Por: Óscar Jairo González Hernández
¿Qué es para usted la luz y cómo se realizó su relación inicial ante ella, en qué momento se dio ese hecho, qué carácter tuvo para usted y por qué? Respondo a esta, y al resto de las preguntas, en un día tórrido, a lo que aquí no estamos acostumbrados.
Esta situación climática me ocasiona un notable malestar físico. De todos modos, trataré de estar a la altura de tan pensadas y exigentes cuestiones acerca de un tema que, desde siempre, me fascina. Comenzaré por la segunda parte de la pregunta.
Mi madre en muchas ocasiones contaba que mi primer gesto, apenas nacido, fue mirar en dirección a la luz que entraba por una ventana de la clínica. Ella era muy imaginativa más que yo. Pero ese relato que tuvo o no lugar significó a lo largo de mi vida un hecho fundacional.
El big bang a partir del cual se fue conformando mi universo, todavía en plena construcción. Ahora, ¿qué es para mí la luz? Antes que cualquier otra cosa, lo que surge, al cabo de una larga oscuridad, para librarnos de esta.
En un lenguaje simbólico, aquello que surge y se manifiesta como fuerza creadora, energía vital, irradiación contraria a aquello que se presenta en estado caótico, no desarrollado, no desenvuelto. Es la luz, entonces, lo que trae aparejada la diferenciación.

¿Cómo y en qué forma se desarrolló, evolucionó o no interviniendo su ser y hacer estético, qué oquedades o fisuras o consistencias ha tenido o no y por qué? Aquí lo que no soy capaz de explicar. Se trata de un proceso interno, que se da en lo más profundo, que tiene lugar hace mucho de modo inconsciente. Y si puedo afirmar, esto es por lo que este fenómeno produce: poemas.
Al verlos aparecer en el papel, como afirma Max Ernst que se define no creador, sino testigo, me asombro: ¿esto es lo que tengo adentro?, me pregunto. Este descubrimiento a veces me conforta; otras veces, me atemoriza.
En mi poesía, creo, hay varios asuntos que se manifiestan siempre; uno de ellos, la luz. ¿Qué puedo decir de la evolución de este, y otros, temas? (siendo el o los asuntos que trata lo menos poético del poema). Mi respuesta sería que lo que desde el primer poema al más reciente varía es el modo en que trato el tema.
Lo que trato es cambiar el ángulo, mirarlo desde diversos lugares, desde diferentes puntos de vista. ¿Con la obra de qué poeta, escritor, pintor, escultor, fotógrafo; usted descubrió y se transmitió a sí mismo de manera radical e incrementó o no su relación con el tema de la luz y por qué? Una mañana, hace largo tiempo, me separé del grupo con motivo de una visita al Louvre. Y, por azar, ingresé en total soledad a la sala dedicada a Georges de la Tour.
Desde entonces, yo, por aquellos días, escribía mis primeros, torpes, vacilantes poemas, trato de que mis poemas contengan ese modo de tratar la luz. Sigo fracasando, pero cada vez fracasando mejor.
¿Desde dónde en usted considera que esa relación con la luz se mantiene y sostiene intacta o indeleble en usted y su ser y hacer estético o no y por qué? Perdura y perdurará, sin duda. Se mantiene presente en cuanto escribo. Así, un poema reciente: ¿De qué habla este poema? ¿De unas ramas?… ¿De qué habla este poema? ¿De unas ramas retorcidas, del sigilo, del tedio, de una copa con agua que se desborda, ¿De un no esperado advenimiento? Una áspera espalda, al tacto, como de pez Y una inexpresable pero cierta desafinación.
En el arco azul a cuya sombra moramos, Y algo que nos obliga a cerrar la ventana, Y un vasto pasado que aúlla más que una tormenta, Y un aceite que se vierte sin que medie un solo presagio. ¿De qué habla? Es insuficiente la vigilia, Es magra la dádiva del dolor, poco lo que la luz, en su avance, difunde; De otro, como siempre, es el secreto.




