domingo, abril 13, 2025
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Dios Misericordioso es la última esperanza de esta Colombia que está a punto de fracasar en las manos de un gobierno perverso. Por: Juan José Gómez

La llegada de la Semana Mayor o Semana Santa es la ocasión propicia para que
los colombianos que todavía tenemos arraigada en nuestra alma la fe católica de
nuestros mayores, volvamos nuestra esperanza hacia el Todopoderoso para
pedirle con sincera devoción que tenga piedad de este pobre país, al que por un
entramado de falsas promesas, atractivas mentiras, violación de la Constitución y
la ley y dinero ilegal, llegó un gobierno encarnado en un sujeto de peligrosos
antecedentes, inestable carácter, caótica mente y costumbres insanas, cuya
manera de gobernar en ocasiones recuerda la época del emperador romano
Calígula, que históricamente y según algunos en forma merecida terminó tan mal,
con graves consecuencias para el imperio.

Luego de adelantar sesudos análisis de tipo filosófico y teológico, con sus
necesarios ribetes políticos, un pequeño grupo de religiosos y seglares llegaron a
la conclusión de que el gobierno colombiano presidido por Gustavo Francisco
Petro Urrego, es la directa consecuencia de un deplorable estado de impiedad
nacional, donde los eternos valores del espíritu enseñados y practicados con
fidelidad por la Iglesia tradicional (porque posiblemente la moderna tiene otras
preocupaciones) y por nuestros antepasados, han sido violentamente vulnerados
por el virus del relativismo moral que en la actualidad constituyen una grave
enfermedad de la sociedad colombiana, que en vez de poner su existencia en las
manos del Dios Omnipotente y Eterno, la han confiado a falsas deidades como
son el dinero, el poder, el placer desenfrenado y el sexo, obteniendo como
resultado el desorden, la confusión, la tolerancia perniciosa, la corrupción del
gobierno y de parte del cuerpo social y el delito.

Todos los colombianos que tenemos acceso a los medios de comunicación
estamos enterados de las atrocidades de este gobierno corrompido: derroche del
dinero público en compra de conciencias y votos parlamentarios o en gastos suntuarios que jamás debieran ser atendidos por erario público; pagos de servicios personales que más que recompensas merecían castigo ejemplar; creación y provisión de cargos oficiales y diplomáticos para pagar favores políticos en beneficio de personas indignas; nombramientos para desempeñar posiciones de poder y responsabilidad en personas ineptas o cuestionadas; atropello a derechos fundamentales garantizados por la Constitución, desconocimiento y violación de la separación constitucional de poderes; irrespeto a la dignidad y al decoro presidencial; consumo de elementos perjudiciales bajo el nombre de “café”; emasculación de la Fuerza Pública; graves incidentes con gobiernos amigos y tradicionalmente aliados y en fin, odio y desprecio por los colombianos, sus leyes,
sus instituciones y por todo lo que signifique patriotismo.

Lo peor de todo es que en la normatividad colombiana está previsto el remedio para tan deplorable estado de la Nación, pero quienes lo tienen que aplicar son amigos, clientes, beneficiarios, cómplices del gobernante y se han dado la necesaria maña para dilatar unos procesos que desde su iniciación están controlados por los aliados del causante del mal. Tal es el caso de una institución que se llama Comisión de Investigación y Acusaciones de la Cámara de Representantes, a cuyos integrantes responsables de las trabas, no solo el pueblo debiera castigar negándole sus votos en la próxima elección, sino que la Corte
Suprema de Justicia, la entidad encargada de supervisarlos, hace tiempo debiera haber intervenido para ponerle fin a una conducta que fácilmente puede entenderse como prevaricato.

¿Pero que puede esperarse de una Corte, que, aunque está conformada por eminentes magistrados que también son grandes juristas, tienen constitucionalmente como su investigadores a los mismos miembros de la poderosa y ahora irresponsable Comisión de Investigación y Acusaciones? ¿Será que aquí se aplica aquello de “hagámonos pasito”?

Todo este lamentable y doloroso estado de cosas ha sido analizado, discutido, informado, reafirmado y denunciado por varios pensadores y columnistas de medios, sin que, al parecer, ocasione una reacción popular que sacuda duramente a los responsables o cause una acción de fuerte protesta del pueblo, talvez porque “el respetable” se limita a gritar en los estadios o lugares de espectáculos públicos o en las periódicas e inútiles marchas, nutridas manifestaciones o plantones, “fuera Petro”, sin que Petro se inmute, tal vez porque en su larga y complicada vida de guerrillero, de político o de funcionario, aprendió que tiene razón aquel refrán tan conocido en nuestro medio, según el cual “perro que ladra, no muerde”.

De manera que solo nos queda acudir al único que nos escucha y nos protege, al
que hace mas dos mil años padeció y sufrió una dolorosa muerte de cruz por amor a todos nosotros, los de ayer, hoy mañana; al que hemos olvidado, ignorado, despreciado, ofendido y hasta insultado y sin embargo El nos perdona y nos espera; al Dios de nuestros padres y al que nos enseñaron a amar y a temer desde niños. A ese dulce Jesús que se quedo con nosotros en la Sagrada Eucaristía como lo recordaremos el próximo Jueves Santo; que desde su Cruz pidió perdón para sus enemigos y en la persona de su discípulo Juan nos dio el supremo regalo de darnos por madre a su propia Madre, la santísima Virgen María, como lo evocaremos el próximo viernes santo; al que resucitó triunfante y glorioso, vencedor de la muerte como lo celebraremos el sábado de gloria y el Domingo de Resurrección.

Si nos acercamos a él humildes y avergonzados por nuestras ofensas, pero arrepentidos y devotos, sinceramente decididos a caminar con El o a seguir sus huellas en el futuro, nos escuchará y tendrá compasión de esta Colombia que agoniza y proveerá el remedio como lo ha hecho en anteriores ocasiones por que El nos ama y nuestra patria estuvo y volverá a estar- más pronto que tarde-consagrada a su Divino Corazón.

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