Cuando las últimas gotas de cemento se solidificaron en los peldaños de las Escaleras Oasis Tropical, nadie imaginó que ese simple acto de construir 101 escalones —entre lluvias torrenciales, laderas abruptas y la desconfianza inicial de los vecinos— daría paso a una revolución silenciosa en Moravia. Fue gracias al empuje simultáneo de la comunidad, las universidades, las empresas y la Alcaldía que se vencieron esas primeras dificultades, convirtiendo la pendiente más empinada en un lugar seguro, iluminado y colmado de murales.
De aquel trabajo nació, en 2021, la Fundación Oasis Urbano, encabezada por Cielo María Holguín Ramírez, quien tomó el testigo de construir comunidad donde antes solo había incertidumbre. En su sede, inaugurada tras meses de gestión y sueños compartidos, florecieron los laboratorios de regeneración urbana, arte y memoria, cocina y comunicación viva. Allí, el olor a pintura fresca se mezcla con el de libros recién abiertos; los niños aprenden a sembrar su propia comida mientras los adultos aprenden a contar sus historias en radio y video. Cada semana, el Centro Cultural Moravia late con cine comunitario al aire libre y talleres que rompen la rutina.
A pocos pasos corre el parque lineal La Bermejala, un corredor verde de casi 600 metros que antes era un peladero de escombros. Hoy, el murmullo del agua de las fuentes acompaña risas y charlas en las plazas diseñadas por los mismos vecinos. Las bicicletas, que eran un lujo inaccesible, giran entre jardineras y bancos construidos a mano. Aquí, el arte de la calle se extiende en muros contiguos, narrando en colores la historia de un barrio que aprendió a cuidarse a sí mismo.
La cima del antiguo basurero, transformada en el Jardín de Moravia, corona esta utopía colectiva: los 30 000 metros cuadrados de verde, con más de 15 000 plantas —orquídeas, suculentas, helechos nativos—, se extienden en terrazas que antes albergaban cartón y restos de comida. El aire sabe ahora a tierra viva y a promesa cumplida. Los talleres de huertas y compostaje, dictados en ese invernadero comunitario, han llevado la naturaleza hasta los salones de las escuelas.
Moravia también abrió sus puertas al mundo: los guías formados por la Fundación relatan el pasado de violencia y el presente de resiliencia en recorridos que no buscan turistas, sino aliados para la justicia social. Cada peso recaudado vuelve a las calles pintadas y a los encuentros de cine, porque aquí el turismo es una herramienta de equidad, no de lucro.
Los retos y obstáculos que superaron fueron muchos. La construcción de las Escaleras Oasis Tropical fue una verdadera prueba de resistencia. Las fuertes lluvias dificultaron el trabajo, las laderas empinadas ofrecieron complicaciones técnicas, y la desconfianza de algunos habitantes, quienes habían vivido procesos previos de intervención urbana que resultaron en desalojos, fue otro obstáculo. Para muchos, la palabra «proyecto urbano» traía consigo el miedo de perder su hogar, un miedo que se sumaba a la desconfianza generalizada generada por intervenciones anteriores que no habían respetado la estabilidad de las familias. Ganarse esa confianza, y alinear a todos los actores —comunidad, organizaciones sociales, gobierno local y expertos— fue un reto constante.
Cielo, menciona todavía con nostalgia: «Lo más difícil fue seleccionar el grupo de los 20 líderes que iban a participar en el proyecto como con unas responsabilidades definidas, unas misiones definidas para el acompañamiento. ¿Por qué? Porque en Moravia hay muchos, afortunadamente hay un grupo robusto de líderes comunitarios y seleccionar algunos implicaba dejar los otros por fuera. Entonces a nivel interno es muy difícil decir por qué estos sí y por qué estos no. Fue un trabajo bastante duro para mí, que fui la líder enlace del proyecto por parte del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia y la que me correspondía hacer todo el enlace comunitario. Y entonces eso fue muy, muy difícil, la verdad.»
Pero hubo una decisión clave que marcó la diferencia: los impulsores del proyecto decidieron escuchar las necesidades de la comunidad sin importar el gobierno de turno, sin caer en el ciclo de intervenciones temporales. La visión no era hacer algo provisional o con fines políticos, sino crear una transformación que perdurara para siempre, un proyecto de largo plazo que respetara la identidad y las aspiraciones de los habitantes de Moravia. Esta intención de permanencia fue crucial para cimentar la confianza y consolidar el éxito del proyecto.
Daniel Carvalho, quien entonces era concejal, recuerda cómo dos estudiantes lo buscaron para presentarle el proyecto. «Me contaron que vivían en Moravia, que ya tenían el diseño hecho con el apoyo de la universidad y buscaban medios para llevarlo a cabo. Fue desde ahí que comenzamos a construir puentes, a buscar empresas, y finalmente lo logramos», rememora. Ese esfuerzo conjunto mostró que cuando los actores se articulan de manera efectiva, las soluciones se pueden hacer realidad.
Finalmente, bajo el programa de Memoria y Patrimonio Cultural de la Alcaldía, se han salvado del olvido decenas de testimonios de desplazados. Voces que ahora resuenan en audios y fotomontajes exhibidos en el Centro Cultural, recordando a vecinos y visitantes que la reconstrucción es también un deber con la historia.
El impacto del trabajo de la Fundación Oasis Urbano ha crecido exponencialmente desde entonces. En 2021, tras mucho esfuerzo y trabajo de base, la Fundación se formalizó y desde allí no ha dejado de crecer. Sus proyectos siguen avanzando, siempre con un foco en la sostenibilidad y el fortalecimiento del tejido social.
Hoy, Moravia no solo se ha transformado físicamente. La comunidad, a través de proyectos como los laboratorios comunitarios, la recuperación de espacios públicos y la promoción de la memoria histórica, ha logrado una transformación cultural y social que trasciende el cemento. Las Escaleras Oasis Tropical siguen siendo el punto de partida, pero la Fundación ha construido mucho más: espacios educativos, culturales, y naturales donde cada vecino, cada niño, cada visitante es parte de una historia compartida.
Moravia, una vez definida por sus escombros y penumbras, hoy es un laboratorio urbano de colaboración permanente. Cada mural, cada escalón, cada semilla plantada en el jardín confirma que la transformación no acaba con un proyecto: es un camino colectivo que se escribe a diario con los gestos más pequeños.
En este barrio de Medellín late la certeza de que, más allá de la autoconstrucción física, la verdadera obra es la autoconstrucción social: un tejido de miradas compartidas, manos unidas y sueños cumplidos que seguirá floreciendo, escalón a escalón.