Por: Óscar Jairo González Hernández
Saludos, querido Óscar: Cada vez que publicas algo sobre la inquietante y sorprendente obra de Sergio, algo en mi memoria se dispara en la remembranza de un tiempo que yace en el ayer, la historia que ha devorado el devenir siempre presente; pero de forma mágica adquiere de nuevo acción y movimiento.
Para mí es algo inevitable, esa vibración en su intensidad, en su narrativa, ya que todo describe y narra en medio del inevitable giro de la gran Rueca, aquella que nos reencuentra, Ouroboros implacable y lúcido que nos otorga en simultánea tanto el regocijo como la enorme tristeza, además del devastador sentimiento de una invaluable ausencia… La del gran amigo y compañero de ideas y caminos, siempre recordado Sergio.
Algo que me hizo gestionar la entrega a tus manos, las obras que estaban en mi poder, las cuales admiro y recuerdo con gran aprecio y cariño. Las circunstancias y anécdotas que marcan su proceso fueron siempre insospechadas, cargadas de ese azar milagroso en el que siempre confiaba desde su solar presencia como artista.
«LAURA» por ejemplo, es la profunda sensación de vacío, de intrascendencia, de soledad decadente y miserable desde la hondura existencial; por aquella época, Sergio y yo asistíamos a unas magistrales conferencias del maestro cinéfilo Luis Alberto Álvarez, en el Instituto Goethe Colombo Alemán. Inexistente hoy.
En aquella oportunidad vimos la proyección de la película del director alemán Rainer Werner Fassbinder “Las amargas lágrimas de Petra Von Kant”, la impresión duró algún tiempo hasta que pudo exorcizar todo ese horror y náusea existencial a través de su propia versión, Surgió de repente su » Laura» cargada de existencialismo y náusea que apenas se soporta. ¡¡¡Maravillosa obra!!! Óleo de una delicada aplicación, tan sensible como su atmósfera, esa coloratura que se define en círculo, anunciando la insospechada fatalidad… No es la «Femme Fatale», es la encarnación del padecimiento, ese inamovible que se hace inapelable.
Sergio… Un ser absolutamente solar, con una asombrada visión del futuro; así lo expresó en las páginas de su “Diario”, donde es un ser trascendido de luz y claridad, pero también su pensamiento se dirige a menudo hacia esa zona oscura y densa, aquella que nos colma siempre de ese temido «horror vacui», algo que él definía como «la estancia negra», término que definía una vida miserable y carente del fasto existencial; de ahí esos fondos negros de algunas de sus obras, en especial de sus collages cargados de una insondable profundidad que se rescata en colores vibrantes que reivindican la vida.
Te cuento con profundo dolor que pude verlo en su última noche de vida; fue algo totalmente accidental, Lo vi cruzar el Parque Obrero en el barrio Boston; lo pude ver absorto, ausente e inexorable, como quien debe acudir a una cita inaplazable.
Estábamos sentados en la base de la escultura del obrero mi amada de aquel entonces y yo, Sergio pasó a unos tres metros, llevando su mochila y posiblemente una pintura bajo el brazo; seguramente venía de ofrecerle la obra a nuestro compañero de bachillerato Luis Carlos Vargas, quien vivía en el marco del parque con su mujer María Cecilia, Creo que ellos deben tener una muy interesante pinacoteca de la obra de Sergio…
¡¡¡Lo llamé por su nombre tres veces y no me escuchó!!! Hasta mi compañera me dijo: «No te quiere escuchar, no te ha visto o está sordo»; lo seguí con la mirada hasta que se perdió por la calle verde. Al día siguiente la terrible noticia… Iba decidido, firme, de seguro, con algo de dinero en sus bolsillos.
Recuerdo imborrable, cargado de aquella incertidumbre, de todo lo que es póstumo… Siempre estamos sucediendo por última vez… «Nadie escapa a su destino» como lo afirma Jean Baudrillard en su obra «De la seducción» en la narrativa de «La muerte en Samarkanda”. Era simplemente el destino definiendo los caminos de forma implacable…
Guillermo Crespo


Querido Óscar: Son 35 años de la sublimación suprema de Sergio, alcanzada mientras dejaba su existencia temporal, arrebatada por el depredador que personificó las estructuras culturales sacudidas y cuestionadas por su arte, que era su vida irreverente y desprendida de los convencionalismos imperantes.
Tu brillante labor intelectual ha preservado su obra para riqueza de nuestro escenario cultural. He disfrutado leyendo las publicaciones que me has compartido en este aniversario de Sergio. Lo llevo siempre en mi corazón y en mis plegarias al Hacedor para que Sergio perdure siempre en la obra maestra de la creación universal.
No ser tangible es haber dejado atrás las dimensiones sensibles y temporales para llegar a las dimensiones que nos vislumbra el arte y la poesía.
Víctor Jaramillo
Hola, querido Óscar, gracias por compartir Memorias de tu querido hermano Sergio, y aquí te anexo lo que puedo vislumbrar a través de sus palabras.
El arte, entonces, ¿qué sería? Si no este pacto de fuego con lo irreconocible, Este poema a media luz donde nos hablamos sin decirnos, Este rito sin altar donde la vida se torna visión, Visión desnuda, Visión cruel, Visión de la necesidad como decía Daumal en su éxtasis mineral.
La obra de Sergio es una herida grabada en la noche, Un trazo blanco en el negro de la existencia, Una cartografía para ciegos que aman sin remedio. Yo me he dicho en su obra.
Él se ha dicho. Nos hemos dicho Y entonces entendí: ¡El arte no es consuelo! No es consuelo. Es una puñalada ritual para abrirle la garganta a la vida. Es la cita con la necesidad. La necesidad de ver, de devorar, de desaparecer.
René Daumal me lo había dicho en sueños, Pero yo no entendí. Romain Rolland lo escribió con tinta de ceniza: “Rimbaud fue un vidente.” ¡Y también Sergio! ¡Y también yo, si me atrevo! * “¡Ve! ¡Contempla! ¡No digas!” —decía una voz con dientes de obsidiana. La melancolía —no esa de los poetas de salón— sino la otra, la que Durero dibujó cuando ya no creía en la eternidad, La que me arañaba los tobillos mientras yo reía como un idiota. En medio del mediodía de los dioses oscuros. La médium abre los brazos. No hay lengua. Hay luz que supura. Hay piel que canta en el silencio. El ojo arde. El ojo ve. El ojo se clausura sobre sí mismo.
Ben Hur Carmona
Querido Óscar, gracias por este profundo y bello homenaje a tu hermano Sergio. Me gustó mucho leer sus palabras y las de los críticos y amigos que comentan su obra y su paso breve pero significativo por este mundo.
¡Y esos collages! Qué gran talento, no solo en su realización, sino en sus reflexiones. Ya veo que ese espíritu artístico tan acendrado no se expresó únicamente en el profesor, escritor y gestor cultural, sino que está extendido en la familia González.
Para mí esta publicación ha significado descubrir a un personaje singular y admirable, tantos años después de su temprana partida. Un gran abrazo, Cristina.
Cristina Arenas




