miércoles, julio 9, 2025
InicioOpiniónBernardo Henao Jaramillo(OPINIÓN) Uribe en el banquillo: reflejo de una democracia en ruinas. Por:...

(OPINIÓN) Uribe en el banquillo: reflejo de una democracia en ruinas. Por: Bernardo Henao Jaramillo

Duele profundamente ver al expresidente Álvaro Uribe Vélez, el más grande estadista de nuestra historia reciente, obligado a batirse en el fango de la injusticia en contra de los peores delincuentes del país, reducido a tener que defender su nombre, su legado y su honor en los lodazales de un sistema judicial infiltrado, cooptado y, en muchos frentes, convertido en un arma política. Mientras los verdaderos criminales permanecen en la impunidad, mientras las FARC se toman el Congreso, mientras los beneficiarios de Odebrecht posan de moralistas en los medios, el país se da el lujo de juzgar a quien combatió con decisión al terrorismo y rescató a Colombia del abismo.

Este juicio no es solo contra Uribe. Es un juicio contra la memoria de miles de víctimas del secuestro, contra los soldados caídos en combate, contra las madres que recuperaron a sus hijos gracias a la política de seguridad democrática. Es, en suma, un juicio contra el Estado de derecho mismo.

Curso de Inteligencia Artificial - Carlos Betancur Gálvez

Francisco Barbosa, pupilo de Montealegre y brazo funcional del aparato que diseñó Juan Manuel Santos para blindar a sus aliados y perseguir a sus adversarios, tuvo en sus manos una oportunidad histórica. Pero su pusilanimidad, la vanidad o el cálculo político, no le permitieron tomarla. Su fiscalía se prestó para el juego de quienes odian a Uribe, y a lo que él representa: el orden, la autoridad, la democracia.

Este juicio, aunque lo nieguen, no es jurídico sino simbólico. Y es el espejo de la decadencia de nuestras instituciones. Ese proceso tiene particular interés para la izquierda radical, que no descansará hasta ver al señor expresidente condenado. Si Uribe cae no por pruebas, sino por cálculo político y persecución ideológica, no solo se rompe la historia. Se consuma la traición a Colombia.

Enfrentar al terrorismo, recuperar el país y gobernar con autoridad no debería llevar a una celda, sino a los libros de historia. Pero en la Colombia de hoy, al expresidente Uribe lo juzgan no por sus errores, sino por sus aciertos. Al gran colombiano lo acusan no por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien: recuperar el monopolio legítimo de la fuerza, desmovilizar estructuras criminales, devolverle el país a sus ciudadanos, enfrentar sin miedo a los violentos y sacar adelante reformas en medio del fuego cruzado.

La dignidad con la que ha asumido esta infamia contrasta con la miseria moral de quienes, en nombre de una “justicia selectiva”, se aprestan para ejecutar una venganza disfrazada de proceso penal.

Nos Duele y debería dolerle a toda la nación, ver al señor expresidente Álvaro Uribe Vélez, el más grande estadista del siglo XXI en Colombia, enfrentando un proceso judicial plagado de irregularidades, odios ideológicos y fines políticos. Durante sus dos mandatos (2002–2010), Uribe logró lo que parecía imposible: Reducir el secuestro en más de un 90 %, bajar la tasa de homicidios a menos de la mitad, doblar la inversión extranjera y reactivar la economía, Restablecer la autoridad del Estado en más de 300 municipios, modernizar la infraestructura, la educación y la salud.

Su gobierno no solo salvó a Colombia de la gran tragedia que vivía la Patria, sino que sentó las bases del crecimiento y la institucionalidad en medio del caos. Gobernó con firmeza, sin enriquecerse, sin pactar con criminales, y sin renunciar nunca al imperio de la ley. Lo hizo de frente, sin calculadora electoral en la mano.

Hoy, sin embargo, es perseguido judicialmente en un proceso que no nace del derecho, sino del resentimiento. La base del caso es un testimonio viciado de un condenado por secuestro, Juan Guillermo Monsalve, manipulado desde la cárcel, protegido como “testigo estrella” por una Corte que olvidó las garantías procesales. Al expresidente Uribe se le ocultó el proceso. Se vulneró su presunción de inocencia, se invirtió la carga de la prueba, y se gestó un auténtico entrampamiento con objetivos políticos: silenciar al líder del uribismo e impedir su retorno a la vida pública.

Álvaro Uribe Vélez, a diferencia de tantos otros, no se ha escondido. Renunció al fuero, compareció ante la justicia, entregó sus comunicaciones, dio la cara. Y lo ha hecho sin odio, sin mentir, sin victimizarse. Su dignidad es prueba de su carácter. Su juicio es el espejo de una justicia que ha perdido el rumbo.

Quienes celebran este proceso como una “victoria del Estado de derecho” deberían preguntarse si el Estado de derecho puede sobrevivir cuando se instrumentaliza la justicia para perseguir a los adversarios. Si se tolera que los criminales legislen y los presidentes comparezcan, es porque algo muy profundo se ha quebrado en Colombia.

Este juicio no es contra Uribe. Es contra la historia, contra la legalidad, contra la verdad. Y es, quizás, el acto final de una democracia que se dejó capturar por sus enemigos internos.

El 28 de julio se conocerá por parte de la Juez 44 Penal del Circuito el sentido o alcance del fallo. Y en la primera semana de agosto se proferirá la sentencia de primera instancia.

Con una celeridad inusitada se adelantó este juicio que, a su vez, será juzgado con objetividad por la historia. La defensa del señor expresidente fue de lujo. Sus abogados Jaime Granados, Jaime Lombana y Juan Felipe Amaya y el investigador de lujo Frankie G. Guevara, cumplieron destacadísimo papel. Muchas felicitaciones por el excelente trabajo cumplido.

ÚLTIMAS NOTICIAS