martes, julio 8, 2025
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(OPINIÓN) Política y fe. Por: Diego Arango O

Considero de gran importancia introducir el espíritu de Dios en la política, esto significa tomar a Jesús y el evangelio como modelo de acción política, pues se entiende como política las normas de conducta que construyen y rigen a una sociedad, por lo tanto, aquellos que se interesan en esta actividad, deben asimilar la vida de Cristo y su obra, poniéndola como fin de sus actos a beneficio de los demás.

El político no puede ver las desigualdades y necesidades de los menesterosos y pasar por alto esa realidad de la vida. No es solamente con dinero ni limosnas que se resuelve ese problema en la sociedad, es con compromiso y acción. De ahí que el político está llamado a trabajar por el servicio del bien común, no solamente por sus partidarios o electores, es por todo el conjunto del país, sin distinguir al rico del pobre, a todos se les debe favorecer conforme a las normas que se construyan y apliquen. El político no puede abstraerse ni separarse de la justicia, debe reconocer los derechos de la ciudadanía en el marco de la sociedad conforme a sus estructuras e instituciones.

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Ahora bien, quiero tocar la participación del fiel laico en la actividad política, pues existe la creencia de que no se debe mezclar la religión con la política y en eso hay razón, pero entendiéndose de esta manera: Jesús era acción, él hacía lo que consideraba hacer, respetaba el campo de los demás, pero vivía su mensaje, construía y daba esperanza, buscaba el bien de toda la humanidad, por eso entregó su vida, pero también respetaba las instancias, como lo expresó: «Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios». (Mateo 22:21)

De esta manera entendemos las necesidades de los pobres y abrimos el corazón de los ricos, es la mejor manera de unir a una sociedad desigual, de repartir el tributo de forma justa y equitativa entre los asociados, de erradicar el hambre y la ignorancia de mucha gente, es la mejor manera de tener una sociedad igualitaria y unida por medio de la cultura, la educación, el trabajo y el desarrollo armónico.

San Juan Pablo II, en su encíclica Chritifidelis Laici nos exhorta a animar cristianamente el orden temporal, es decir todo aquello que toca la vida del aquí y del ahora, invitando a los laicos a servir a la persona y sociedad, nos dice textualmente: “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común.”Por tal razón el político si es cristiano como una inmensa mayoría, no debe abstraerse de esta condición y actuar cristianamente.

Jesús era acción, él hacía lo que debía hacer, respetaba el campo de los demás, pero vivía en su mensaje, construía y generaba esperanza; entonces, ¿por qué la política se ha convertido en mezquindades, oportunismo, envidias, intrigas y muchos otros defectos humanos, que lejos de engrandecer a las sociedades lo que hacen es sembrarles desunión y egoísmos?

De ahí, que aquellos políticos, atraídos por la grandeza y codicia, utilizan la política para su propio beneficio, creando un sentimiento de duda en quienes han depositado su confianza en ellos y produciendo un rápido tránsito hacia el escepticismo. Por eso también decía el Santo Papa: “que esta característica no justifica la ausencia de participación en la política”, es decir, los hechos que acusan de arribismo, la idolatría del poder y dinero, como el egoísmo y corrupción, no deben alejar al cristiano de su responsabilidad política.

Hay que entender las necesidades de los pobres y abrir el corazón de los ricos, es la mejor manera de unir a una sociedad desigual, de repartir el tributo de forma justa y equitativa entre los asociados, de erradicar el hambre y la ignorancia de mucha gente, es la mejor manera de tener una sociedad igualitaria y unida por medio de la cultura, la educación, el trabajo y el desarrollo armónico.

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