Desde su llegada al poder Petro se ha mostrado obsesionado con símbolos «revolucionarios» de todo tipo. Tanto símbolos antiguos como otros más recientes relacionados con la historia de Colombia, como es el caso de la bandera del M- 19.
El primero de mayo, Día Internacional del Trabajo, este sujeto se presentó en la Plaza de Bolívar con dos objetos cargados de simbolismo: la espada (o una réplica) del héroe de la independencia y la bandera roja y negra llamada por el mismo héroe, Bolívar, bandera de la guerra a muerte.
Cuenta la historia que esta bandera la usó Bolívar en Venezuela durante la guerra de 1813 y su simbolismo es supremamente violento, ya que significaba en ese entonces la legitimación de toda acción de guerra en contra de los civiles españoles que no apoyasen la independencia.
Y un tercer símbolo usado en ese primero de mayo fue otra bandera, la del M – 19, que nos remite al terrorismo de esta guerrilla en la que Petro militó y fue y es responsable de mucho dolor y derramamiento de sangre.
Por lo demás el guerrillero Presidente ha evocado en varias ocasiones la Comuna de París de 1871, intento fallido de insurrección proletaria que solo duró 72 días.
El problema es que Petro no necesita tomarse el poder porque ya está instalado en él. Su «revolución» no se dirige al Estado desde las calles. Al contrario. Desde el Estado Petro ataca a la calle, la gente, las instituciones y la misma democracia que lo llevó a la Presidencia.
El plan no es improvisado. Es un proceso fríamente calculado, iniciado desde el primer día de su posesión. El objetivo es claro: intimidar, debilitar y finalmente someter a las ramas del poder judicial y legislativa, así como a toda forma de sociedad civil que no se le arrodille. Petro no gobierna: asedia e incita. Y lo hace al frente de una coalición informal compuesta por burócratas ideologizados, bandas criminales, vándalos con camiseta política, narcos reciclados como agentes sociales y una base militante contaminada por el discurso del chavismo madurista.
La democracia, en este modelo, no es un sistema para preservar, sino un obstáculo a vencer. Las arengas de “libertad o muerte” y “revolución” no son meras metáforas. Son advertencias. Petro y su círculo cercano no buscan consensos ni equilibrio de poderes, sino obediencia y sometimiento. Y cuando no la obtienen, recurren al desprestigio, la presión mediática, la intimidación judicial o el chantaje social. Baste con conocer la respuesta a la carta del Presidente de Fenalco, Jaime Alberto Cabal para corroborar esta afirmación.
Su discurso está construido sobre el deseo de venganza. Se dirige a los «ricos», los «blanquitos», los «oligarcas», los «esclavistas», la «gente bien», la «clase política”. Es una retórica permanente de odio disfrazada de justicia social. En el fondo, lo que se impulsa no es una transformación, sino una revancha con aroma de ajuste de cuentas. El problema no es la crítica al statu quo que es legítima, sino que se use esa crítica como justificación para demoler toda estructura institucional que limite el poder presidencial. Olvida Petro que es el jefe del Estado y que como tal representa la unidad de la Nación.
Lo más preocupante es la ausencia de frenos. Los organismos de control han sido cooptados o neutralizados. Las fuerzas del orden, deslegitimadas o instrumentalizadas. Los medios de comunicación, amenazados. Y la ciudadanía, desconcertada, empieza a darse cuenta de que la “nueva era” es, en realidad, la instalación de un régimen autoritario con fachada popular. Por fortuna la sociedad civil ha tomado confianza y ha dejado saber que no le teme y que no se dejará vencer.
No es una revolución espontánea. Es una toma del poder disfrazada de participación. Es la Comuna reciclada y tropicalizada. Y esta vez, no viene con barricadas, sino con decretos, discursos inflamados y un aparato estatal al servicio de una causa personal. Todo esto suele expresarlo desde la ebriedad.
La Comuna de París duró 72 días. La de Petro apenas comienza. Y si la sociedad no reacciona, podría durar años. Años de intimidación, polarización y destrucción institucional. Porque cuando el poder se siente impune, no construye. Arrasa. Y está más que claro que lo que se busca es convertir a Colombia en otra Venezuela. Se cumplen al pie de la letra las recomendaciones del Foro de Sao Paulo.