lunes, noviembre 17, 2025
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Alejandro Pérez Betancur: “En Medellín existo, pero en París existo autrement

Por: Óscar Jairo González Hernández

¿En este momento mismo, concentrado densamente en su forma y contenido, qué sentido, qué sinsentido, qué naturaleza, qué simboliza, qué se lleva de ti o que llevas tú a París y por qué, cómo, desde dónde y con qué haces ese constructo, desde lo racional y sensible de lo que haces y vives allí (y has vivido y muerto), quién eres?

(Excavaciones). Ante estas preguntas, que pasan por la letra y sus articulaciones, no puedo, sino enfrentarme a una nueva realidad, y es quizás la primera parte de lo que me queda con París y es mi escritura. Mi español ya no es el mismo, se encuentra a veces con más de un tropezón que me invita a repensarlo.

Lengua materna solo hay una, como la madre, pero ¿quién no tiene “problemas” con la madre y su deseo? Pues mi español materno se ha modificado con mi francés de adopción. De ahí quizás alguna problemática de gramática o de ortografía en esta mi respuesta. Una pregunta así solo puede responderse desde lo más personal. Es decir, que exige la singularidad más sincera.

Eso genera el riesgo de aburrir al lector, pues no será una teoría de París, sino un pequeño «tableau» de lo que se debe denominar como «MI París». «Mi» mayúscula, para insistir en mi más absoluta singularidad, donde ese París será solo mío, producto y artefacto de mi subjetividad, y, por lo tanto, entonces, artificio.

¡Otro París así no existe, porque solo existe en mi cabeza, en mis anécdotas, en mi relato, bref! En mi experiencia. En París solo hay uno. Y es el mío. Pero llegué a ese París por los imaginarios de otros París: El de Ionesco y el de Beckett, o incluso el de Joyce, que no se escribe sino en sus biografías.

¡Oh, sorpresa! Escribiendo esto me doy cuenta de que ninguno de los anteriores “nació” francés. Llegaron en un momento de su vida, y bueno, parece que París les dio algo. Un nombre, quizás. Aquí va un francés, un hijo de no franceses, levantado en la guerra, con sus estragos: Perec. Perec un día – y varias noches- me robó el corazón, con su genialidad y su atletismo de las letras que se me presentó como radicalmente original.

En Perec, por su lado, sí encontramos un París. Este toma y bebe de una realidad, que está ahí, en la calle, en la boca del metro, y en los monumentos, pero vivirlo así, solo se encuentra en el «parec» (París-Perec). Con Perec me fascinó también que nuestros apellidos solo se diferenciarán por una letra. De ese modo también tengo mi «Parez».

El neologismo no funciona, pues falta la “i”, que es donde se encuentra la singularidad sonora de París. Esto me lleva a pensar en la palabra francesa «Pari», que se traduce como “apuesta”. La sonoridad es muy similar, y a veces, en un francés que no es lengua materna, se puede claramente deslizar un malentendido, y por hablar de París, se termina hablando de una apuesta, ¿Es entonces un verdadero equívoco?

Es por ahí donde se debe entrar a la cuestión, a esa alcantarilla subjetiva. París es para mí, en primera instancia, una apuesta, quizás la más vertiginosa de mi vida. No apuesto con dinero, pero soy un maestro de las apuestas subjetivas. Las cosas se prueban, ponen a prueba y se aprueban en la experiencia.

París es mucho, pues París es una fiesta y París no se acaba nunca. Y la mía no se parece a ninguna de estas. Quizás me dio la oportunidad de hacerme también un nombre, uno mío y de nadie más. Alguna vez un amigo me dijo: «Sos el más francés de Colombia» y no me quedo, sino responder «y el más colombiano de Francia». Y bueno, volvamos un poco a la cuestión de la lengua.

Lo que me trajo de forma definitiva y práctica a París fue el psicoanálisis de Jacques Lacan. El francés se impuso entonces como una necesidad para leer en la lengua materna de mi autor, sus seminarios y escritos. Meses antes de mi viaje, un psicoanalista argentino, instalado en París hace varias décadas, me preguntó: ¿Cuánto tiempo piensa quedarse? Y yo le respondí que no lo sabía. Su respuesta sigue siendo un aliento: Eso no importa, porque pase lo que pase, la experiencia ya será una ganancia.

Tengo otra lengua, de adopción, y tengo una vida que me he construido a mi manera en resonancia con mi deseo. Eso me lo dio París. Una amiga, muy francesa ella, me dice alguna vez: «Te das cuenta de que el francés no es tu lengua materna, tienes acento, y muchas expresiones que no conoces. Y eso no ha impedido que la gente, de París, te venga a consultar.» Ese es el otro punto, la pluralidad de esta ciudad, hace una de sus más bellas particularidades.

Esa pluralidad de la que habló, da un marco de acción, que a veces parece campo de batalla, enorme, donde todos y cada uno puede jugar. En ese encuentro de la resonancia de mi deseo, si murió algo. O mejor, alguien. Murió el personaje que me había hecho para Medellín, cargado de arrogancia y posturas.

Ese personaje se redujo, casi, digo casi, hasta su extinción, pues aquí aprendí a ser uno más, fundido en una masa hermosa que, sin embargo, pone en valor mi singularidad. Nadie deja su ciudad natal, llena de amigos y familia, solo por curiosidad. Algo se juega en la necesidad de separación. Y sin duda lo mismo se jugó para mí.

Esto ha permitido tantos encuentros, tan singulares y originales, que no puedo, sino experimentar la satisfacción de haber hecho el «pari», de “París”, y con los otros, hacerme un lugar. En Medellín existo, pero en París existo autrement. No siento, nunca lo he sentido, creo, una necesidad de ensalzar París, como una ciudad de excepción.

Cada ciudad tiene su magia, su gracia o su desgracia, por la cual se singulariza. París ha sido, en definitiva, la posibilidad y el escenario perfecto para mí, de poner en marcha un encuentro cercano con mi deseo. Aquí he sido, no yo, sino el otro más parecido a mí.

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