Nada estuvo más equivocado que el título de la gran película de Víctor Gaviria: Rodrigo D No Futuro. 35 años después, si Rodrigo regresara al barrio de la película, su papá, que compraba cortes de carne para revender y que nunca tenía nevera para guardarlos, sería el potentado dueño de una carnicería tan exitosa, que tendría sedes en diferentes barrios de la comuna, llevando carne a domicilio.
Con la foto de Rodrigo y su familia en el logo de todas las carnicerías y con las motos de los domicilios, todas negras, del mismo cilindraje, que el papá de Rodrigo haría lavar, sin excepción, todas las tardes. La hermana de Rodrigo, que lo regañaba porque le pisaba el piso recién trapeado, sería la exitosa emprendedora, dueña de varios salones de uñas, con sillas importadas y masajes gratis para las clientas fieles. Y en un lado de los locales, tendría una corresponsalía de Banco.
Para recibir consignaciones de dinero legal e ilegal, que se ve igual, y para entregar efectivo legal, del banco, a los otros usuarios. Una prima que sería modelo web sería la que figuraría como dueña de la farmacia que sirve para importar insumos del narco. Habría tal abundancia, al regreso de Rodrigo, que una amiga de la vendedora de rosas tendría ya una exportadora de flores y varias acusaciones por narcotráfico.
Ser relacionado con el narco, en la década del 90, era mortal. Estaba claro que de bandido morías joven. Pero gracias a que en las últimas décadas no es mortal ni da cárcel, el oficio se ha incrementado al tamaño de ser una actividad de trabajo, defendida hasta por el presidente Petro. Solo los bombardeos de Trump y los operativos del BOPE en las favelas de Río de Janeiro les recordaron a los jóvenes del mundo que ser narco puede ser mortal. Son los únicos dos mensajes contundentes que se han enviado a los jóvenes, en generaciones. Porque llevamos años en que las canciones, las series, las telenovelas, los video juegos nos dicen que los bandidos son inmortales e imparables y son millones los que se lo han creído. Pese a que no es verdad:
Pablo Escobar cumplió esta semana 32 años de ser abatido. Para las autoridades y noticieros. Para su familia sólo cumplió años de muerto y de vivo, 76 si no hubiera sido narco y estuviera vivo. Murió joven, con dinero que no pudo gastarse y escondido. El Chapo guzmán, que quiso ser más grande que Pablo, está en una celda de 3 x 3. Así también el jefe del Chapo que era intocable, el Mayo Zambada que ni se conocía una foto de él. Delatado y entregado por el propio hijo del Chapo Guzmán. Y todo para pedir rebajas en sus condenas porque los hijos del Chapo también están presos y condenados. El último es el que acaba de inculpar a Maduro. Pese a que el narco siempre pierde, en América Latina, es tan normalizado trabajar para el narco o su lavado.
Medellín está a otra escala en el mundo del narco. Es un piso más arriba, para la comprensión sociocultural de lo que llamo “la narco-ciudadanía”. Porque si hay narcoestados, debe haber narcociudadanos: Esos que aceptan el mundo corrupto como es y deciden ser corruptos como él.
La mayoría de los países de Centro y Sudamérica viven aún en donde Medellín estuvo en la década del 90. En medio de una guerra por el control de territorio para expender estupefacientes. En lugares donde no llega el Estado. Como nosotros, aun con los territorios de provincia. Incluso hay países como Brasil, que están peor que Medellín en la década del 90, antes de que María Emma Mejía, consejera presidencial, empezara a construir canchas de fútbol, abriendo así la entrada del Estado a los barrios más pobres de Medellín.
Río de Janeiro ahora vive una guerra frontal de la Gobernación del Estado, con políticas de derecha, en contra de la banda criminal más grande y que controla el crimen en Río: El Comando Rojo. Rojo, por una clara filiación con la izquierda. Se estima que 4 millones de personas viven bajo el control absoluto de esta banda, que es la encargada de poner barricadas en las calles de acceso a los barrios, de poner retenes con superametralladoras para repeler a la policía y que controla la venta del gas que la gente usa, de la señal de cable, de plataformas de TV, de juegos de video, de apuestas deportivas, de expendio de arroz, frijoles, licor. Todo debe ser comprado al Comando Rojo y al precio impuesto por ellos, que suele ser más alto que el que pagaría el ciudadano en la tienda o con el servidor de TV. Pero nadie puede comprar lo que el Comando Rojo diga que no se compra. Así que son los dueños de la inseguridad, patrullan armados, drogados, borrachos, en chancletas por el calor de Río, en pantalonetas, sin camisa y con fusiles de alto poder. Cada vez que la policía quiere hacer detenciones en las favelas de Rio, debe cumplir un gran número de reglas impuestas a los policías que son absurdas. Estas medidas son defendidas y mantenidas por el gobierno de Lula, de izquierda y quienes consideran a los delincuentes como víctimas de la sociedad. No, como victimarios. Tal cual como la justicia ve ahora a los asesinos menores en Colombia.
El narco en Medellín, a diferencia del de Río de Janeiro, se ve como abundancia, como la democratización de la economía. El narco en Medellín es el de múltiples carteles, atomizados, que ofrecen servicios a todos los carteles internacionales. A Medellín no solo vienen turistas pedófilos, también vienen representantes de la mafia albanesa, de la italiana, como compradores finales y distribuidores en Europa. Acogidos en Medellín por la nueva generación de “empresarios” que ofrecen desde servicios de camionetas con escoltas, pasando por todo el espectro de seguridad, de diversiones XXX, hasta la venta final de las toneladas de su preferencia. El hijo de Rodrigo D si este no se hubiera suicidado, dizque porque no había futuro en las comunas, sería un empresario que tendría hoy tres discotecas en el Parque Lleras. Y recibiría a estos potentados internacionales que vienen a invertir en Medellín por su gran clima y diversidad de aves.
Por supuesto, en Río de Janeiro no se produce cocaína, sino que solo se vende la que sacan los carteles colombianos y recoge el Comando Rojo para expendio a los turistas en Leblon y Copacabana. Recogen en la frontera también las bandas de Ecuador para entrega en Guayaquil a la mafia albanesa que la distribuye a Europa. También los del PCC, que es la banda criminal organizada más importante de América y que, por el Amazonas y puertos, la distribuye a Europa y ahora a África. El paso de esa droga ha corrompido tanto, que recientemente hubo un golpe de Estado en Guinea Bissáu, asociado a esta ruta y al poder ejercido por el narco sobre el presidente del país.
El narco de Medellín ya no exporta. Le recogen. En la frontera. Y su mayor problema es cómo lavar la plata. Pero como es un negocio que se democratizó, entonces la tía de la papelería vende mucho, el tío arquitecto construye más. La prima con la veterinaria atiende 24/7. El sobrino tan pilo en criptomoneda, el nieto tan buen cantante y así todos ayudan a lavar. El que se levanta temprano en el barrio para ir al trabajo legal en el hospital, en el call center, en el hotel, en la panadería y demás servicios legales. Así como el que se trasnocha llevando peladitas y tusi. Toda la plata se mezcla en infinidad de negocios por toda la ciudad y más en los barrios que no iban a tener futuro.
Medellín vive en una falsa burbuja de paz y de abundancia que debe estar a punto de reventar. Es una burbuja construida por la inversión del Estado en los barrios que tuvieron problemas de criminalidad. Sumada a la oferta siempre presente del narco, siempre en evolución. El dinero en efectivo y virtual inunda a Medellín y se derrama en los barrios. Los antes mal llamados barrios pobres, los que no tenían futuro, fueron los que triunfaron. El dinero de Medellín y la vida pacífica y sin robos, donde los habitantes circulan en moto de grandes cilindrajes, sin placas, sin casco, donde no hay ninguna norma ni autoridad de tránsito, donde cada cuadra tiene restaurantes y bares, donde todos comen en restaurante a diario, donde se celebra el fin de semana hasta exprimir el lunes, con decenas de motos haciendo piques en todas las cuadras, donde la pólvora de colores estalla cada que se corona, se fletea, se corrompe, está en donde estaba el aviso del No Futuro, antes. Los barrios de las lomas de Medellín que fueron marginales conviven hoy en abundancia y paz y son todo lo opuesto al No Futuro. Pero no es porque Medellín se haya pacificado. Es porque desde la década del 90 el Estado colombiano entró en los barrios, no como en Río. Y obvio, por cómo el narco recompuso sus fuerzas.
El negocio del narco se ha hiperfragmentado. Creciendo, especializándose, diversificándose, disfrazándose de éxito, en cantantes, influenciadores, en propiedad raíz, en inversiones, viviendo una creciente alza gracias a las políticas de Petro. El narco en Medellín ha creado una burbuja en la propiedad raíz, en el precio de los servicios, legales e ilegales, validando una cultura narco, disfrazándola de tradiciones paisas falsas, como el reguetón y La Alborada. Encubriendo negocios perversos como la prostitución de menores, camuflándose de una abundancia donde todos tienen para la moto negra, la camioneta alta, la cadena, la caja de pólvora, el domicilio, el restaurante, el tusi y la eterna parranda traqueta paisa, que tenemos que vivir orgullosos de exportar.
Cada que termino de ver a Rodrigo D me preguntó ¿Por qué se mató? ¿Por qué vio venir que el punk se iba a volver baile de Instagram? ¿Por qué vio que todos iban a andar en piques como los ladrones con los que no le gustaba estar? ¿Por qué supo que nos íbamos a vender culturalmente tan barato? ¿Por qué supo que era la cultura traqueta y no la paisa la que iba a imperar?









