Lo vimos con terror hace un par de semanas en Valencia, España: una comunidad inundada, la ciudadanía acorralada por agua y pantano, pérdidas humanas y materiales considerables.
Lo vimos hace unos días en Bogotá: autopistas enteras anegadas, personas angustiadas, caos de grandes proporciones. También lo vemos en Medellín: el año pasado lamentábamos la trágica muerte de dos personas tras la inundación del deprimido de Conquistadores; recientemente vivimos un caos de movilidad por cuenta del desborde de la quebrada La Presidenta; en algunos barrios de ladera se presentan situaciones más dramáticas pero menos mediáticas. Y pensar que hace pocos meses estábamos hablando de la ola de calor, preocupados por la sequía y celebrando cualquier llovizna.
Seguiremos viendo estas situaciones pues así se manifiesta el cambio climático, pero además porque nuestras ciudades no fueron adecuadamente construidas para convivir con el agua y porque no estamos tomando las decisiones valientes que nos permitan cambiar estas angustias recurrentes. Lo seguiremos viendo, y las consecuencias serán progresivamente más graves, pues los errores se acumulan y las soluciones tardan.
Sin embargo, esto no es una fatalidad: no podemos simplemente resignarnos y acostumbrarnos a la angustia climática de la temporada y a las pérdidas de cada tempestad. Tampoco debemos, como quieren algunos, desconocer el problema, mirar a otro lado y menospreciar las posibles soluciones. Porque las soluciones existen, pero requieren de voluntad política, rigor técnico, apoyo ciudadano y enormes inversiones de recursos y tiempo.
Las soluciones en nuestra ciudad pasan, en primer lugar, por su reverdecimiento: la siembra masiva de árboles, la recuperación de los cauces de las quebradas y el remplazo de superficies duras por suelos absorbentes nos permitirían adaptarnos mejor a los impactos de los extremos climáticos.
Cuando hablamos utópicamente de Medellín como una ciudad verde no nos estamos refiriendo a intervenciones cosméticas; no estamos, como mencionan los cínicos: “preocupados por nimiedades”. Estamos promoviendo una visión de ciudad acorde con su realidad climática, hidrológica y geográfica; una ciudad capaz de prever y gestionar sus riesgos y de brindar así un hábitat seguro y saludable para su gente.
Las soluciones pasan, también, por la construcción o adaptación de la infraestructura pública y privada.
Urgen edificaciones que jueguen un rol activo tanto en la retención del agua lluvia como en la mitigación del impacto del sol en períodos secos; se requieren intervenciones de gran magnitud e inteligencia en los sectores más críticos de la ciudad y mejor planeación y control del crecimiento urbano. Estas intervenciones no pueden pensarse ya de la manera tradicional, debemos integrar en ellas los conceptos de soluciones basadas en la naturaleza y soluciones basadas en las comunidades. El cemento no es suficiente, requerimos conciencia ambiental y participación ciudadana en la gestión de los impactos del clima.
Medellín solía destacarse por la construcción masiva de infraestructura; Medellín era reconocida por su innovación. Es momento de que volvamos a lanzar esos talentos colectivos en función de la transformación de la ciudad en un verdadero hogar para la vida, una ciudad donde el agua sea un atributo y no una amenaza, una ciudad donde no se inunden nuestros sueños de bienestar y competitividad.