sábado, noviembre 22, 2025
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(OPINIÓN) El rebusque en Colombia: la economía del sálvese quien pueda. Por: Andrés Felipe Molina Orozco

La clase media sostiene al país, pero ya no puede sostenerse a sí misma. En cualquier esquina del país se repite una escena que ya normalizamos: una maleta que se abre, una mesa improvisada, algo que se vende, comida, cables, cargadores, minutos, artesanías, tiempo, cuerpo, energía, salud. Eso que hemos romantizado como “berriondez” y “malicia indígena” tiene otro nombre más crudo: rebusque en Colombia.

No es emprendimiento. No es vocación. No es pasión. Es supervivencia económica en estado puro.

Mientras tanto, el país presume cifras: baja el desempleo, sube la ocupación, “mejoran” los indicadores. Pero la calle cuenta otra historia. La realidad laboral de millones no está en los boletines oficiales: está en la acera, en el semáforo, en la moto, en el chat de pedidos. Y lo inquietante no es solo lo que pasa, sino que aprendimos a verlo sin escándalo.

Porque si algo define hoy al rebusque en Colombia no es la creatividad, sino la ausencia de alternativas.

El salario mínimo es ficción; el rebusque es la realidad

Cada diciembre se repite el ritual: rueda de prensa, anuncio solemne, porcentajes, expertos discutiendo en paneles, titulares a color. El salario mínimo sube. El Gobierno celebra. Algunos gremios se quejan.

Pero para quien vive del rebusque en Colombia, ese número es una noticia ajena. No hay contrato, no hay prestaciones, no hay vacaciones, no hay cesantías, no hay pensión. Su “salario” depende del clima, del tráfico, del algoritmo de una app, del humor de un cliente, de que el celular no se dañe, de que la moto no falle.

El salario mínimo sube. La vida sube más. El ingreso real… se evapora.

En teoría, hablamos de “mercado laboral”. En la práctica, el país funciona como un sálvese quien pueda con recibo improvisado. Para la estadística, un domiciliario bajo la lluvia, un vendedor en un semáforo y un ingeniero con contrato indefinido son lo mismo: un “ocupado”.

La estadística no distingue entre trabajo y supervivencia. Colombia no genera empleo. Genera sobrevivientes con RUT.

La clase media ya no sube: resiste

Durante décadas, “clase media” significó movilidad social: estudiar, ahorrar, comprar vivienda, mejorar el barrio, proyectar un futuro mejor para los hijos. Era el estrato de la aspiración, del “si me esfuerzo, avanzo”.

Hoy la clase media colombiana vive otra realidad: ya no sube, solo evita caer.

Es una clase media que se endeuda para sostener la ilusión de estabilidad, que aplaza tratamientos médicos, que difiere matrículas, que recorta vacaciones, que convierte el ahorro en mito. Hipotecada emocional y financieramente, atrapada en un “mientras tanto” que nunca se convierte en después.

Y, sin embargo, es la misma clase media que sostiene al país: consume, paga impuestos, mantiene vivas las empresas, sostiene la educación privada, la salud privada, el crédito, la vivienda. Cuando la clase media se quiebra, no se quiebra un segmento: se quiebra el modelo.

La caída de la clase media no es un problema social más. Es un riesgo país que estamos maquillando con discursos de “reactivación”.

La estadística celebra lo que la gente sufre

Aquí está la trampa elegante.

Cada vendedor callejero, cada mototaxista informal, cada mujer que cocina por encargo desde su casa, cada joven que hace domicilios en tres apps distintas, cada persona que factura servicios profesionales sin seguridad social, todos ellos engordan la cifra de ocupación que el Gobierno muestra como logro.

Baja el desempleo. Suben los comunicados. Pero también sube la angustia, la fatiga, la renuncia silenciosa.

En cualquier otra nación, un país viviendo del rebusque masivo sería evidencia de un fracaso monumental de política pública. Aquí lo celebramos como prueba de talento, “berraquera” y espíritu emprendedor.

Decimos que Colombia es un país emprendedor. No.

Colombia es un país donde millones se inventan un ingreso diario porque el Estado y el mercado dejaron de ofrecer rutas formales y seguras para sostener la vida.

Colombia no tiene economía informal; tiene un país informal con una economía colgada.

Detrás del rebusque: renuncias que no salen en ningún indicador

El rebusque no es solo necesidad. Es la suma de renuncias que nadie registra:

  • Renunciar a enfermarse.
  • Renunciar a descansar.
  • Renunciar al ahorro.
  • Renunciar a la pensión.
  • Renunciar al tiempo libre.
  • Renunciar a planear el futuro.

El rebusque no es trabajar más. Es trabajar sin protección, sin derechos y sin horizonte.

La pobreza tradicional se mide en pesos. La pobreza real, la que se respira en el rebusque en Colombia, se mide en miedo: miedo a no hacer la venta del día, a perder el arriendo, a que el celular falle, a que un imprevisto mínimo destruya todo.

En este país pagamos dos impuestos: el obligatorio y el emocional. El segundo es el que más quiebra.

Un país que vive de malabares no progresa: sobrevive

Colombia funciona porque millones hacen acrobacias invisibles:

  • Unos cocinan almuerzos por encargo.
  • Otros manejan moto desde las 6 a.m. hasta la noche.
  • Otros venden ropa por redes, cobran por Nequi, entregan en estaciones de transporte.
  • Otros cuidan niños, adultos mayores, mascotas.
  • Otros llenan formularios, hacen filas, resuelven trámites para otros.
  • Otros trabajan 12 o 14 horas sin un solo derecho asegurado.

El país no se rompe… porque la gente se rompe primero para que no se rompa.

No es eficiencia. No es resiliencia. Es supervivencia estructural.

Y cuando la supervivencia se vuelve modelo, dejar caer a la clase media y normalizar el rebusque masivo no es solo un error técnico: es una decisión política, económica y moral.

¿Qué país estamos construyendo?

Uno donde:

  • la clase media no avanza, solo evita caer;
  • el trabajo formal es una excepción, no la regla;
  • el futuro dejó de ser proyecto y se volvió apuesta;
  • la dignidad depende de cuántas cosas puedas vender mientras sostienes otras.

Un país donde el rebusque en Colombia ya no es un puente temporal, sino la única carretera disponible para millones.

Y toda nación que deja caer a su clase media, que se acostumbra a que la mitad de su población viva al filo del día, renuncia a su futuro.

La pregunta final no es económica. Es moral.

Si el desempleo baja porque sube el rebusque en Colombia, si la clase media vive exhausta, si la economía funciona gracias al sacrificio invisible de millones… ¿hasta cuándo vamos a romantizar lo que, en el fondo, es abandono?

El rebusque no es una virtud nacional. Es la prueba de que abandonamos a quienes sostienen al país. Y no hay estadística capaz de maquillar eso.

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