En un mundo que avanza a un ritmo acelerado, muchas veces nos encontramos «atrapados» en el impulso constante y desafiante de evolucionar, competir y «destacar». Esta urgencia, que a veces puede volverse «peligrosa», nos impulsa a apresurar nuestras metas y a buscar el éxito con una intensidad que, en muchas ocasiones, nos hace olvidar lo esencial. Reflexionar sobre esto me ha llevado a una pregunta profunda: ¿qué ocurre cuando, en el afán por alcanzar nuestras ambiciones, permitimos que estas opaquen nuestra ética?
La ambición, sin duda, es positiva. Es la fuerza que nos motiva a mejorar, a crecer y a construir algo significativo. Pero para que tenga un propósito real, debe ir de la mano de valores sólidos y de una responsabilidad ética que no podemos perder de vista. Cuando la ambición deja de seguir una brújula moral, se convierte en una carrera superficial, en un viaje sin dirección.
La presión por sobresalir es real, y en ocasiones, podemos caer en la tentación de tomar atajos, pasar por alto pasos necesarios o permitirnos justificaciones que van en contra de lo que realmente creemos correcto, restando así importancia al impacto que nuestras acciones tienen en los demás. Nos convencemos de que la meta justifica cualquier sacrificio, pero con ello comprometemos nuestra autenticidad y el verdadero valor de lo que construimos. El éxito no se mide solo por el destino, sino por el camino recorrido y por el efecto positivo que dejamos a nuestro paso.
Hace unas horas, el lanzamiento de la canción «+57», que reúne a reconocidos artistas urbanos como Karol G, Feid, J Balvin y Maluma, generó una importante polémica. Confieso que, de cierta forma, me agrada que se haya generado esta controversia, ya que, aunque también considero que esta canción es «una oportunidad perdida», nos ha llevado a debatir temas que deben ponerse sobre la mesa. Su contenido, posiblemente «cuestionable» por hacer «apología» a asuntos que van en contra de los esfuerzos por proteger y respetar a la infancia, ha captado la atención de la opinión pública a nivel mundial. Estos artistas, con su inmenso poder de influencia, podrían haber optado por enviar un mensaje positivo sobre Colombia, alineado con los valores que tanto defendemos. En lugar de eso, decidieron capitalizar en la polémica, desperdiciando la opción de inspirar, de aportar y de mostrar un país que, más que nunca, busca superar estigmas y crecer.
Cuando empezó la discusión, algunas personas comentaron: “¿De qué te sorprendes si ya estamos acostumbrados a escuchar estas letras en todas sus canciones?”. Otros decían: “¿En serio estás abriendo este debate, sabiendo que la canción ya tiene miles y miles de reproducciones y está generando más ganancias que cualquier empresario?”. También hubo quienes opinaron: “¡Creo que estás exagerando!”. En minutos, las redes sociales se llenaron de opiniones divididas, fragmentando aún más la conversación y desviándola del punto central. ¡WOW! Lo cierto es que me preocupan más algunas reacciones que la propia canción. Cuidado con convertir en fachada lo que parece cotidiano y que deberíamos ponerla la lupa. Ojo con disfrazar los valores de «éxito». Mucha atención, y casi que un freno inmediato, a esa creencia de que hay que alcanzar la meta a cualquier costo, sin importar sobre qué o quién se pasa en el camino.
Yo les pregunto, ¿De qué sirve hablar de éxito y fama si no están respaldados por responsabilidad y ética? ¿Qué le estamos mostrando a las nuevas generaciones? ¿Qué le estamos dejando al futuro de Colombia que son los niños? La música y el arte son agentes transformadores de la sociedad, y cuando olvidamos su valor, la ambición se convierte en una herramienta que erosiona en vez de construir. Los valores no están a la venta; ni la fama ni el poder deberían justificar el sacrificio de la responsabilidad ética. Este no es un asunto de moralismo vacío, sino de principios que guían nuestras acciones y determinan el impacto de nuestra influencia en el mundo.
¿Y si empezamos a invertir en valores y a cambiar el discurso? Necesitamos conversaciones sobre temas que importan, como la salud mental y el bienestar emocional. También es necesario abrir espacios para las causas sociales, que nos permitan construir un tejido humano más sólido, basado en la compasión y el respeto mutuo.
Artistas, empresarios, líderes de opinión y demás ciudadanos, los invito a sumarse a una causa que enriquezca. Aprovechemos nuestras plataformas para transmitir mensajes que eduquen, que eleven, que inspiren a ser mejores. Que la ambición y la ética caminen siempre de la mano, sin que una tenga que eclipsar a la otra. Al final, el mundo lo construimos juntos, y cada uno de nosotros puede hacer la diferencia en esa construcción.