La figura de la gobernadora del Meta, Rafaela Cortés Zambrano, no corresponde a la de una viuda que asumió la carrera política de su esposo, Felipe Carreño. Su destino ha estado inexorablemente ligado al Partido de la U, una conexión que va más allá de la mera afiliación.
La historia de la mandataria es la historia de una operación política minuciosa, forjada desde sus cimientos por su difunto esposo, Felipe Carreño. Una relación que hoy proyecta la sombra de sus alianzas con los falsos “uribistas”
Felipe Carreño no fue un nombre más en la lista de Santos; fue el escultor, el ingeniero maestro detrás del Partido de la U. Era parte de la estructura de la colectividad desde su génesis santista, no uribista. Su influencia, se extendía desde la capacidad de congregar a personalidades dispares hasta la habilidad para tejer una red de alianzas que no solo dotó al partido de músculo, sino que también sembró las semillas de su futuro político. Cada movimiento de la U en el Meta, llevaba la impronta indeleble de Carreño, consolidando a la U como una fuerza ineludible en su época.
Rafaela Cortés, antes de ser la Gobernadora que hoy conocemos, tuvo una inmersión profunda en el seno del Partido de la U, donde absorbió los principios, las sutilezas internas y las intrincadas alianzas estratégicas que su difunto esposo cultivaba.
Esta simbiosis ha sido, sin duda, un trampolín para Rafaela Cortés, permitiéndole capitalizar la estructura y el respaldo de la colectividad para consolidar su plataforma y su capacidad de gobernar, que no solo se vio con la entrega del aval a la Gobernación para 2023, de la mano de la misma Dilian Francisca Toro.
Su administración ha tejido alianzas con figuras vinculadas al «santismo». Estas conexiones han encendido el debate sobre la verdadera brújula ideológica de su gobierno y la naturaleza de los compromisos adquiridos en el Meta.
