La afición del Real vivió una semana para el olvido en su propio feudo. El pasado miércoles, el equipo local saboreó una efímera victoria 1-0 frente a Patriotas, la cual se desvaneció estrepitosamente hasta culminar en una derrota 3-1. El sinsabor de aquel encuentro aún resonaba cuando, nuevamente ante su público, el Real parecía encaminarse hacia la redención al dominar 2-1 a Jaguares de Córdoba. Sin embargo, un cruel giro del destino se manifestó en los minutos finales, cuando dos goles consecutivos de la visita sellaron un doloroso 2-3 en el marcador.
La frustración acumulada durante la semana, sumada a la agonizante manera en que se esfumó la victoria frente a Jaguares, desató la furia de los seguidores del Real. Al minuto 88, la indignación colectiva trascendió los límites de la tribuna. Cientos de hinchas irrumpieron en el terreno de juego, protagonizando una invasión repudiable con el objetivo de agredir a jugadores y miembros del cuerpo técnico del equipo local. Este acto de violencia, impropio de cualquier escenario deportivo, empañó por completo la jornada futbolística.
La escena posterior a la invasión fue caótica y peligrosa. Los jugadores del Real, atónitos y temerosos, buscaron refugio en los vestuarios como pudieron, mientras la seguridad intentaba contener la avalancha de aficionados enfurecidos. Ante la imposibilidad de restablecer el orden y garantizar la integridad de los presentes, el árbitro principal no tuvo otra opción más que decretar la finalización anticipada del encuentro.
Este lamentable episodio no solo deja una profunda herida en la imagen del club y del fútbol local, sino que también plantea serias interrogantes sobre la seguridad en los estadios y la necesidad de promover la tolerancia y el respeto entre los aficionados. La violencia nunca será el camino para expresar la decepción deportiva, y es fundamental que se tomen medidas contundentes para evitar que este tipo de incidentes se repitan en el futuro.
