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domingo, noviembre 24, 2024
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    De un castillo a otro


    Por: Oscar Jairo González Hernández

    «No es contemporáneo quien grita más sino, a veces, quien calla más».
    Marina Tsvietáieva

    Todo lo que nos propone Louis Ferdinand Céline (1894-1961), en De un castillo a otro, no es más que el hilo conductor de su vida, la invocación, el ideal y el sueño, el drama oscuro que la contiene, la densidad que la llena, la violencia perturbadora que ella en momentos decisivos y críticos provoca y necesita, la demencialidad incontenible que la posee y la destruye, y también la condenación que se tiene en ella por el intento de vivirla no como destino de sí mismo sino como el destino que otros quieren para uno, contra ese hay que rebelarse.

    Y eso hace Céline, rebelarse radicalmente contra el destino, si es que podemos llamarlo así, al que otro quiere condenarlo. No es extraño, que muchos quieren dominar a otros desde lo que llaman su poder, pero nunca saben y es más en el orden de su inconsciente, que el otro tiene de la misma manera y con la misma condición su poder. Es verdad, que para unos ese poder nos les interesa para nada, porque ya lo tienen sobre sí mismos, pero aquellos que no lo poseen intentan por todos los medios tenerlo sobre otros, ya que sobre sí mismos nunca podrán tenerlo. Ese es su drama y su muerte.

    Por eso como dice el artista Jean Dubuffet, en un excelente ensayo titulado «Celine Piloto» de 1964: También en el habla -me refiero evidentemente habla de auténtica comunicación, a la palabra muy directa y espontánea- lo que transporta y restituye el pensamiento no es la selección de unos términos bien pronunciados, sino el tono, la mímica, de tal forma que lo esencial -en el fruto- se halla manifestado sin ser formulado, con una instantaneidad, una totalidad y una fuerza que ninguna formulación explícita -aunque abarcase horas de discurso- podría alcanzar.

    Lo implícito es quizás el recurso que caracteriza el arte. Hay una densidad en esta posición que es la misma que la de Céline. No es necesario hablar demasiado, cuando se tiene una verdad que es la de uno, diría Céline, y a esa y con esa se tiene que morir, es una decisión totalitaria, sin que por ello los otros, deban ser destruidos o exterminados. La guerra es cuando hay que exterminar a otro, pero antes es determinante que se intente hallar la necesidad indecible de la dialéctica para resolver la irreductible contradicción. De no ser así, es eso es violencia, nada más, y violencia de la más oscura.

    ¿Qué estilo se puede tener en y para la escritura cuando se tiene la muerte ante sí, inminente, decidida la vida por otros, sin que se pueda hacer nada ante ello? Dice Philippe Sollers que: Olvidemos todo lo que se puede decir, y sobre todo lo que se pudo decir de malo, acerca de Céline, más que nunca el enemigo público universal. Simplemente abramos estos pequeños cuadernos de escolar danés, que en 1946, un prisionero del pabellón de los condenados a muerte de Copenhague borroneó con lápiz. La mano que escribe, durante dieciocho meses, en condiciones espantosas, está obligada a sostener un estilo telegráfico.

    Céline nunca ha intentado tener poder más que sobre sí mismo y de esa forma poder darle una medida, tanto en el exceso como en la medida, a su vida, esa misma que él nos relata hasta que la obsesión se hace evidente y obstinada. La obsesión, hay que hacerla a la medida de uno mismo, porque no puede entonces, hacer eclosión en el exceso del otro, del que nos lee. Obsesiones de su intolerancia, de su rebeldía, de su libertad y del deseo incontenible de su adhesión. Yo lo que más quiero es al hombre que se adhiere a una causa, y es más: cuando está equivocado, pero no por irracionalidad absurda, sino porque su sentido de adhesión lo revela, dice de él, lo exhibe ante lo oscuro, ante el que no tiene nada que decir de sí mismo, ni decirle a los otros. Hay quién se preserva y hay otro que se provoca; uno y otro tienen contención, pero en el momento de ensayar la vida en la prueba indecible de los principios, el que se revela, es quién podría ser destruido en lo inmediato.

    La guerra -todas y la misma, otra- llevan a eso, mucho más que cualquier otro movimiento del involucrarse ó no. Ella es decisiva para la decisión, porque no hay forma de decir no, sino del decir de sí, ahí hay que decirlo, o sea, involucrarse. Céline tiene que consumirse y hacer combustión de sí mismo en medio de la guerra. No es Céline como los que uno escucha ahora, que se adhieren a la guerra o la invasión, dando muestras de un incondicional apoyo, pero porque están aquí, porque no es con ellos, porque nunca será con ellos, porque nade de lo que ellos tienen y son, será destruido y derribado. Céline sabía que en todo momento sería con él, que no había forma de no comprometerse, ese era su principio y su resolución teórica y su formación total como destino. No había manera de hacer concesiones. Nuestras adhesiones, si las hay, son momentáneas, mientras no se sienta que nos ponen a prueba, mientras no sea con nosotros, y lo más obtuso, aunque lo sea.

    De un castillo a otro (1957), es un texto de intensidades y de hacer interminable lo que ya nunca más podía terminar en él, aunque Deleuze y Güattari indiquen que: (…) Céline ya no tenía ganas de decir, excepto sus desgracias, es decir, ya no tenía ganas de escribir, solo tenía necesidad de dinero (…). Aquí lo que se evidencia es el miedo de Deleuze y Güattari, ante lo que revolucionariamente se dice en Céline, es más de aquello que es dicho por él, sin mediaciones, sin condiciones, en una total libertad, que da el sentido de la muerte en y sobre lo que se dice. Es una posición indestructible, que no obedece a una demostración como tesis, sino una demostración en la vida y con la vida. Eso lo relaciona con un Drieu la Rochelle, un Maurice Sachs, un Artaud, un Kerouac. Y ahora se tiene que leer, lo que haya, que es lo «nuevo», principalmente porque hay que estar al hilo de la modernidad, no por la modernidad sino por los modernos, que es lo más inane: Amis, McEwan, Vikram Seth o Kureishi.

    Y lo que se previene es lo que deviene de la provocación celiniana, su posición, ella es la que hace de sus libros lo censurable y lo condenable. Transmitir la verdad de una vida, de lo que ella se dice y de lo que revela es lo que se censura, es lo que se necesita contener, ocultar. Céline propone una liberación de todo, y de sí mismo antes que nada. Equivocarse uno no es nada, en relación con toda la equivocación que hay en el mundo, podría hacerse esa “odiosa” comparación, que no lo es tanto, ya que se trata de la vida (y la muerte) de uno mismo, en este caso, de la vida (y la muerte) de Céline, y de quienes vivieron esta sórdida y horrenda experiencia con él. Traer de lo abyecto y perverso (Julia Kristeva: Poderes de la perversión) la belleza insobornable e insurrecta de la vida.

    (…) Puedo decir que tengo muchos recuerdos para una vida tan piojosa como la mía… y no gratuitamente pintorescos… ¡recuerdos pagados!… ¡incluso pagados horriblemente caros!… pues bien, entre nosotros, la circunstancia me llega al alma… Ironiza sobre lo que ya no tiene resolución, sobre lo que es irresoluble: debo decirlo todo, para decirlo todo. Es ahí donde ya no puede haber sino esa medida que da el exceso. El, si se quiere, sentido destructivo. No es este un libro de un masoquista, no, es un libro de quién prueba a liberarse de sus fantasmas, de su exceso o no de realidad, de su irreverencia y absolutismo en sí mismo; es la evidencia de quién no hace maniobras y no tiene intereses de nada y por nada, que ni siquiera halla un exorcismo en eso que hace, ya que la realidad queda por ahí, en los intersticios y lo llevan al extravío.

    Y en esa relación no se puede ser otra cosa que un hermoso fanático, para uno mismo. Condenarse sí, pero ante sí mismo y no para los otros, para que los otros te ayuden, es lo que dice y hace Céline, por eso dice: ¡Dios mío, que agradable sería guardar todo esto para uno mismo!… no decir una palabra, no escribir más, que te dejen en paz… uno iría a terminar sus días en cualquier sitio a la orilla del mar… Texto y textura de uno mismo, crítica en crisis de la vida, la crítica de la realidad, como una manera de hacer crisis en uno mismo, sin que nada pueda hacerse, para transformar esa realidad, ya que está muerta, y ante la realidad muerta, como la historia, nada puede decirse que no sea, exclamar ante la nada. Destino inexorable.

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