1. Tres años de omisión y cobardía
Gustavo Petro nunca tuvo mayoría en el Congreso; tuvo cómplices, no aliados. Los partidos tradicionales liberales, conservadores y La U pactaron con él cuotas, contratos y favores, y durante tres años entregaron el control político del país a cambio de privilegios. Las cortes se refugiaron en el formalismo, la Procuraduría en la tibieza, la Fiscalía en el silencio y la Contraloría en el cálculo.
El artículo 109 de la Constitución, que permitiría investigar la financiación ilícita de su campaña, sigue archivado bajo el polvo de la complicidad. Solo la verdadera oposición, aquella que no se arrodilló ante el poder ni negoció su conciencia por un ministerio o un contrato, mantuvo una voz firme, coherente y valiente. Fue una oposición aislada, acallada, incluso estigmatizada, pero nunca cómplice.
Y la oposición cívica, aunque valiente, pudo haber hecho más: no basta con marchas ni discursos cuando el país se hunde. Quizás el miedo a perder contratos, privilegios o seguridad personal pesó más que el deber constitucional.
El reciente asesinato del precandidato de oposición Miguel Uribe Turbay es la confirmación de ese clima de amenaza y terror que paraliza a la política decente. Colombia no cayó por un golpe: cayó por miedo.
2. La alianza criminal y la traición del Estado Mientras tanto, Petro tejió una red de alianzas ideológicas y criminales que comprometen la soberanía y la seguridad nacional. Su gobierno se ha convertido en el puente operativo y político del narcotráfico continental: Con Nicolás Maduro y el Cartel de los Soles, comparte intereses económicos, inteligencia y protección fronteriza.
Con el régimen cubano, mantiene una sumisión ideológica que ha contaminado la política exterior colombiana. Con las disidencias y el ELN, negocia una “paz total” que solo ha significado impunidad total. La humillación de las Fuerzas Militares no es un accidente: es una estrategia deliberada para desarticular el último bastión de institucionalidad del Estado.
Ecopetrol, emblema nacional, fue entregada a su exjefe de campaña hoy investigado, y usada como instrumento de negocios opacos con el régimen de Maduro, con pérdidas millonarias y riesgo de colapso energético. Y ante todo esto, la clase política miró hacia otro lado. Nadie levantó la voz en defensa del interés nacional. Ni vergüenza, ni memoria: solo conveniencia.
3. Trump y el fin del silencio, Donald Trump no ha insultado a Colombia; ha denunciado su secuestro político y moral. Su acusación contra Petro “líder del narcotráfico” no es un exabrupto electoral: es una advertencia hemisférica. Estados Unidos entiende que Colombia ya no es un aliado confiable, sino una pieza infiltrada del eje Caracas–La Habana, y actúa en consecuencia.
Los partidos tradicionales tiemblan porque saben lo que viene: sanciones, aranceles, aislamiento financiero. Los empresarios y gremios, cómplices por silencio, piden “diplomacia” para no perder privilegios. Pero el mensaje es claro: Washington no negocia con quienes protegen el narcotráfico bajo el disfraz de soberanía.
4. La hora de las definiciones Colombia ha llegado a su hora decisiva. Ya no hay espacio para la neutralidad ni para la ambigüedad. La política no puede seguir temiendo llamar traición a la traición. Petro ya no gobierna: resiste en un cerco moral y judicial que lo aislará más cada día. Y mientras sus aliados buscan salvarse con llamados al diálogo, el país se desangra.
La renuncia no es una salida política: es un deber ético y constitucional. El Estado no puede seguir encabezado por quien lo ha degradado hasta la ignominia.
5. Conclusión: el fin del silencio Trump no creó el caos colombiano: lo reveló ante el mundo. Y con ello, ha obligado a todos a mostrar su verdadero rostro: Los partidos que callaron. Las instituciones que se rindieron. Y una sociedad que confundió paciencia con resignación.
Colombia necesita recuperar su dignidad antes de perder su futuro. El silencio no es prudencia: es complicidad. Y cuando el poder se entrega al crimen, callar deja de ser neutralidad: es traición a la patria. ¡Amén!