Por: Oscar Jairo González Hernández. Docente e investigador
La ciudad del arte, el arte de la ciudad, es una verdad básica para todo el que busque habitar (del ser y el hacer), pues cada habitante tiene un dominio estético, o quiere tenerlo, de ese habitar, podría decirse, cuando se tiene sin más exámenes ni consideraciones, ni intenciones ni propósitos, ni reformas ni contrarreformas el concepto (y lo conceptual tiene su peso aquí), o de una, lo que tiene que ser, lo que debe ser, pero a la vez, lo que no puede ni debe ser.
Y así, los constructores de la ciudad, y de cada una de ellas, forman y desarrollan los debates, las controversias, buscan la imitación de una con otra, la quieren hacer la misma, o manos menos parecida, indican de su calidad en la gestión, más no en la cualidad de su gesto; inherentes al desarrollo urbanístico.
Pero la ciudad del arte, se mantiene imperturbable, porque el arte es una necesidad que tiene en sí el habitante de la ciudad. Habita en la ciudad del arte, en sus plurales estéticas, en sus lugares como en sus no lugares. Y nadie puede contenerlo ni condicionarlo, pues es, obedece (no a una orden que le dan, sino a la orden que se da sobre sí mismo) a una necesidad de expresión. Todo habitante, podemos decir, es un expresionista, tiende a expresarse, reclama la libertad de expresión, su cantidad estética (G. Simmel) de expresionismo, como una de sus estéticas, de la palabra que lo expresa, de la palabra que le es inexpresable, ya que no todo es expresable, pues contiene, de sí o en sí, lo inexpresable. Drama teatral, en la ciudad como en el habitar.
Mediante la palabra del exceso o no, el gesto natural o formado en su naturaleza, el color que proyecta una postura, el volumen que mide un pensar y actuar, el peso que se sostiene o no de una verdad y la forma que quiere darle a su vida de habitante, de su habitar. Y hará más de lo necesario, para poseer su expresión, aquello que dice de él, en su dimensión estética, esa relación indisoluble de su ethos (del carácter) y de su pathos (de la pasión), como lo que nos comunica (en lo incomunicable) el artista Anselm Kiefer en su reflexión-creación: La Ribaute (Por encima de sus ciudades hierba crecerá).
Nos dice el artista Jeison Sierra, que lo llevó a participar, que le quedó de participar en el proyecto Tierra para Habitar: A mediados de Abril del 2023 se inauguró un proyecto llamado Tierra para Habitar que nacía de mis inquietudes por la Bioconstrucción, pues estaba muy interesado en construir con un material tan bello y noble como la Tierra (…); lo que nos lleva a decir, que esa tierra es, quizá de la misma forma, haciendo un paralelo atrevido, la misma ciudad; habitar la tierra, es lo mismo que habitar la ciudad, como si se trata de una naturaleza, que cubre todo el habitar. Cueva, caverna, casa, choza, etc. Dimensión cósmica de la ciudad, de la casa y de la tierra. Y las cosmovisiones estéticas que de allí resultan como intención de formación en la vida poética, de la creación de la ciudad como obra de arte, de la tierra-ciudad, como una instalación que proyecte la relación conocimiento-conciencia sobre el mundo de cada uno de los habitantes de la ciudad, del ser que la habita.
En esa ciudad del arte, el habitante educa (Educación por el arte, Herbert Read), entonces su sensibilidad racional, su instinto estético, su capacidad crítica, el propósito de fraternidad humana, realiza su “contrato” de intercambio, de interacción, con los otros habitantes de la ciudad. No puede exonerarse de ello.
Es lo normal dentro de lo anormal; no hacerlo, sería anormal, se diría. O se dice. Caminaba nuestro habitante por la Avenida La Playa, entre las calles El Palo y Girardot, como quién asciende y desciende a su infierno o a su cielo, que va la cima de la montaña como quién está en la sima de la misma montaña, como un nuevo Sísifo, que sabe muy bien que la piedra que lleva es la de su vida en ese habitar, que es un esteta de la piedra, de las piedras que tiene que subir a la montaña.
Y por la que tendrá que bajar de nuevo, cuando la piedra se le vaya de las manos. Es como el artista, o sea, como quien tiene un ars, una manera de hacer.
Ve la Galería de la Oficina (Nada que ver, con lo que hoy se conoce como “La Oficina”) una casa que lleva ese nombre.
De nuevo la casa, la casa en la ciudad, transformada en galería de arte o librería o teatro. Decide entrar en ella, ya que ser habitante de la ciudad del arte, le provee de esos medios, para llevarlo a ser artista o no. Ya se lo había dicho. Extiende, expande su visión del habitar, el arte se lo propiciará, dice del momento en que entra.
No quiere trato con nadie, sino con la obra que está expuesta. Ve al propietario de la misma, después le dirán que se llama Alberto Sierra. Nunca tratará en su vida con él. Y eso hoy, se le hace una determinación excesiva. No le hace más ni menos en ese su habitar. Habitar en la galería, como un monstruo inadvertido.
Era su manera de hacerse a la vida del artista, era lo que se proponía hacer con su vida en el arte, con su mundo del arte. Y se quedó allí en ella, hasta que tuvo la revelación de la estética, del ethos y el pathos del artista que exponía su obra: Raúl Fernando Retrepo, del que dice el psicoanalista Ramiro Ramírez: La riqueza y la emoción plástica que produce la obra de Restrepo están en su estructura y en el color del óleo-pastel: Esas amplias superficies de color, esa factura lisa que no suprime ni los planos, ni el modelo, la montaña.
La galería de arte, como aquella que le da vida a la ciudad, en la concepción de obra de arte, lo que involucra habitarla desde esa condición, o condiciones; como una naturaleza más de la educación de cada uno de los habitantes en su habitar, para hacerlo más potente, más posible y más real, ante a veces, la impotencia, lo imposible y lo irreal de ese hecho de habitarla, de habitarse en ella como en uno mismo.
El arte en su proyecto realiza esa función, de tenerla. Nadie lo sabe, hasta que no lo hace consciente en sí mismo, como la hace el funámbulo en la cuerda floja, cuando hace consciencia de sí mismo como cuerda, que se mueve, que se desequilibra y equilibra. Así, el habitar de la ciudad como obra de arte.