¿Por qué celebramos que decidan todo? Nos enseñaron que votar es libertad, pero nadie habló de responsabilidad. Elegimos por rabia, por fama, por memes, y después nos sorprende que gobiernen los que mejor actúan, no los que mejor piensan. Mediocres con micrófono, inexpertos con eslogan, mayordomos del poder con cara de pueblo. El día de elecciones lo llaman fiesta democrática, pero no hay nada que festejar cuando la rabia decide más que la razón.
Cuando los que no leen el programa de gobierno votan igual que los que sí. Cuando alguien te convence por grito mejor, no porque pensó más ¿Y si no es fiesta? ¿Y si es un síntoma? ¿Y si estamos eligiendo sí? Pero desde la bronca, la ignorancia o el resentimiento.
Nos vendieron la democracia como garantía de justicia. Pero nadie te dice que el voto no pesa por sabiduría, pesa por cantidad. Y en una sociedad idiotizada, fragmentada, saturada de contenido y carente de información, no hay nada que festejar. Eso no es un triunfo. Es una ruleta disfrazada de derecho. No se trata de cuestionar el voto. Se trata de preguntarse quién está votando y por qué. Y muchas veces la respuesta es brutal. Votamos por castigo. Votamos para sacarlos a todos. Votamos al que más escupe, no al que mejor argumenta.
Porque la política se volvió espectáculo. Y si el pueblo no está formado, informado ni conectado con un proyecto común. La urna se vuelve una ruleta cargada. Los griegos tenían una palabra para esto. «Idiotes». El que no se metía en la vida pública. El que no participaba del bien común. Hoy, irónicamente, todos votan. Pero pocos piensan en colectivo.
Se vota por el bolsillo, por el meme, por la promesa vacía. Y cuando el resultado es un títere, un payaso, un burócrata de fondo de pantalla, nos preguntamos, ¿cómo pasó? Pasó porque nunca fue una elección racional. Fue emocional. Instintiva. Viral. Y el poder lo sabe. Por eso ya no busca convencerte. Busca entretenerte. Te ofrece un candidato que dice lo que piensa, aunque no piense lo que dice. Uno que insulta mejor, que grita más fuerte, que posa como salvador, pero obedece como empleado. No te ofrece política. Te ofrece personaje.
Storytelling. Estética de red social con fondo de eslogan reciclado. Y no es solo culpa de los políticos. Es un síntoma cultural. Una consecuencia directa de haber reemplazado la educación por marketing. Filosofía por autoayuda. Lectura por reacción. Pensamiento por consumo. Una sociedad que no cultiva el pensamiento no debería sorprenderse cuando los pensantes no llegan al poder. O cuando llegan, no ganan. Y entonces, ¿qué celebramos? La cantidad de votos. La ilusión de haber decidido. La idea de que al menos tuvimos voz porque hay que decirlo claro. La democracia no está garantizando justicia.
Está legitimando lo que sea que gane. Incluso si lo que gana, es el desastre. Y lo más grave no es el error. Es la repetición. La falta de memoria. La facilidad con la que olvidamos que el poder se recicla con rostros distintos, pero con los mismos dueños. Hoy gobiernan influencers con corbata. Gente que no sabe legislar, pero sí viralizar. Y la política dejó de ser un proyecto común. Es solo una campaña más. La democracia no se rompe por no votar. Se rompe por votar sin pensar. Y cuando la ignorancia se vuelve mayoría, el poder no se disputa, se entrega. Con aplausos.