miércoles, julio 16, 2025
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(OPINIÓN) Petro: una vergüenza nacional que no puede quedar impune. Por: Bernardo Henao Jaramillo

La noche del martes 15 de julio de 2025 quedará registrada en los anales de la ignominia presidencial. Será recordada como uno de los momentos más tristes y vergonzosos de nuestra historia institucional reciente. En un acto sin precedentes, Gustavo Petro, en estado de embriaguez, interrumpió la programación habitual de las principales cadenas de televisión colombianas para emitir una alocución presidencial que no solo fue innecesaria, sino profundamente ofensiva. Lo que debía ser un mensaje institucional, sereno y respetuoso con la ciudadanía, se convirtió en una pieza bochornosa, incoherente, plagada de desvaríos, metáforas absurdas y evasivas vergonzosas.

Durante su intervención incoherente, errática y plagada de balbuceos sin sentido, Petro pronunció frases tan desconectadas de la realidad como aquella de “la perrita”, haciendo gala de una desconexión absoluta con la gravedad del momento nacional. Para cualquier persona jamás será de recibo que somos descendientes de los negros. Esa estúpida dialéctica no se la entiende ni él mismo. 

El espectáculo fue doloroso, no solo por la degradación institucional que representa, sino porque dejó al desnudo la precariedad del liderazgo presidencial y el irrespeto hacia los colombianos. Quienes sintonizaron esperando respuestas encontraron una figura errática, incapaz de articular una narrativa coherente, y aún menos de asumir responsabilidad política. Lo más grave: deslizó entre líneas que la hecatombe de la salud no solo es resultado de su ineptitud, sino de una acción deliberada ¿Estamos frente a la admisión tácita de un crimen de Estado?

Otro acto igualmente indignante fue el tono autoritario asumido frente a su propio gabinete. En lugar de hacer una evaluación técnica de los resultados de sus ministros, Petro se dedicó a reprenderlos públicamente, como si el fracaso gubernamental fuera ajeno a él. Afirmó que “la mayoría de mis ministros y ministras me han traicionado en este gobierno”. Ese regaño en cadena nacional fue una muestra más de su estilo: culpar a todos, menos a sí mismo, incluso a quienes ejecutan sus órdenes. Una conducta humillante que revela no solo improvisación y maltrato institucional, sino una preocupante desconexión con la corresponsabilidad del poder.

Más preocupante aún fue el anuncio casi como un exabrupto más entre su divagación de una nueva crisis ministerial: la tercera en menos de dos años. Petro, en su delirio discursivo, confirmó su intención de reconfigurar nuevamente el gabinete, sumiendo al país en una inestabilidad permanente y desgastando la ya precaria gobernabilidad de su administración. Ha convertido al Consejo de Ministros en un desfile de funcionarios sin dirección, sin respaldo y sin horizonte. No se gobierna: se improvisa. No se corrige: se destruye.

Es inaceptable que un jefe de Estado utilice los canales públicos para auto exhibirse en semejante estado, rebajando la dignidad de la investidura presidencial a niveles nunca antes vistos. Lo sucedido no puede ser reducido a una anécdota bochornosa o a una simple crítica de redes sociales. Los órganos de control, la Procuraduría, la Comisión de Ética del Congreso, la Corte Suprema de Justicia, si es del caso, tienen el deber inmediato de abrir investigaciones y, si corresponde, imponer sanciones disciplinarias ejemplarizantes. Colombia no puede normalizar este tipo de atropellos institucionales.

A la oposición democrática le corresponde más que indignarse: debe reaccionar con fuerza, con claridad moral, y con argumentos firmes, una reacción cívica nacional que exija dignidad en el poder que llegue a todos los rincones del país. No basta con dejar que el repudio se diluya en redes sociales. Este episodio debe ser documentado, confrontado y replicado como prueba fehaciente de que el país está siendo conducido por un líder que ha perdido el norte ético, político y personal. El discurso de anoche no solo ofende al país, sino que lo daña profundamente ante la comunidad internacional. No se puede permitir que la investidura presidencial se convierta en una caricatura vulgar. Lo del martes 15 de julio en la noche no fue solo un error. Fue un acto deliberado de desprecio a la Nación. Y eso, en cualquier democracia seria, tiene consecuencias.

La historia juzgará a quienes guardaron silencio cuando el poder se tornó en burla. Pero los ciudadanos no pueden ni deben esperar al juicio de la historia. El llamado es a exigir ya con respeto, pero sin temor que la dignidad del Estado se recupere, que la Constitución se respete, y que quien no esté a la altura de la Presidencia de la República dé un paso al costado o sea obligado a rendir cuentas.

Lo que se vio no fue una equivocación ni una simple debilidad humana: fue un acto de desprecio por la democracia, por las formas del Estado y por el pueblo colombiano. Y si algo queda claro, es que ya no estamos ante un gobierno en crisis, sino ante una Presidencia sin rumbo, sin límites y sin respeto.

Que no quede duda: desde la violación de los topes en su campaña, pasando por la mediocridad en su gestión, hasta su convicción de pauperizar al país, Gustavo Petro no solo es indigno de gobernar a los colombianos, sino que está en absoluta incapacidad de hacerlo.

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