Por: Óscar Jairo González Hernández
¿En qué momento de su formación teatral despertó su interés por el arte, qué necesitó saber y por qué de la vida y la obra de Débora Arango, quién medió para ello y qué alcance tuvo, y tiene en su vida?
No creo que de manera consciente Débora Arango o su obra hayan sido revelación para la construcción de mi obra escrita o de mis montajes-instalaciones escénicas.
Débora Arango y su obra han sido más bien, diría yo, una especie de presencia permanente fantasmática, una aparición que se disuelve o imbrica o encarna en algunas maneras sub textuales como pueden ser el color que se instala como territorio donde ocurren las violencias que narran mis obras o la disposición de los cuerpos que se sitúan en la memoria del 9 de abril o que hacen parte de la montonera de cadáveres que trae el vagón del tren después de la masacre de las bananeras; o la desnudez impúdica de las mujeres y sus poderosos muslos que hacen que yo misma me plante para resistir el cruel patriarcado que desestima el poder creativo de las mujeres.
No hay una época específica ni sé a través de quien me llegó Débora Arango y su obra. Apareció y se inmiscuyó, silenciosa y tremenda, como fuerza en contravía que incita, inconsciente, la escritura.
¿Qué le interesa en su formación, en su intención de formación en el arte, la estética y los desarrollos de su sensibilidad, el carácter realista e histórico de la obra de Débora Arango y por qué, qué dimensión le concede, y por qué?
No tengo un interés específico en la obra de Débora Arango; como lo he dicho, es alguien que junto a su obra se disuelve fantasmática entre los cuerpos que habitan mi obra.
Es color y amontonamiento de cuerpos, impudicia y resistencia. Posiblemente, genera un acento de fortaleza a las narraciones de los cuerpos que hacen tránsito en mis obras: cuerpos violentados, enardecidos, en huida, desaparecidos, en exclusión, sepultados.