martes, marzo 11, 2025
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(OPINIÓN) Las deudas un tormento. Por: Diego Arango Osorio


Para la gran mayoría de la gente, tener deudas no deja de ser un verdadero tormento, bien sea porque las cubran con puntualidad, se atrasen o bien no puedan pagarlas. Mi padre que nunca contrajo deudas me decía: “a uno no lo salva la solidez, sino la liquidez ” y esta sabia sentencia resume todo respecto a ser o no ser deudor.

Los Bancos viven del dinero que los clientes depositan en sus cuentas, ellos no reconocen intereses por los depósitos a menos que sea convenido en un CDT, donde la tasa por lo general es muy baja respecto a lo que ellos cobran cuando otorgan un crédito.

El interés que pagan fluctúa entre un 9 y 10% dependiendo del banco, monto y término; ahora bien, lo que ellos cobran en créditos fluctúa entre un 20 al 30%, es decir sobre el doble o triple de lo que pagan según el tipo de crédito, el cliente y la institución financiera.

Total, que, si el deudor se llega a atrasar, inmediatamente su deuda aumenta considerable y progresivamente, además le cargan otros valores como honorarios de abogado si es que llega a ese estado, lo que hace que muchas veces se conviertan en deudas impagables.

Aparte de lo anterior, el deudor es reportado a las centrales de riesgo y con ello su historia crediticia se ve comprometida, lo que le impide acceder nuevamente al sistema financiero hasta que pague. Razón de lo anterior, mucha gente se ha visto obligada a acudir al crédito de usura por parte de prestamistas particulares, bien sea gota a gota u otorgando bienes en garantía como prenda del negocio o vehículo, empeñando su sueldo e inclusive hipotecando su propiedad si es que la tiene.

Todo lo anterior independientemente del martirio de las llamadas diarias e inoportunas de las centrales de cobranzas (carroñeros) y los mensajes amenazantes, que terminan dejando al deudor en un estado de nervios permanente.

Me contaba un buen amigo, contemporáneo, empresario y gran trabajador, que, a raíz de la pandemia, su empresa donde daba trabajo directo a unas doscientas personas, fue reduciendo sus ventas mientras los costos se mantenían y en algunos casos aumentaban. Pasado el primer año, sus reservas se agotaron y el acudió al crédito bancario para sostener a su personal y funcionamiento de la compañía, confiado de reestablecerse optó por sostener a toda la nómina, pero el negocio cada vez iba de mal en peor, finalmente se vio obligado a cerrar y liquidar indemnizando a su personal, pagando proveedores e impuestos atrasados.

Hipotecó su vivienda para solventarse mientras arrancaba de nuevo, pasaron tres años pagando intereses y abonando créditos, hasta que entro en cesación de pagos, visitó un centro de conciliación, pero le cobraban un enorme valor por el proceso y él no tenía el dinero, de manera que se vio obligado a no poder pagar más.

Trató de negociar con los bancos, pero cada vez crecía más la deuda y él se encontraba ilíquido, total que no pudo más, lo poco que le restaba o lo pagaba quedando aun debiendo o lo destinaba a su subsistencia, se decidió por esto último.

Hoy este hombre se encuentra sin empresa, sin bienes, sin dinero, sin trabajo, pues ya pasa de los 70 años, y por su alto perfil no le es fácil que lo contraten, pero si lograra conseguir algún trabajo para sobrevivir, los acreedores que ya no son los bancos sino las centrales de cobro que compran deudas, le caerían a su contrato, pues se encuentra bajo la permanente amenaza de juicio y embargo.

Este amigo, quien se mantiene muy estresado, habiendo sido un gran empresario, cometió el error de no cotizar pensión, pues siempre pensó que tendría ahorros suficientes para su vejez, pero no contó con los imponderables de la vida. Me decía que durante cincuenta años mantuvo excelente relación con los bancos, les depositaba su dinero, cuando sacaba créditos los honoraba y pagó muchos intereses, fue puntual y responsable, pero circunstancias ajenas a su voluntad lo llevaron a encontrarse completamente insolvente, sin posibilidades de un trabajo a su altura y merecimiento, terminó conduciendo Uber con un vehículo que su hijo le presta. Moraleja: “Las deudas son un tormento”

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