Nunca fueron tan débiles como algunos creíamos, ni tan invencibles como ellos quisieran parecer. Esa es, al final, la gran enseñanza de la consulta del Pacto Histórico.
El resultado del domingo no puede leerse solo como un triunfo ni como una derrota. Es, más bien, una radiografía del momento político del petrismo: una coalición que conserva fuerza, pero que también muestra desgaste.
Iván Cepeda obtuvo alrededor de un millón y medio de votos, y el total de la consulta rondó los 2,7 a 2,8 millones de participantes. Es una cifra considerable, sobre todo sin una contienda paralela que empujara la participación. Pero al compararla con la consulta de marzo de 2022 —cuando Petro obtuvo más de 4,4 millones y el bloque superó los 5,5 millones— la conclusión es evidente: la ola perdió fuerza.
No son consultas idénticas, claro: el contexto y la expectativa eran distintos. Pero las tendencias sirven para medir el pulso político de un movimiento, y el pulso del Pacto, aunque sigue latiendo, ya no retumba con la misma potencia.
El mapa del voto también deja señales inquietantes. El Pacto volvió a ser fuerte en las regiones donde el Estado llega poco, donde la pobreza y la inseguridad son parte del paisaje. En varias de esas zonas —como el Pacífico, el sur de Bolívar, el Catatumbo o el Bajo Cauca— la Defensoría del Pueblo ha advertido sobre la creciente influencia de grupos armados ilegales. No se trata de acusaciones directas, pero sí de contextos que no pueden ignorarse. Cuando los votos más contundentes aparecen en los lugares donde el miedo manda, hay que mirar con cuidado lo que ocurre.
En contraste, los resultados fueron mucho más débiles en las grandes ciudades, y especialmente en Antioquia, donde las figuras cercanas al quinterismo —como Álex Flórez o Alejandro Toro— tuvieron un desempeño modesto. Esa diferencia territorial cuenta una historia: el petrismo mantiene fuerza en los márgenes, pero empieza a desdibujarse en el centro urbano, donde el descontento con su gobierno se siente con más claridad.
También sorprendió la lista al Congreso. Aparecieron nombres nuevos, aunque no necesariamente distintos. Figuras como Wally o Lalis —convertidos en militantes digitales del petrismo, más conocidos por su ferocidad en redes que por su trabajo público— representan una generación diferente a la del Congreso actual, pero no un discurso distinto. En el caso de Lalis, además, su condición de contratista del Gobierno confirma que lo nuevo no siempre significa renovación, sino una continuidad disfrazada de rebeldía.
Mientras tanto, las maquinarias tradicionales siguen intactas. El Clan Torres mostró su peso con Pedro Flórez, quien superó los 180 mil votos y se consolidó como el más votado al Senado dentro del bloque. Es la prueba de que las viejas estructuras políticas siguen vivas, y de que el petrismo, pese a su discurso contra los clanes, termina aliado con ellos cuando le conviene.
Y sobre Cepeda, poco hay que decir. Su único mérito político real ha sido la persecución contra Álvaro Uribe. Ha construido su carrera sobre esa causa, hasta convertirla en una obsesión personal que casi logra su propósito: condenarlo. Pero fuera de eso, no hay ideas, no hay visión, no hay propuesta de país. Su figura encarna lo que es hoy el petrismo: más energía en destruir al adversario que en construir futuro.
Por eso la lectura del resultado no puede quedarse en lo cuantitativo. El petrismo conserva una base sólida, tiene todavía capacidad de movilización y un electorado fiel. Pero su techo es más bajo, su discurso más desgastado y su estructura más contradictoria. Es un bloque que se sostiene a la vez en el activismo digital y en las maquinarias regionales, un cóctel que le da fuerza electoral, pero le resta coherencia moral.
La conclusión no es triunfalista, pero tampoco fatalista. El petrismo no está muerto, pero tampoco es invencible. Y precisamente por eso, no podemos confiarnos. La diferencia entre una elección ganada y una oportunidad perdida no la marcará el rival, sino nuestra capacidad de organizarnos, de unirnos y de ofrecer esperanza. No basta con oponerse a Petro: hay que convencer a los colombianos de que existe un camino mejor.
Necesitamos un candidato de consenso, serio, preparado, capaz de inspirar confianza, de representar orden y autoridad, pero también empatía y visión. La política no se gana con gritos ni con likes; se gana con coherencia, con trabajo y con carácter.
El petrismo ha demostrado que puede resistir; nosotros debemos demostrar que podemos construir. Este es el momento de trabajar sin pausa, de unir sin excluir, de recuperar la ilusión de país. Porque Colombia vale la pena, y si nos levantamos juntos, nadie podrá arrebatárnosla.








