No basta con pronosticar el fin del mundo, que la deliberación nos invite a la acción, para asegurar el crecimiento de la vida y el bienestar de todos en el planeta.
La COP16 de Diversidad Biológica que se celebra en Cali no es solo un evento más en la larga lista de conferencias internacionales. Para Colombia, un país que alberga alrededor del 10% de la riqueza biodiversa del mundo, es una oportunidad única de mostrar al mundo su despensa natural y, más importante aún, de redefinir su papel en la protección del medio ambiente.
Que la COP16 se realice en nuestro territorio es un reconocimiento. Colombia ocupa el tercer lugar en el mundo en biodiversidad después de Brasil e Indonesia, tenemos el 50% de los páramos del mundo y se estima que podrían existir hasta 900.000 especies. Esto significa que por cada 10 especies que existen en el planeta, una habita en nuestro territorio; pero más importante aún: de estas especies dependen, de acuerdo con el Banco mundial, la polinización, el suministro de agua, el cultivo de la madera, entre otros servicios ambientales de la mitad del PIB Mundial.
Sin embargo, gran parte de la biodiversidad del país se encuentra bajo amenaza. Según el IDEAM, cerca de 1.200 especies se encuentran en peligro y la deforestación afecta casi 200.000 hectáreas por año, principalmente en la Amazonía, destrucción impulsada en gran parte por actividades ilegales como la minería y la tala. En el mundo, el panorama es similar: entre 1970 y 2020, el planeta ha perdido el 70% de su vida silvestre. La región más castigada es América Latina, que ha perdido el 95% de ella. Estamos destruyendo nuestra gran fuente de riqueza ambiental y nuestro capital regenerativo.
Esta paradoja -biodiversidad existente versus destrucción de nuestro patrimonio ambiental- evidencia la distancia que hay entre el discurso político y las acciones efectivas para implementar una agenda de biodiversidad en nuestro país. Si bien el Gobierno Nacional ha construido en distintos escenarios internacionales una narrativa de urgencia sobre la necesidad de enfrentar la crisis climática y transitar hacia una economía verde, la brecha entre la reflexión y la acción es cada vez más amplia. Como lo señala el premio Nóbel James Robinson, “no se trata solo de tener buenas ideas, se trata de saber ejecutarlas”.
Esta es la gran contradicción que enfrenta Colombia y el principal reto de la COP16: no ser un evento más que reúna a tomadores de decisiones para reflexionar sobre lo que debería pasar, sino una plataforma para establecer acuerdos orientados a la ejecución, definición de metas, mecanismos y estrategias claras. Un escenario para identificar y transferir experiencias exitosas entre agencias, gobiernos, actores privados y sociales. La COP como excusa para actuar y salir de la falsa dicotomía que contrapone crecimiento y cuidado de la biodiversidad.
El futuro de Colombia estará en la capacidad de sus líderes de convertir el lugar privilegiado que ocupamos en esta causa global en políticas que protejan y restauren el patrimonio natural. Liderar una agenda con base en la inspiración y no en la estigmatización. No basta con pronosticar el fin del mundo, que la deliberación nos invite a la acción, para asegurar el crecimiento de la vida y el bienestar de todos en el planeta.
Nota: Viví la COP16 en las calles de Cali. La ciudad y su Alcalde se lucieron. Lo más importante que sentí es que este evento les devolvió a los caleños la esperanza y el orgullo. Sí a Cali le va bien, a Colombia le va bien.