Damas y caballeros, pasen y vean. El espectáculo más asombroso, hilarante y a ratos bochornoso de nuestra propia sociedad. Sí, señores, porque si lo miramos con detenimiento, la vida cotidiana y redes sociales no dista mucho de un circo de tres pistas, lleno de personajes pintorescos y actos que desafían toda lógica.
Tenemos, por ejemplo, a un grupo de malabaristas financieros. Oh, qué elegancia la de estos artistas del equilibrio precario. Los vemos lanzando al aire sus raquíticas finanzas, haciendo piruetas contables para aparentar una riqueza que se tambalea al menor soplo de realidad. Mantienen cinco tarjetas de crédito girando, mientras hacen malabares con los pagos mínimos y nos intentan convencer de que su castillo de naipes es una sólida fortaleza. Aplausos para su audacia, aunque sepamos que en cualquier momento se les caerá los cuchillos.
Luego, en la carpa de la ilusión, encontramos a los magos de la estafa. Con su labia encantadora y sus trucos de prestidigitación verbal, hacen desaparecer nuestros ahorros como por arte de magia. Prometen fortunas instantáneas, negocios sin riesgo y el elixir de la eterna juventud financiera. ¡Abra cadabra! Y cuando menos lo pensamos, nuestra billetera está más vacía que sombrero de mago al final de la función. Qué talento para el engaño.
No podemos olvidar el número de alto riesgo, protagonizado por los intrépidos motociclistas, nuestros particulares acróbatas de la «rueda de la muerte». Desafían las leyes de la física y el sentido común, zigzagueando entre el tráfico como si la vida fuera un videojuego con vidas infinitas. Se juegan el pellejo en cada semáforo, convencidos de que su agilidad felina los protegerá de cualquier percance. Un escalofriante espectáculo de adrenalina pura, aunque a veces el final no sea tan emocionante.
Y qué decir de los payasos, esos seres maquillados que nos sacan una sonrisa a costa de su propio ridículo. En nuestra sociedad, los payasos abundan en todas las esferas. Los vemos en la política, prometiendo mundos de caramelo que nunca llegan; en las redes sociales, haciendo el ridículo por un puñado de likes. Gracias, por aligerar un poco esta tragicomedia.
Pero no todo es risa en este circo. También hay espacio para la indignación, para la rabia contenida al ver cómo algunos domadores de látigo abusan de su poder, cómo los leones hambrientos de corrupción devoran los recursos públicos y cómo los equilibristas de la moral caminan sobre la cuerda floja de la ética sin caerse (aparentemente).
Este circo, señoras y señores, somos todos. Somos los malabaristas, los magos, los acróbatas y, en ocasiones, los payasos. Somos el público que ríe, que se asombra y que, a veces, también se indigna. La función continúa, el telón no cae y cada día se suman nuevos actos a este espectáculo tragicómico que llamamos vida. Solo esperemos que, en algún momento, la risa supere al llanto y la cordura le gane al absurdo en este gran circo que somos.