Desde que Gustavo Petro asumió la Presidencia de Colombia, la polarización política en nuestro país ha crecido a niveles preocupantes. Como economista colombiano y defensor de valores de derecha, siento la obligación de expresar el descontento que muchos sentimos frente a la falta de una posición clara y solidaria de Petro en relación con las elecciones presidenciales en Venezuela.
La elección de Edmundo González como Presidente de Venezuela, ha levantado esperanzas entre los venezolanos y en la comunidad internacional, y sin embargo, el Presidente colombiano parece mantener una postura ambigua que, lamentablemente, se alinea más con dictadores y delincuentes que con la democracia y la libertad.
La historia reciente de Venezuela es lamentable; un país que, en sus días de gloria, fue un ícono de riqueza y desarrollo en América Latina, ha caído en la desesperación bajo el régimen de Nicolás Maduro. Durante años, los venezolanos han sufrido la represión política, la escasez de alimentos y medicinas, y una violencia que ha desplazado a millones hacia otros países, incluidos muchos colombianos que alcanzan una vida más digna en la frontera. En medio de esta tragedia humanitaria, emergen líderes como Edmundo González y María Corina Machado, quienes abogan por un cambio y la restitución de la democracia en su país. Sin embargo, el silencio estratégico de Petro ante esta realidad es desconcertante.
El Presidente colombiano ha optado por la neutralidad y el diálogo, pero ¿a costa de qué? Su falta de apoyo explícito a líderes democráticos como González y Machado se traduce en una incoherencia preocupante con la tradición de Colombia de defender la democracia en toda la región. Petro ha demostrado ser un hombre de palabras grandilocuentes, pero sus acciones dan lugar a dudas. En lugar de alzar la voz por aquellos que luchan por la libertad, parece más preocupado por mantener relaciones con regímenes que son todo menos democráticos.
Esta actitud de Petro no es solo un desaire hacia los venezolanos que sueñan con un cambio, sino también una ofensa para los colombianos que valoran los principios democráticos. La indiferencia del mandatario ante la crisis en Venezuela podría interpretarse como un mal signo de su alignamiento. Su cercanía con personajes oscuros de la política latinoamericana plantea interrogantes sobre sus verdaderas intenciones. En un continente donde el respeto a la democracia y los derechos humanos son esenciales, el enfoque de Petro resuena como un eco de complicidad con quienes han llevado a nuestros vecinos al abismo.
La deuda histórica de Colombia con Venezuela es incuestionable. No solo hemos compartido fronteras, sino también sueños y aspiraciones de progreso y bienestar. Al optar por la inacción, Petro no solo decepciona a los venezolanos, sino a los miles de colombianos que tienen familiares al otro lado de la frontera y desean ver un regreso a la normalidad y el respeto por las libertades. Al mirar hacia el futuro, debemos ser conscientes de las decisiones que tomamos y de cómo estas impactan nuestra región.
Colombia ha sido históricamente un bastión de la democracia en América Latina. Mientras otros países sucumbieron ante dictaduras, nosotros hemos luchado por la libertad y la justicia social. Lo que necesitamos ahora es un líder que eleve la voz en favor de la democracia en toda la región, no uno que permanezca en silencio o, peor aún, que busque legitimarse a través de vínculos con dictadores. El presidente Petro debe recordar que la verdadera solidaridad se manifiesta en actos, no en palabras. El apoyo a los líderes democráticos de Venezuela no solo es una cuestión de alineaciones políticas; es una cuestión de moralidad, de justicia y de humanidad.
En conclusión, los colombianos no podemos permitir que la falta de solidaridad de nuestro Presidente con las luchas democráticas en Venezuela se convierta en un timo institucional. Debemos exigir a Petro una postura clara que celebre la libertad y la democracia. En tiempos de crisis, el coraje se mide no solo por lo que se dice, sino por las alianzas que se eligen. El futuro de Colombia y de Venezuela depende de líderes que realmente representen los valores que decimos defender. La historia está observando, y es nuestro deber actuar en defensa de la democracia.