A pesar de que existían antecedentes sobre la desfachatez de Gustavo Francisco Petro Urrego en sus apariciones públicas, lo ocurrido durante las casi cinco horas de alocución presidencial y Consejo de Ministros difundidos por la televisión durante la semana que termina, excede a cuanto de negativo pudiera imaginarse en boca de un hombre que, investido de la máxima autoridad del Estado, se comportó como una caricatura de Presidente y puso en ridículo la majestad misma de la República.
Los televidentes que tuvieron el desagrado de presenciar esta vergüenza y que han contado a los medios sus impresiones o se han expresado en las redes sociales, lo primero que manifiestan es su incapacidad para determinar si el Presidente, mediante su comportamiento delirante, se encontraba en estado de excesivo alicoramiento, actuaba bajo el efecto del consumo de drogas alucinógenas, o sencillamente era víctima de ambas alteraciones de su estado de conciencia.
Sin embargo varios personajes de la vida nacional, especialmente líderes sociales y formadores de la opinión pública desde prestigiosos medios de comunicación, han apuntado una teoría de mayor gravedad y es la posibilidad de que el señor Petro, con fundamento en esas infortunadas actuaciones, sumadas a muchas otras de considerable gravedad sucedidas durante los casi tres años que lleva de mandato, padezca una incapacitante enfermedad, que ha ocasionado que en su mente alterada se haya formado un mundo extraño y únicamente suyo, en el cual se percibe a sí mismo como un líder global cuya misión es salvar al planeta de los efectos de la pobreza, de la desigualdad, de las alteraciones medioambientales y además que goza del máximo poder para determinar la ruta y el rumbo de los destinos humanos. En síntesis, algo así como un profeta, libertador y continuador de la obra del mismísimo Redentor.
Los colombianos pensantes hemos padecido mucho en estos infernales años de gobierno del Pacto Histórico. Los llamados progresistas, capitaneados por su jefe supremo han llegado al gobierno como plagas de insectos devoradores del presupuesto nacional y hasta del patrimonio cultural logrado en siglos de esfuerzos y avances sociales.
Nunca en nuestra historia republicana mas que bicentenaria, se había visto tal degradación de las buenas costumbres, de la dignidad y decoro que rodeaba al jefe de Estado y de Gobierno, de la familia presidencial, de los ministros del gabinete y altos funcionarios nacionales. Si es cierto que se habían presentado calamidades públicas, confrontaciones armadas y episodios difíciles en el gobierno y en la misma sociedad, se trataba de hechos circunstanciales que se corregían al mismo ritmo de su ocurrencia.
Pero había un gobierno que, asi fuera de origen partidista o confrontacional siempre tenía el sentido de la responsabilidad presidencial y del decoro, aunque fuera aparente, que procuraba revestirse del ropaje de la decencia y del buen gusto y que se cuidaba bastante de mantener unas excelentes relaciones con los paises del hemisferio y especialmente con nuestro gran aliado: los Estados Unidos de Norteamérica.
Lo que ocurre en la actualidad en Colombia es precisamente lo contrario de lo que es indispensable para mostrar que tenemos un gobierno que nos satisface y enorgullece. Nuestro presidente tiene un origen violento y guerrillero y se comporta como si nunca se hubiera desmovilizado. Miente en casi todo lo que afirma en asuntos de estado y utiliza cortinas de humo para distraer la atención de quienes descubren sus contradicciones. Calumnia e insulta públicamente a sus adversarios tratándolos como enemigos. Lleva una vida desordenada y licenciosa como si se tratara de uno de los peores emperadores romanos o monarcas medioevales. No tiene el menor respeto por la dignidad presidencial. Está recorriendo un camino que lo lleva a enemistarnos con paises que son nuestros probados amigos y quiere que seamos aliados de gobiernos antidemocráticos.
Ha descuidado la seguridad nacional porque ha reducido el presupuesto para nuestra fuerza pública, le ha mermado su capacidad de lucha, ha despedido a los mejores comandantes y lo peor de todo, se ha aliado con terroristas y narcotraficantes, llevando su desvergüenza hasta mostrarse públicamente en amable compañía con ellos en el llamado “tarimazo” de Medellín, en nombre de una “Paz Total” que solo es el disfraz de una indigna componenda para obtener votos de pobres comunidades asfixiadas por el crimen urbano. Prometió un gobierno de cambio que mas de once millones de electores entendieron como de disminución de la desigualdad y lo único que ha cambiado es los destinatarios de los recursos nacionales que termina en los bolsillos de sus famélicos conmilitones.
Por muchísimo menos de lo malo que ha hecho este gobierno hace tiempo que hubiera caído estrepitosamente en un país en el que realmente reinara el estado de Derecho, pero por desgracia ha tenido la suerte de encontrar a altos funcionarios nacionales complacientes y venales y a cómplices tránsfugas de otros partidos, es decir a los encargados de hacer funcionar los pesos y contrapesos previstos por la Constitución y las leyes, todos los cuales se han apresurado a tender sus manos para recibir los dones con los que el aprendiz de tirano paga sus traiciones, con el natural resultado de que “aquí no ha pasado nada”, “el pueblo soy yo” y ¡que siga la fiesta!
Pues bien: por ahora parece que venció la cobardía de una sociedad que se limita a gritar cuando debiera actuar, de una dirigencia que con tal de poner a salvo sus caudales mira para otro lado mientras sus indefensos compatriotas son objeto de vejámenes y atropellos por parte de unos verdugos que olvidan que para ellos y los suyos habrá un mañana nada agradable. Pero existe un Dios providente y justo cuyos tiempos y caminos no son los mismos de los humanos.
En Él confiamos y de Él esperamos la última palabra en este asunto donde lo que está en juego es el destino de una Patria que en otro tiempo le fue confiada a su Divino Corazón y que a pesar de gobiernos incrédulos y de poblaciones extraviadas sigue firme en tal confianza.