Usted, yo, su vecino. Todos hemos escuchado esa misma historia, tal vez incluso la hemos protagonizado. Ya no hablamos del metro ni de los problemas de movilidad; la queja que retumba en cada café de El Poblado a Manrique es el costo de vida inasumible en Medellín. La ciudad se convirtió en la “Ciudad de la Eterna Carestía”, y esto tiene consecuencias devastadoras que van más allá del bolsillo.
Pensemos en María y José. Terminaron su relación hace seis meses. El amor se acabó, pero el contrato de arrendamiento no. Por no poder permitirse el lujo de pagar dos arriendos por separado y mantener una vida «digna», siguen compartiendo el apartamento de El Velódromo. El duelo de la separación se comparte en metros cuadrados, ¿Se imagina el nivel de estrés y ansiedad? La intimidad de la tristeza está rota. Están atrapados en una convivencia forzada, esclavizados por el precio del estatus.
Esta realidad no es un capricho. El Banco de la República lo confirmó: Medellín es la ciudad más costosa para arrendar vivienda en Colombia (2008-2024). Las cifras son crueles y totalmente identificables para cualquiera que haya buscado arriendo.
Si usted quiere, como muchos jóvenes o adultos, independizarse y vivir solo en un apartaestudio modesto (estrato 3 o 4), la matemática es aterradora: entre arriendo, servicios, internet y una alimentación básica, necesitará al menos $3 millones de pesos. Si a duras penas gana eso, ¿qué le queda para el transporte, la salud o, peor, la educación?
Es una apuesta donde el sueño de la independencia amenaza con sepultar sus necesidades vitales. Mire la diferencia: si se muda a Bello, un municipio vecino, el costo total baja a $2.3 millones. $700.000 pesos de diferencia solo por cruzar un límite administrativo. Por eso, en los barrios populares, la presión es una bomba de tiempo: allí la gente no se muda a Bello, sino que se amontona. Hogares de 4 a 8 personas o varias familias enteras en un solo espacio, creando una «vecindad moderna» que no es pintoresca, sino una señal de la profunda precarización habitacional.
La inflación refuerza la alarma y nos recuerda que cada día todo es más caro: la Educación subió un 7,11%, la Salud un 5,48% y, sí, incluso la comida y la bebida están por encima del 5%. La inflación acumulada en Medellín fue de 4,38% a septiembre, superando el promedio nacional. La carestía es real, sistemática y nos golpea en lo más básico.
Aquí viene la gran paradoja que nos confunde a todos: si todo es tan caro, ¿por qué los restaurantes de moda están llenos, las discotecas rebozan y los centros comerciales son un hormiguero de gasto? ¿Estamos sacrificando el ahorro y la salud financiera futura por mantener la «experiencia» de vivir en Medellín? ¿Es la presión social por la imagen lo que nos lleva a gastar lo que no tenemos, solo para pretender que la carestía no nos ha golpeado?
Esta presión económica es un detonante social innegable. Cuando el estrés financiero se agudiza y no hay una salida habitacional digna, aumenta la violencia intrafamiliar. El alto costo de vida está generando un desplazamiento forzado interno silencioso, obligando a los ciudadanos a abandonar sus barrios de toda la vida. La alta demanda lleva a una ocupación insostenible de zonas con mala infraestructura. La administración de Medellín no puede ver esto solo como un problema de mercado. Es un problema de sostenibilidad urbana y dignidad humana.
Por ello, es imperativo un llamado de atención a la administración actual. La Alcaldía debe actuar ya y con carácter social. No con promesas, sino con políticas audaces. Esto implica fomentar la construcción real de vivienda de interés social (VIS y VIP) en zonas bien conectadas, no solo en la periferia. Significa implementar subsidios de arrendamiento dirigidos a poblaciones vulnerables, focalizados por comunas. También urge regular y auditar los incrementos en los precios de servicios públicos y transporte, que son cruciales, e incentivar la descentralización económica hacia el área metropolitana para equilibrar la demanda.
Si no lo hacemos, el riesgo es claro: Medellín se convertirá en una ciudad solo para élites y turistas. Nosotros, los que nacimos o elegimos vivir aquí, seremos esclavos del alto costo, obligados a sacrificar nuestra salud mental, nuestro bienestar y hasta nuestros lazos afectivos por el simple, y cada vez más caro, derecho a un techo. La sostenibilidad de Medellín está en la calidad de vida de sus habitantes, no solo en la belleza de sus lugares turísticos, hablemos también de la angustia que nos cuesta respirar aquí.