El mercado de pases del fútbol profesional colombiano está al rojo vivo. Jaime Alvarado, uno de los referentes del mediocampo de Independiente Medellín, dejó la institución para unirse al Once Caldas de Manizales. Lo que parece un simple movimiento de fichas en el tablero nacional, esconde en realidad el desgaste de un proceso marcado por el esfuerzo constante y la falta de «la cereza del pastel».

Alvarado, que se consolidó como un volante de jerarquía y equilibrio en el esquema del «Poderoso», cierra su etapa en la capital antioqueña tras haber rozado la gloria en múltiples ocasiones. Sin embargo, el fútbol suele ser implacable con los resultados. Para el volante, la reciente final perdida ante Atlético Nacional fue el detonante definitivo de una situación que ya se tornaba insostenible en el ámbito personal y profesional.
La imagen de Alvarado se vio afectada por una estadística dolorosa: perdió tres finales con la camiseta del DIM. En un entorno tan exigente como el de Medellín, la acumulación de subtítulos suele generar un desgaste natural entre la hinchada y el jugador. El peso de no haber podido levantar el trofeo terminó por pasar factura a su relación con el entorno del club.

En declaraciones recientes a un medio de comunicación de Manizales, Alvarado rompió el silencio sobre los motivos de su salida. Sin entrar en detalles profundos, el volante dejó claro que su decisión no fue estrictamente técnica, sino impulsada por la necesidad de bienestar para su círculo más cercano.
«Después de la final perdida hubo sucesos que no quiero mencionar que impulsaron a tomar esta decisión con Once Caldas. Mi pareja no estaba tranquila, mis hijos tampoco tenían el ambiente que estaba buscando», confesó el futbolista.
Estas palabras sugieren que el clima de tensión tras la derrota en la final sobrepasó los límites del campo de juego, afectando la paz de su hogar. Ante este panorama, el Once Caldas apareció como un nuevo comienzo. En Manizales, Alvarado buscará aportar su experiencia y despliegue físico a un equipo que intenta recuperar su protagonismo histórico, mientras que el DIM se despide de un jugador que, pese a las finales perdidas, siempre dejó la piel en el gramado del Atanasio Girardot, pero cuyo idilio con la hinchada ya había llegado a su fin.



