En medio de la algarabía política, las discusiones sobre ideologías y las trincheras de poder, hay algo que y preocupa porque se nos está olvidando: volver a lo esencial. A los valores, a la ética, al respeto, a la unión, a la democracia en sí. En un país como Colombia donde a veces parece que estamos viviendo al revés y en el que la competencia parece haberse convertido en un fin en sí mismo, donde ganar un punto sobre el otro vale más que construir, debemos detenernos y preguntarnos qué estamos dejando atrás.
Es un hecho; los empresarios, los líderes de opinión, los políticos y los ciudadanos de a pie estamos inmersos en un ecosistema donde la polarización gobierna. Las redes sociales, los debates y hasta la política de calle parecen más interesados en quién derrota a quién que en quién aporta, quién construye, quién actúa con decencia. Pero no hay transformación, ni país que se sostenga sin ética, sin respeto y sin principios claros.
Tenemos que despertar. Estamos a pocos meses de elecciones decisivas: en marzo iremos a las urnas para elegir Congreso y, posteriormente, definiremos quién será nuestro Presidente. Es el momento de pensar, más allá de la simpatía por un partido o la afinidad ideológica. Es el momento de mirar a los ojos de quienes se postulan y preguntarnos: ¿esta persona tiene valores? ¿Es decente? ¿Actúa con respeto y consideración por los demás? La política no puede ser un juego de puntos; debe ser un compromiso con la sociedad.
Volver a lo esencial también implica reconocer que el país no se construye solo desde la política. Los empresarios responsables, los líderes que promueven la educación y la cultura, los ciudadanos que exigen rendición de cuentas y participan con conciencia, todos tenemos un papel y un deber de aportar desde donde estamos. La unión es la clave. Sin ella, la democracia se desgasta, la ética se diluye y los valores quedan relegados a discursos vacíos.
Hoy necesitamos líderes que convoquen, que sumen, que entiendan que la diferencia de opiniones no es enemistad, que la crítica no es ataque y que la construcción colectiva vale más que cualquier ventaja personal. Necesitamos ciudadanos que piensen antes de votar, que prioricen la decencia y el compromiso con el país por encima de los intereses individuales.
Volver a lo esencial no es un gesto romántico ni una nostalgia: es un acto urgente de compromiso con el país. Basta ya de mirar con desconfianza a quien actúa correctamente. Dejemos de normalizar lo que está mal solo porque otros lo hacen, como si eso nos condenara a todos o nos hiciera irreparables. Un país sin valores, sin ética y sin respeto es un país sin futuro. Hoy, más que nunca, tenemos la oportunidad —y la obligación— de elegir bien.