A Álvaro Uribe no lo juzgan por lo que hizo mal. Lo persiguen por lo que hizo bien. Lo atacan porque derrotó al terrorismo, porque devolvió la autoridad, porque salvó a Colombia del abismo. Y como no pudieron vencerlo en las urnas ni con argumentos, buscan hundirlo con un montaje judicial.
Yo sí le creo a Uribe. No por fe ciega, sino por convicción. Porque lo conozco. He trabajado a su lado durante años. He recorrido el país con él, vereda a vereda, plaza a plaza. He sido testigo no solo de su profundo amor por Colombia, sino de su entrega, su sacrificio y, sobre todo, de su honestidad y siempre correcto proceder.
Sé quién es. Sé cómo actúa. Y también sé cómo se ha construido esta infamia: con interceptaciones ilegales, testigos manipulados, versiones contradictorias y un relato judicial que se derrumba con cada audiencia.
Uno de los testigos clave reconoció que fue el senador Iván Cepeda la supuesta víctima del caso quien presuntamente le ofreció beneficios para declarar en contra de Uribe. Y no fue uno: fueron varios los que denunciaron esa manipulación. Pero a una parte de la justicia no pareció importarle. El único objetivo es cambiar los roles: que el denunciante se vuelva acusado y el acusador salga impune.
A Uribe lo señalan sin pruebas, lo persiguen con medios y fiscales parcializados, y lo han convertido en símbolo de una venganza política que avergüenza al Estado de derecho.
No buscan justicia. Buscan revancha. Y, aun así, él da la cara. Sin fueros, sin privilegios. Con la frente en alto.
Uribe es inocente. Y esperamos que así lo reconozca la juez, quien no ha podido ver en este proceso otra cosa que el absurdo montaje fabricado para destruirlo.
La historia no va a absolver a los que orquestaron esta persecución. La historia va a recordar que el expresidente Uribe fue víctima de un burdo montaje, y que muchos guardaron silencio por cálculo o por cobardía. Pero yo no.
Yo sí le creo a Álvaro Uribe. Porque defender su nombre es también defender la verdad, la justicia y a Colombia.