Por: Óscar Jairo González Hernández
¿Qué dimensión en lo que vive, en lo que se hace ser, en lo que se mide de temperatura mercurial para su estética, en la poesía y en el teatro, qué incidencia, qué trascendencia, qué realidad y que intervención en esos mundos suyos, le concede, le da usted a la luz; qué luz es porque, como la proyecta, como la relaciona con la luz oscura u oscuridad, que nombre tiene en sus sueños, como las sueña y las proyecta, de qué transparencia se tratan en lo gestual y como las exhibe y la oculta, qué es lo oculto de su luz, por qué y por qué no; de qué se trata lo que denomina: “La saturación de la luz?
El registro humano. La huella humana. En la huella humana hay luz. Energía transitando. Ejercida, dejando huella. La huella de nuestra luz perdiéndose, muerta hace siglos, según informan desde el cosmos. Soy con la luz.
A la conciencia que vive la ráfaga, destello, explosión, excitación con aquello donde me encuentro en soledad. En la soledad percibo un clima que es interior y exterior o las dos cosas al mismo tiempo cada día. Cada día con la luz, en la luz, en este mismo escrito que es luz, con lo que respondo la pregunta, lo que deviene más allá de la pregunta, con lo que estaba antes de lo que se puede expresar en el oscuro inmenso. La fuerza vital que encarno. En la luz siempre oscura.
Durante varios años he interpretado la existencia como si cada humano fuese un bombillo humano relacionándose por el mundo, una luz movilizando la transformación de energía. Poco a poco el concepto de luz se ha convertido en mí la idea terrorífica de definir lo simple de “ser humano” en el vasto universo oscuro. Justo mientras respondo en la tierra, vivo la idea terrorífica que atina despertar el más allá de la pregunta. El trayecto de ser. La energía en su pregunta. Sol y soy. Soy un libro de preguntas.
Una atención en tensión por escribir. Por responder qué se sabe de la idea “Bombillos humanos” o de “la saturación de la luz” de sacudir el estadio de esta carne. De despertar el estallido de la interpretación condensada en poesía y en teatro. Soy un ciudadano que se dedica a pensar como un actor, comparte la poesía de ser dramaturgia. Sebastián Sombras Sombrero, un ciudadano de los millones que no se gana miles. Eso soy. Una sacudida de mí mismo con mis otros. De lo mismo que podemos vivir en esta época. De saturación de la luz.
Mi posición estética, desde mi ser “radioactivo” y con el colectivo Sublime Escénico, es manifestar a este tiempo con teatro y poesía que hay una ceguera colectiva de saturación de luz, una movilización irrefrenable de vivir para producir nuestros recursos; una bomba informática que sigue incrementando y con la que hoy el Estado Mayor control sobre los cuerpos humanos; El exceso de reproductividad de pantallas; el cúmulo de basura; la movilización imparable -y excesiva- de automóviles en las ciudades… No hay forma de ver nuestra propia luz interior… Nos movilizamos a toda marcha… no hay cómo detener esta ceguera así mismo y de lo colectivo… cada vez más luces en las ciudades… la peste lumínica es una necesidad colectiva, administrada, controlada de la aldea global, cada vez más diversa y la homogeneidad. La peste lumínica es un manifiesto estético que hemos nombrado en La Misa de la Poesía patafísica y la obra de teatro “El bombillo y la ventana”.
Luz e historia. Lo que se puede saber de la luz se escapa al entendimiento humano. A la gran mayoría dominados o no repele pensar el curso irrefrenable de la historia. En esta ciudad, en este Valle inmanente de Aburrá, en las casas, en las universidades, en las calles, como reflejo de una sociedad mundial, se dice “Dejad de pensar”.
¿Estamos en una época oscura llena de luz? ¿Tanto daño nos hizo la ilustración que hoy los “doctos” y el “vulgo” les aterra pensar, vivir la controversia sin que de la mano esté intensiones de codicia? ¿Con quiénes puede existir la crítica estética y verdaderamente política, en medio de la manipulación de los pueblos, mientras nos llenamos de información y formalismos burocráticos para organizarnos mejor colectivamente? ¿Acaso esta no es la peste lumínica, el exceso de mantener nuestro convivir cotidiano en solo producir y quedar en papeles de casos archivados, sin pensar la energía que se ejerce? ¿Acaso no hay una pérdida de atención masiva donde se vive más por la productividad que por la creatividad? Estamos más preocupados por sobrevivir que por vivir, de ello se sabe hace siglos.
Se podría pensar que no hay una época con mayores oportunidades para saber de ciencias y artes como esta, sin embargo, en controversia está la salud mental, la salud del cuerpo, que a hoy depende fármacos y medicamentos psiquiátricos para tolerar la aturdida vida de excesos, de fatiga y cansancio del tránsito de nuestra saturada luz, nuestro saturado cuerpo que agoniza en su luz.
De esta época se puede saber que todavía no hay, no existe, no se quiere atender, no se puede detener, repele pensar la reversión del progreso, no hay vuelta atrás. La razón nos carcome la cabeza de la que solo nace petróleo. Lo humano va hacia adelante en el camino de lo inhumano y con ello está la conquista de la luz sin que se piensa aún mejor, efectivamente y colectivamente, cómo podemos mejorar nuestras formas de administrar nuestros recursos.

Si pensamos cómo transformar la energía o cómo la estamos transformando individual y colectivamente, quizá que puede existir una revolución personal… Quizá me excedo, me sulfuro, me abruma aquel tema que deja mucho más a conversar sobre la saturación de la luz. La peste lumínica no es un concepto definitivo. Por ahora sigo movilizando esta pregunta, para ver qué retumba en los espectadores. Soy un ser movilizado por la poesía para ser y hacer teatro.
¿Poesía de la actuación? Escribir versos sobre la luz; dedicarme a la luz como parte de la lectura social, de cómo interpreto la incisión a este tiempo. En la obra de teatro El bombillo y la ventana se recibe al espectador con un ojo para ser abierto a la luz. De este ojo sale el actor a operar el bombillo. Su propio bombillo.
Quizá si se asiste a la obra, se podrá conocer esta carne que expulsa de mí la pregunta a la saturación de luz. Esta obra es la cortesía de mi corteza, los adentros de mis sueños, realidades, de irme perdiendo en la luz de la conciencia, en el total oscuro. El oscuro de mis sueños. El viaje de una luz. Un bombillo. Encarnar el personaje que he elegido: un bombillo. Apestar el fastidio y el tedio de la ciudad. Amar esta carne en su derrota.
El teatro se revela alegremente. De la revelación que me repudia alegremente. Ser teatro. Estoy joven, pero vivo el hambre de lo antiguo. La principal fuente de inspiración es mi cuerpo. Cuando movilizo mi cuerpo, estoy desconocido de mí mismo. Sin embargo, hay algo que no hace perderme: la luz. Con luz siento que encarno la acción. La palabra luz.
El teatro me hace morderme la carne. Estoy en la incisión de una época. Practicando un ejercicio sin fin. El teatro se come la vida de mi juventud. De la vieja juventud. El teatro me devora. Quien se dedica al teatro lo devora su actuación.
La actuación que no es el actor. La actuación de los espectadores en el actor. Explotar, gestar un movimiento con la peste lumínica. Encontrar la oposición afirmativa. Encarnada. Vida en su negativa. Como joven me opongo al empecinamiento y a la ceguera de este siglo. Saber de cada vez más, cada vez menos, como promulga el maestro Carlos Mario González.


 

