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sábado, octubre 19, 2024
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    Punto seguido

    Por: Óscar Jairo González

    Esta ciudad es la ficción de un beduino que se perdió hace quinientos años tratando de descubrir el alma del ladrillo en los ojos enrojecidos de las salamandras. Nacida de una lengua de viento, formada por la lasciva sed de los desiertos, no puede dejarnos más que un secreto Camellón de los Guanteros; calle borrosa como el oasis donde el cadáver conserva la sonrisa del antiguo Minotauro. Ciudad del laberinto, donde el sable de la Media Luna y el conjuro de los ebrios nos dejan mensajes secretos.

    Fina espada de un acero construido de miserias, voz de un poema con arenas, puntual reloj que borra el tiempo en Med-Yin. Lugar donde el Tuerto es Rey, Alibabá brota del acueducto y un río se deshace abriendo una senda de jinetes por el agua. El tahúr y el peregrino muelen su mismo pan, el asesino sabe de iglesias y tiembla con los rayos, los santos cohabitan en la guarnición del lapidario. Ciudad inventada con monedas y pintada en alcohol; aquí PROMETEO se embriaga buscando signos en las piedras y OTRAS PALABRAS dice una Babel interrumpida.

    El arco mudo de las casas viejas es el reflejo de un arco gótico que ensombrece el cielo.

    Más en todo este bazar, trueque de naipe con el taller de inventos, no podemos quedarnos en la cabina ocho, en sumidero o metrallo. En este lugar donde la sinfonía de un revólver anula la sombra del labrador sobre la tierra, existe un nuevo medidor del universo. Al descontar los siglos, los ángeles dejan de arrastrar sus alas y elevan la leyenda como una forma de amuleto. Aquí, la palabra entrelaza historia con los cuentos y hace de toda crónica un invento de lunas a manera de clave de existencia.

    En Med-Yin, el siglo XX no hace cambalache en las esquinas, aquí los muros vuelan y el alma de las cosas busca su rastro en las basuras de las fiestas.

    Por eso, toda ausencia de mirra, todo este desorden del oro, todos estos reyes nacidos de pesebre, no son más que un cuento de la bella Sherezada, una leyenda de un Sultán del opio, un escenario de un dos mil con sangre de un árabe negro dolido por la tierra que inventó su abuelo. Un poema escrito en números arábigos, en metros de asfalto, en hijos que besan el leporino grito de sus sueños.

    Ciudad inventada para decir mentiras, para robar corduras y envejecer doctrinas. Ciudad del alma de manicomio y cara de cometa: hija de gitano Sarraceno, mezcla de Negro Etiopíe con vinos secos, huesos de Cacique encerrados en el cráneo de sus cerros y pies de trotamundos haciendo lenguajes de ciudades del futuro.

    Med-Yin, ábrete sésamo de una magia inconjurable.

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