Por Juan Nicolás Gaviria
Tremenda diferencia la que supone lo uno y lo otro. Por supuesto, desde el punto de vista gramatical vemos la diferencia; por un lado, hablamos de un adjetivo, por el otro de un verbo. Pero la diferencia es mucho más profunda, ambigua y con implicaciones muy complejas.
Veamos como. Ser político resulta relativamente fácil, basta con decirlo, o participar en un proceso de elección popular, y como hoy día la capacidad de pago del candidato a político puede influenciar el resultado, pues aún más fácil. Pero eso no quiere decir que sepa como hacer política.
El político no necesariamente entiende del orden del estado, de la lógica administrativa y mucho menos entiende de legislación o normativa, él simplemente ve lo que quiere ver y busca lo que a él le beneficia, pues como ahora es muy importante y “representa” a un segmento de la población entonces tienen acceso al escenario donde se toman decisiones, se maneja el presupuesto y se reparten las cuotas.
Pero ahí no termina la cosa. El político parte de un principio fundamental a la hora de actuar e intervenir, este busca que su narrativa sea comprensible, digerible y popular. Sin embargo, esa narrativa irrestrictamente resulta falaz y vaga, comprometida con incoherencias y fallas lógicas. Pero como el ciudadano no está prestando atención poco importa.
Es por lo anterior que, el político se levanta y se acuesta pensando en sus intereses, en su capital político, su patrimonio económico, su bienestar, su estrategia, su imagen, su cuenta bancaria. Por supuesto, en el transcurso del día piensa en sus votantes y sus necesidades, pero la lógica de su actuar siempre estará enraizada a su ego y beneficio. En resumen, el político no sirve para servir a otros, él solo se sabe servir a sí mismo.
Ahora bien, hacer política. Esto supone una lógica completamente diferente, pues partiendo de un principio fundamental, para hacer política no se requiere resultar electo en ningún cargo. Así es, para hacer política no tenemos que hacer proselitismo electoral, o proselitismo partidista, nada de eso, con el simple y básico sentido de servir a otros sin esperar nada a cambio basta.
El que hace política busca la forma y encuentra el medio, pues su impulso no lo motiva su lucro, su influjo lo genera la necesidad de generar dinámicas positivas para su entorno. Es que hacer política no es sentarse en una curul, o ponerse una banda y hacer un juramento.
Hacer política radica en tratar de entender que está mal, como se puede solucionar y buscar la forma de hacerlo. Algunos dirán que eso no se puede, que un ciudadano nunca logrará una verdadera solución, etc. A estas personas les diría que se equivocan y que ven las cosas de forma facilista.
Ejemplos hemos visto a lo largo de la historia, algunos con tintes revolucionarios, otros con clara estructura cívica, otros tantos enmarcados en la protección de segmentos de la sociedad; con ello se han conformado movimientos, fundaciones, gremios, sindicatos, etc. Todos ellos logrando algún grado de representatividad y capacidad de acción en beneficio de la sociedad.
También, nuestro país al ser un Estado democrático nos entrega a los ciudadanos herramientas para hacer y participar políticamente como, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato. Herramientas que, si bien no son de fácil uso, existen y en efecto son usadas con frecuencia.
En conclusión, hacer política y ser político no puede ser lo mismo, mucho menos desde la óptica del elector, quien debe ser juicioso y critico de esa diferencia.
Por eso, y en vísperas a un calendario electoral que se advierte desde ahora convulso, tenga en cuenta que, nuestra democracia está en peligro; que el populismo rampante se encuentra a la vuelta de Instagram y Facebook, pero sobre todo, que como ciudadanos debemos buscar políticos que sepan y quieran hacer política.
