Montar empresa no es un acto fortuito. Es una apuesta valiente, de largo aliento, cargada de incertidumbre. Desde el momento mismo de su creación, toda empresa nace con vocación productiva, pero también con una dosis inevitable de riesgo. Quien emprende , y más aún, quien sostiene empresa durante décadas, asume que este camino no solo exige visión y estrategia, sino también fortaleza para adaptarse, resistir y, en algunos casos, cerrar con dignidad.
La noticia de la liquidación judicial de Everfit S.A. ha generado una mezcla de nostalgia y reflexión. Para muchos, se trata de una marca que evoca tradición, calidad y arraigo en la industria textil colombiana. Pero detrás de cada marca hay una estructura empresarial compleja, sometida a las fuerzas del mercado, a la evolución de los hábitos de consumo, a las condiciones laborales, tributarias y jurídicas de un país como Colombia, donde hacer empresa es a veces una hazaña.
Everfit no fue ajena a los desafíos del entorno.
El sector textil nacional ha tenido una historia marcada por ciclos de auge y de profunda crisis. Competencia desleal, contrabando, apertura comercial mal administrada, volatilidad en los insumos, cambio en los canales de distribución y, más recientemente, rigideces laborales han afectado gravemente la rentabilidad de muchas compañías. A esto se suma una creciente tendencia al proteccionismo laboral excesivo, donde el costo de tener pasivos pensionales se ha convertido, para muchas empresas, en una verdadera lápida financiera.
Everfit intentó salvarse. Inició procesos de reorganización empresarial, buscando mecanismos para reestructurar sus deudas y ganar oxígeno. Pero no siempre es posible. Hay veces en que los números no cuadran, el entorno no mejora, y las decisiones responsables no pueden postergarse más. La Superintendencia de Sociedades, en el auto de admisión del proceso de liquidación judicial, identificó que los pasivos de Everfit superaban ampliamente su capacidad de pago. En ese momento, la pregunta no era si la empresa podía continuar, sino si tenía sentido continuar destruyendo valor. Porque sí, cada mes que una empresa insolvente permanece viva sin viabilidad, es un mes que erosiona lo poco que queda para pagarles a quienes le creyeron: empleados, proveedores, bancos, aliados estratégicos.
La liquidación judicial no es una derrota. Es una decisión de valor. Es reconocer que, en ciertas circunstancias, repartir ordenadamente el activo entre los acreedores, siguiendo la prelación que dicta la ley, es más justo y eficiente que prolongar la agonía de una organización. Ahora, la tarea está en manos del liquidador que será designado por la Superintendencia, quien asumirá la administración de los bienes de la masa, con la responsabilidad de maximizar el valor de los activos y distribuirlo de manera equitativa entre los acreedores.
Everfit se suma así a la lista de empresas emblemáticas que, a pesar del esfuerzo y la tradición, deben cerrar su ciclo. Pero eso no anula su legado. La historia empresarial de Antioquia , y de Colombia, está tejida por personas que se atrevieron a crear, a innovar, a emplear, a exportar, a resistir. A todos ellos les debemos respeto, gratitud y memoria.
Porque montar empresa en Colombia sigue siendo un acto heroico. Porque cada fábrica, cada oficina, cada taller es una apuesta por el país. Y porque aunque Everfit esté cerrando su capítulo, Antioquia tiene todavía muchos libros por escribir sobre su empuje empresarial.
Hoy más que nunca, honremos a esos pioneros emprendiendo con dignidad. Que no nos asuste el riesgo, ni nos paralice la incertidumbre. Que entendamos que liquidar también es parte del ciclo empresarial. Y que cada final responsable, como el de Everfit, puede sembrar la semilla de un nuevo comienzo.