Mientras tantos en este país conteníamos el aliento frente a la amenaza presidencial de imponer por decreto la consulta popular hundida, en un rincón capitalino se celebraba, con histrionismo y peinados reinventados, el lanzamiento de una candidatura que pretende desmarcarse del petrismo con el mismo cinismo con que antes lo abrazó.
Era el acto inaugural de una “nueva Claudia”, que ahora se perfila como salvadora de la democracia, olvidando, quizás adrede, que fue su voz la que gritó “¡Gustavo, ganamos!”, cuando el país viró hacia el despeñadero. La desconexión de ese partido con la gravedad del momento no es un lapsus ni un olvido: es una conducta sistemática, envuelta en celofán intelectualoide, que ha preferido el cálculo electoral al deber democrático.
Y es que hagamos memoria. Ese es el partido de Sandra Ortiz, de Name y de Carlos Ramón González, hoy imputados por su participación en el escándalo de la UNGRD, donde se habrían desviado más de $70.000 millones de pesos. Es también la casa de Carlos Amaya, gobernador de Boyacá y fichaje cómplice del petrismo en regiones, y de Antonio Sanguino, muy activo en la administración de Claudia en Bogotá y quien hoy funge como ministro de Trabajo del peor gobierno de nuestra historia reciente.
Ese fue el grupo político que -respaldado por el santismo más rancio- con bombos, platillos y más de 310.479 millones de pesos del erario, impulsó en 2018 una consulta anticorrupción cuyo resultado no fue más que una plataforma de campaña para la alcaldía de Claudia López y un desvío doloso de los recursos públicos de las prioridades. Posteriormente, como era la apuesta, Claudia llegó al Liévano y Bogotá fue víctima de su irresponsabilidad con una inseguridad rampante. Según la Secretaría de Seguridad, entre 2020 y 2023 los homicidios aumentaron en más de un 19%, los hurtos en más de un 47 % y los atracos en el sistema de transporte público se volvieron parte del paisaje urbano.
Pero la historia sigue. Con su blindaje moral, llegaron robustecidos al Congreso con una fuerza taquillera. Desde allí no solo celebraban el ascenso de Petro al poder causal de “arrepentimiento” para dos de sus líderes más vocales, sino que ayudaron a pasar suavemente muchos de los proyectos que se promovieron al inicio del mandato. Suavemente…. Así como cuando sirvieron de cómplices a Santos para robarse el plebiscito, legitimando un golpe al Estado de derecho, o como cuando recientemente Angélica Lozano se saltó los consensos construidos en la reforma laboral 2.0, y con una voltereta populista votó un texto que amenaza el ya agónico tejido empresarial y que según Fenalco disparará la informalidad laboral.
Y es que esos son los verdes. Son el partido camaleónico que con una habilidad sin precedentes y respaldados por el buenismo -que con superioridad intelectual nos recuerda que somos nosotros los que nunca entendimos nada-, supieron implantar una narrativa que se mantiene inalterada: Ellos son los buenos, los salvadores de este lodazal ético y moral, los inmunes porque todo es culpa del pasado, de la pandemia o del patriarcado, pero no de su propia ineptitud administrativa o de su baja estatura moral.
Hoy ese partido Verde, donde la ética marchita, se sigue presentando como reserva ética, como si no hubiera sido pieza clave de toda esta debacle. Porque cuando ocho partidos democráticos firmaron ayer una carta advirtiendo que un decreto convocando a la consulta sin aprobación del Senado sería un atentado contra la democracia, ellos se escondieron. No dijeron nada. Guardaron silencio mientras se cocina un intento de golpe institucional. Y no lo hicieron por ingenuidad, sino por estrategia: como buenos santistas saben que una eventual presidencia de Claudia requiere de votos petristas, y no están dispuestos a incomodarlos, aunque eso implique abandonar principios.
Y bueno, pasemos a lo incómodo. Sí, es cierto que para derrotar al petrismo debemos unirnos. Pero la unidad no puede ser un acto de amnesia colectiva. La unidad verdadera exige memoria, responsabilidad y sentido de patria, no ambiciones de marketing ni silencios tácticos. Lo que hacen hoy los verdes, encabezados por Claudia, al abstenerse a firmar esa carta no es otra cosa que traicionar -otra vez-a la democracia. Todo por el íntimo sueño de verla como la primera mujer presidenta, incluso si para lograrlo hay que pasar de agache mientras se dinamitan las bases republicanas.
La gente no es tonta. Tiene memoria y dignidad. Y sabe cuándo le mienten en la cara. Nos estamos jugando el modelo de país en el que queremos vivir y que les dejaremos a nuestros hijos. Bienvenidos los que quieran sumar, pero nunca los que quieran usarnos de plataforma electoral, convenciéndonos de que encarnan el deber ser, cuando han sido parte activa del deshacer.