La comunidad tibetana en el exilio se encuentra ante una coyuntura marcada por la incertidumbre. El Dalai Lama, próximo a cumplir 90 años, prepara un anuncio sobre su sucesión en un contexto de tensiones por la posible intervención del gobierno chino en el proceso.
Desde su exilio en India, donde ha permanecido durante casi siete décadas, el líder espiritual ha sostenido el liderazgo de su pueblo. Con el paso del tiempo, el debate sobre su eventual reemplazo se ha intensificado. El Dalai Lama ha anunciado que dará a conocer su plan de sucesión el próximo 6 de julio, día de su cumpleaños.
Según explicó Tsering Yangchen, miembro del parlamento tibetano en el exilio, la comunidad se prepara «para lo peor», citando una expresión habitual del líder espiritual. Las autoridades tibetanas buscan adelantarse a posibles maniobras de Beijing para controlar el proceso.
Tradicionalmente, la búsqueda de la reencarnación del Dalai Lama se inicia después de su fallecimiento. Este procedimiento puede extenderse durante varios años, desde la identificación del niño hasta su formación espiritual. Sin embargo, el actual Dalai Lama ha dejado abierta la posibilidad de modificar este protocolo con el fin de evitar un vacío de poder que pueda ser aprovechado por el gobierno chino.
Entre las alternativas planteadas figura la elección de un sucesor nacido en un país considerado libre, lo que podría incluir a miembros de la diáspora tibetana, conformada por aproximadamente 140.000 personas, de las cuales cerca de la mitad reside en India. Además, el líder ha señalado que no es obligatorio que su sucesor sea un hombre o un menor de edad.
China ya ha intervenido en procesos similares como por ejemplo tras la muerte del décimo Panchen Lama, el gobierno chino designó a un candidato propio, quien recientemente sostuvo una reunión con el presidente Xi Jinping. La posibilidad de una intervención similar en la sucesión del Dalai Lama ha generado preocupación entre los tibetanos.
Los procesos de sucesión en el Tíbet han atravesado periodos complejos en el pasado. Tras la muerte del decimotercer Dalai Lama en 1933, la búsqueda de su reencarnación se extendió durante dos años y estuvo marcada por dificultades logísticas y políticas.
Lobsang Tenzin, conocido como Samdhong Rinpoche y ex primer ministro de la administración tibetana en el exilio, advirtió que un vacío de poder en las actuales condiciones podría generar complicaciones. Desde los inicios del exilio, el Dalai Lama impulsó la creación de instituciones capaces de mantener la cohesión de la comunidad, promoviendo el desarrollo de una cultura institucional sólida.
El proceso de descentralización política comenzó en 2001 y se consolidó en 2011, cuando los tibetanos eligieron por primera vez, mediante votación, a un sikyong o presidente de la administración en el exilio. En 2012, al presentar al nuevo líder electo, el Dalai Lama afirmó: «Él es mi jefe. Aunque cuando se trata de asuntos espirituales, yo sigo siendo su jefe».
El actual sikyong, Penpa Tsering, nació hace 62 años en un campo de refugiados en India. Su administración maneja un presupuesto anual cercano a los 35 millones de dólares, de los cuales aproximadamente el 10% proviene de aportes voluntarios de los exiliados. El resto corresponde a contribuciones de países como Estados Unidos, India y varias naciones europeas.
Durante el mandato de Donald Trump, el gobierno estadounidense recortó parte de la ayuda destinada a las instituciones tibetanas en el exilio. A su vez, el gobierno de India ha mantenido una posición reservada sobre el tema de la sucesión, en un contexto de relaciones diplomáticas sensibles con Beijing.
El parlamento tibetano en el exilio, integrado por 45 miembros, celebra sesiones dos veces al año en Dharamsala, India. Varios de sus miembros desempeñan funciones adicionales en actividades como la enseñanza o el comercio. Las plataformas digitales han permitido mantener la cohesión de la diáspora tibetana, que ya alcanza a la tercera generación.
Penpa Tsering ha descrito su rol como el de un “guía turístico digital”, encargado de fortalecer los lazos entre los tibetanos dispersos en diversas partes del mundo, en medio de la expectativa sobre el futuro liderazgo espiritual del Tíbet.