Por: Óscar Jairo González Hernández
En sus temas (constructos diseminadores del arte o de su estética), los que le hacen acceder, provocar un conocimiento, incrustar una conciencia sensible, asir o no un símbolo, sentir en qué dimensión, sostener su visión de conocimiento, o que haya hecho un trayecto en su vida obsesivo onírico quiromántico y real: ¿Podría decirnos qué flor lo ha causado y realizado y por qué y para qué en lo que ha hecho o en lo que hace? ¿Revelación del instante, o de su catarsis?
Las flores de guayacanes sobre el pavimento de Medellín siempre me han parecido una gran imagen de belleza y fragilidad. Muchos son los que se han detenido sobre este sublime contraste y yo no he sido la excepción. No solo eso, me llevaron en algún momento de mi sensibilidad profunda a revivir recuerdos de aquella finca de cultivo de flores en el boquerón, más allá del corregimiento de San Cristóbal a las afueras de Medellín, donde a mis escasos nueve años de edad, los cultivos de pompones y cartuchos que eran de mí misma altura y me llenaban de placer y alegría.
Los veía gigantes cuando los recorría de día a la luz del sol, filtrado por un plástico protector, y de noche, los veía iluminados como en un sueño por cientos de bombillos que estimulaban a las plantas a no dejar de crecer. La belleza surrealista de aquel paisaje me venía a la mente cuando me quedaba viendo aquellas flores de Guayacán sobre el pavimento, pero, ¿y el pavimento?
El recuerdo casi sentido de aquellos dolores de cabeza que me daban cuando iba a aquella finca, era como un pavimento sobre mi cabeza. A diferencia de los habitantes que en la noche intentaban dormir en aquella casa y que no lo lograban, yo, sí dormía y descansaba en el sueño de mi dolor de cabeza. Le contaba a mi madre que aquella finca me hacía doler la cabeza, ella me acariciaba la cabeza y me decía que ella cuidaba de mi sueño para que me aliviara, mientras ella, y todas las demás personas, luchaban contra una bruja que ponía la finca patas arriba, se burlaba de ellos gritando y moviendo todo por donde pasaba.
Eso sí, cuando yo llegaba a nuestra casa en Medellín, se me aparecía en las noches de insomnio un ser que se posaba sobre mí y no me dejaba respirar, ni gritar, ni dormir hasta que se iba, entonces, yo me levantaba y me iba corriendo y espantado a la alcoba de mis padres para suplicarles apoyo para soportar aquella presencia, la cual, nunca supe si era real o producto de mi mente.
Mis padres, pasado el tiempo, ya no me recibían en su alcoba y tuve que aprender a luchar solo frente a esa presencia. Logré vencerla sin darme cuenta, casi sin saber cómo, una noche, mientras yacía acostado, mi visión se desprendió de mi cuerpo y levité liviano sobre la alcoba, vi mi cuerpo inerte sobre la cama, no sentí miedo, por lo menos mientras me mantenía cerca y no saliera a deambular fuera de la alcoba y de la casa donde la curiosidad y cierta dosis de temor me atraían a hacerlo.
Luego de varias experiencias nocturnas, me atreví y fui afuera de la casa, navegué sobre los sectores cercanos, sentía una adrenalina particular que me gustaba. Me sentía ligero, podía ir a donde quisiera, incluso, alguna vez, sin proponérmelo, me eleve y me eleve, más y más arriba, hasta que vi el planeta pequeño y un hilo plateado que me conectaba a él, sentí temor y regresé a mi alcoba y a mi cuerpo.
La primera vez que este acto espontáneo sucedió y quedé pegado al techo de la alcoba, vi llegar un ser gris, amorfo a posarse sobre mi cuerpo infantil, esa cosa amorfa y gris, al darse cuenta de que mi cuerpo no oponía resistencia, se percató que una parte de mi ser se encontraba sobre ella y huyó, huyo para nunca más volver.
Esa vez sentí un triunfo, tal vez el primer triunfo importante de mi vida frente al miedo. Los recuerdos de esos tiempos de mi vida donde corría por cultivos de flores amarillas del tamaño de mi propia altura y esa extraña presencia que ahogaba mi grito vino a mi memoria cuando veía aquellas flores sobre el piso. Comprendí en ese momento que tenía una fuerte sensación y la necesidad de realizar algunas pinturas de flores gigantes, macroscópicas y fue así como nació una serie de óleos que denominé “Un universo una flor” conjunto de pinturas de flores donde no quise hablar del pavimento, ni de los espantos de mi infancia.
Eso sí, quise pintar la inmensidad que puede representar una flor para el insecto, una abeja que, en su vuelo, como símil de mi recuerdo cuando yo levitaba sobre la ciudad, recorre la flor, llena de adrenalina, henchida de placer y algo de temor. Tal como resulta por momentos ser la vida.