptado demasiados escenarios en la institucionalidad y en sectores políticos y sociales. Que colocaron nuevamente a Colombia en un teatro donde gana impulso la anarquía y donde líderes como Álvaro Uribe reciben fuego a discreción de quienes sueñan con quemarlo todo. Donde desde adentro, el mismo sistema debilita al Estado y la consigna es incendiarlo. Donde humillar al policía y al soldado es la tarea. Donde profanar las iglesias produce orgullo. Donde ciegos por su ambición, los enemigos de siempre pretenden de forma equivocada levantar una nueva estructura de las cenizas. ¡No podemos permitirlo!

En fin, el Álvaro Uribe que conocemos continúa dando sus batallas en esta compleja actualidad. Los aciertos y errores de una vida pública llena de retos y buenos ejemplos no han minado sus principios y esa es la base de su legado. El inagotable agradecimiento del pueblo colombiano por su labor da cuenta de ello.

Fin del capítulo.

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