Hoy, Medellín celebra 350 años desde aquel 2 de noviembre de 1675, cuando en su plaza principal, todavía joven y polvorienta, se proclamó con solemnidad una Real Cédula firmada por la reina Mariana de Austria, regente del imperio español, durante la minoría de edad de su hijo, el rey Carlos II.
En ese documento, expedido en Madrid el 22 de noviembre de 1674, se reconocía oficialmente al poblado de Nuestra Señora de las Candelas de Aná como Villa, y se le otorgaba el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, en honor al conde extremeño Pedro Portocarrero y Luna, presidente del Real Consejo de Indias y valedor de la causa local.
La decisión ponía fin a un largo y enconado litigio. Desde 1670, los habitantes de Aná habían solicitado y obtenido del gobernador Francisco de Montoya y Salazar el título de Villa. Pero la medida fue impugnada por los vecinos de Santa Fe de Antioquia, entonces capital de la provincia, quienes vieron en el ascenso de Aná una amenaza a su preeminencia. La Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá les dio la razón, revocando el título. Sin embargo, los pobladores de Aná no se resignaron.
Apelaron a la más alta instancia: la Corona misma. Y fue allí, en el corazón del imperio, donde lograron revertir la decisión adversa, gracias al respaldo del conde de Medellín. La proclamación oficial, a cargo del nuevo gobernador Miguel de Aguinaga y Mendigoitia pues Montoya y Salazar habían fallecido, se realizó un año después, el 2 de noviembre de 1675. Esa es la fecha que hoy conmemoramos con legítimo orgullo. Desde entonces, Medellín ha sido más que una ciudad: ha sido una voluntad. Una voluntad de crecer, de resistir, de reinventarse.
Porque si algo define a esta tierra es su capacidad de sobreponerse a la adversidad. Lo hizo en los días oscuros del narcotráfico, cuando un criminal pretendió someterla al miedo. Y lo ha hecho después, con el coraje de su gente, el sacrificio de su fuerza pública y el apoyo de aliados internacionales, para recuperar su dignidad y su rumbo. Hoy, aunque persisten desafíos como los rezagos de la criminalidad organizada, Medellín avanza.
Lo hace gracias a un empresariado visionario que ha sabido transformar la industria, modernizar el comercio y convertir la prestación de servicios en un modelo de eficiencia. Lo hace también con una apuesta decidida por el turismo, que combina tecnología, cultura y hospitalidad para ofrecer al visitante una experiencia inolvidable. Medellín ya no es solo la ciudad de la eterna primavera: es un laboratorio de innovación urbana, un referente latinoamericano.
En el plano institucional, la ciudad ha sabido corregir el rumbo tras una administración que dejó heridas profundas. El actual gobierno municipal, liderado por el alcalde Federico “Fico” Gutiérrez, ha emprendido con decisión la tarea de reconstruir lo que fue dañado, de restablecer la confianza ciudadana y de responder ante los presuntos actos de corrupción que hoy investiga la Fiscalía General de la Nación.
A 350 años de su proclamación como Villa, Medellín sigue siendo el corazón palpitante de la antioqueñidad. Aquí se madruga con fe, se trabaja con tesón y se sueña con grandeza. Aquí la familia sigue siendo el centro, la palabra vale, y la hospitalidad no es un gesto aprendido, sino una herencia viva. Como escribió Jorge Robledo Ortiz, llevamos a Antioquia sobre el corazón. Y Medellín, su capital, es la flor más alta de ese árbol de historia, lucha y esperanza.





