jueves, marzo 28, 2024
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¿Otro Día de la Independencia?

Por Saúl Hernández Bolívar

Este 20 de julio podría cambiar la Historia de Colombia si las autoridades incumplen la obligación constitucional de mantener el orden público en todo el territorio nacional.

A los que ya nos estamos poniendo viejos, nos contaban de niños en los colegios las cosas que pasaron aquel 20 de julio de 1810, un importante mojón de nuestra Historia; ese saber que se ha despreciado y que por años fue desterrado del pénsum académico, por lo que estos delincuentes de la ‘primera línea’ no deben tener ni la menor idea de lo que pasó.

Desde entonces, ha corrido mucha agua bajo el puente y siempre ha estado claro que lo de ese día fue más bien un pretexto, una falsa indignación surgida por la egoísta negativa de prestar un florero que a ninguno interesaba, al igual que aquella reforma tributaria que nadie se había leído fue una excusa infantiloide para echarle candela al país.

No obstante, el criterio de la libre determinación de los pueblos fue lo que en ese entonces primó. Pasaron siglos antes de que se hiciera inaceptable el ser gobernados —bien o mal— por un monarca que vivía a un océano de distancia y al que solo se le conocía por la efigie acuñada en las monedas o por inciertos retratos que las familias más pudientes cargaban entre sus bártulos desde las Europas.

Ni siquiera les bastó, a privilegiados como Bolívar —el Libertador, no el bandido ese que está en el Senado—, el haber visto la cara del Rey de cuerpo presente, pues los edictos y las noticias llegadas de ultramar olían a rancio, como un pescado abandonado en un barril las tres semanas que un barco se tardaba de Cádiz a Cartagena de Indias, y eso sin incluir las semanas que a esos documentos les faltaba para llegar a Santafé. Eran otros tiempos…

Ahora, no hay duda de que a la manida frase de Santayana, «Pueblo que no conoce su Historia está condenado a repetirla», habría que agregarle: «…que no conoce su Historia ni la de otros…», porque resulta que ya no nos sirve la autodeterminación que conseguimos, con todos sus altibajos, sino que nos queremos arrojar en los despóticos brazos del comunismo, a pesar de que todo nos llega ahora a la velocidad no de un barco sino de un click. Y si, como en la ronda infantil, hubiera que terminar la frase «De La Habana viene un barco cargado de…», habría que tener en cuenta que de Cuba ya no vienen barcos porque allá, como resultado de la revolución, no se produce nada; pero si acaso llegase solo podría contener un contrabando de armas —como el que fue interceptado en Panamá, en 2013, con 25 contenedores bien surtidos— o meras excreciones e inmundicias porque «el comunismo es una mierda», como muy oportunamente nos lo acaba de recordar Juanes, el que en 2009 creyera que podía cambiar las cosas con un concierto en la Plaza de la Revolución.

¿Acaso no ve, esta minoría de criminales, la realidad de Cuba, Corea del Norte o Venezuela? ¿Acaso no conocemos la historia de los pueblos que han sucumbido al comunismo? ¿Estamos condenados a repetir su historia? Como no todos estos rufianes son idiotas cuyos cerebros han sido consumidos por las drogas, habría que deducir que lo que buscan, en el fondo, no es más que un cambio de élites, que fue lo que buscaban también los movimientos emancipadores del siglo 19. Con la sutil diferencia de que, en aquel entonces, se imponía un espíritu que propendía por las libertades, la sustancia de la que nos hemos alimentado por 200 años, que es lo que ahora nos quieren quitar.

Y cuenta la Historia que luego del Grito de Independencia vino la Patria Boba, un periodo de desunión plagado de disputas intestinas que le dieron a España la oportunidad de reconquistar el territorio perdido, aunque no les durase mucho. La Colombia de hoy parece ser otra vez una Patria Boba, amenazada en su estabilidad por una horda de encapuchados mal armados pero tremendamente violentos, a los que se les ha permitido arrasar, devastar y asolar a su antojo bajo la falsa consideración de que se trata del ejercicio del «legítimo derecho a la protesta pacífica», aunque de «pacífica» no tenga nada.

Avezados comentaristas han reseñado ya que «Guerra avisada no mata solado», y aunque sea difícil de creer hemos llegado al extremo de que este 20 de julio podría darse la madre de las batallas, y cambiar de nuevo la Historia de Colombia, si las autoridades vuelven a incumplir la obligación constitucional de mantener el orden público en todo el territorio nacional. Ojalá superemos esta etapa de ingenuidad, candor y mentecatez, y no nos sentemos a esperar que la revolución cubana se derrumbe para no perder nuestra libertad. Eso podría tardar otros 60 años.

@SaulHernandezB

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