Por: María Antonia Rendón
¿Desde su percepción y experiencia artística, qué es a luz? Nunca me he interesado ni inclinado hacia la luz. No me inquieta sino la luz de la oscuridad. Esa es en la que me busco, esa es la que busco. De esa inquietud inquietante sería la membrana de mi visión sobre la luz. No es la luz, un incendio en la oscuridad. Es la luz del que le interesa, no la luz del deseante, que sería la mía. Yo no sabría decir nada de la luz.
Tensiones de la vida lumínica, quizá sí. Podría ser en mí, pero no lo concreto como tal indicación necesaria en mi vida. Tiendo más a lo oscuro, me tienta más. Y lo reclamo más, dado que de lo oscuro podría devenir la radiante transparencia. Eso es lo mío: Radiante transparencia.
La medusa transparente es para mí la luz, ¿Cuál fue el primer momento en que tuvo conciencia de la luz? ¿Este momento de conciencia tuvo importancia o afectó en algún grado su vida? No he tenido conciencia de la luz en mi vida. Como he dicho, nunca la he necesitado en el sentido de lo que la luz dice a todos, pero no me dice a mí.
Y a mí, en su realidad, no me dice nada. Y como todavía estoy en construcción y formación de mi luz, o de lo que llamaría la luz, entonces no puedo decirle, en qué momento tuve conciencia de ella. Intento alcanzar la luz en mí, desde mi construcción de ella. Eso es mi mediación con la luz, el no conocerla todavía.
Tendría que ser un místico para conocerla, o sea para que sea conocimiento, desde mi naturaleza, pero no soy un místico, sino al contrario, en otra perspectiva, un hedonista de las sensaciones. Y en las sensaciones, no interesa la luz, en mis sensaciones, quiero decir. ¿Cuál es la visión que tiene de usted mismo y del mundo? Yo no sé si estoy o no en el mundo. No sé qué es el mundo. Mi visión es sobre mí mismo, en la totalidad del caos y la turbulencia secreta y evidente que causo en mi vida.
O cómo decirlo: mi destino. Es la eclosión en un instante de lo que llamo: Membrana del Sentido (MS), que es donde me muevo, me poseo, me oculto como una pedante insolente. No me siento en el mundo, sino en mi mundo. No sé de la visión, sino de mi visión, de mi videncia, que es una relación con el instante, que es lo que está en mí. Y que se muestra a mí mismo, a nadie más. No sé comunicarlo, intento transmitirlo como una forma de excavar en mi tumba.
Ya sabemos que se coincide en que se tiene que morir, para ir a la tumba, y yo, al revés, he construido mi tumba antes de morir. O muriendo la construyó. Es una dimensión otra, de lo que es “conocer el mundo” y “tener un mundo” (Heller). Yo realicé una relación de carácter intersticial o de intersección y me indico mi vida o mi mundo entre una y otra. Nunca una sin la otra.

¿Considera que la luz ha reformado el conocimiento de usted mismo y de los otros en su mundo? En unos momentos del trayecto que realizo sobre mi naturaleza excesiva (no excedente), o sea, desde la hybris, sí he tenido una relación con la luz, traté sobre ella, no sé qué tanto, como lo decía en otro momento, pero nunca obsesionado por ella.
O esa obsesión no era como lo quería, inconsciente. Ya que para mí la obsesión no es racionalizable, sino relacional con el inconsciente, con lo que no sé ni sabré. Es el vacío en mí mismo. Causa melancolía, es la verdad, pero en ella hay que vivirse como una totalidad de tumultuosidad desencadenada por uno mismo.
No tener nada medido ni sabido, sino estar en uno mismo como aquello que no se puede alcanzar a dominar y dominarse en aquello que se alcanza a ser o saber de uno mismo. Es como de la trascendencia a la intrascendencia, que es lo que es uno en sí mismo. Cómo estar en el teatro y no saber que se está en él. Vida teatral del conocimiento, es la mía.
Parodia, sin duda. Ironía, es más todavía. Y los otros, ¿será que los otros existen, que nos son necesarios, ¿qué otro sería así o no? Yo invento a los otros en mí, no como a unos Frankenstein, ¿o sí? No, quizá sí, lo sean, para tenerlos en mí y contra mí, es así, no para tenerlos en mí, con la condición de que me quieran o que me idolatren, no, tenerlos también contra mí.
Es mi condición de lo irrevocable, no quiero ser un iluminado, porque sí, no busco eso. Tener lucidez de la conciencia, sí, eso sería lo que intentaría o es lo que intento. Tener la lucidez incisivamente crítica de mí mismo y del mundo y de los otros, o sea, no hacer nada sin mí y si ellos, los otros lo alcanzan a tener de lo mío, sería positivo para ellos, no para mí. No dudar de lo que se es, hacerlo, y si nadie dice nada ni hace nada, indicarse a sí mismo: Pero lo hice. La luz como la lucidez radiante.
¿Qué fecunda la luz a la llegada del mediodía? Nada en sí misma. Y es que ella, se mantiene en la nada. Nada es su invocación. No es material al mediodía, aunque sí es material a la medianoche. No conoce su nombre, porque ella lo es todo, en concreto cuando danza en medio de las locas delirantes que desnudas se mueven en los bosques de hortensias.
No conoce más que lo que ella es. Y si tiene un poder, no es lo más evidente para nadie, porque también tiene una inmensa oscuridad que la cubre. Y la hace misteriosa. No es, pues, nunca la evidencia al mediodía, sino la contra evidencia en la noche. Y también oscura. También tiene oscuridad, que es lo que es o sería su masculinidad tormentosa. Deriva hacia lo femenino, pero solamente en horas zodiacales.
Conoce al mercurio, pero no para tenerlo en sí misma, poseído, sino para liberarlo cuando la observa, la medusa barroca. Es innombrable, pero se nombra cuando se hace rizoma de los tentáculos de las maniobras de los hedonistas. Es una mentira. No duda en serlo. No conoce la verdad de los quirománticos que la necesitan. Nunca tiene sentido de la necesidad, es un oximoron.
Es ecléctica en su manera de llenar la oscuridad tenebrosa, por la oscuridad iridiscente. Es eso al mediodía como a la medianoche. Teatro inestable. O sea, en movimiento.
COLLAGES DE DARREN THOMAS









