Si uno toma a Bertrand Russell en serio, el problema no empieza cuando el comunismo toma el poder, sino cuando empieza a normalizar su lenguaje moral. Y ahí es donde figuras como Iván Cepeda se vuelven peligrosas para Colombia, no por lo que dicen explícitamente, sino por la lógica que legitiman.
Russell advertía que el comunismo no se presenta como una dictadura, sino como una causa justa. Nunca dice “vamos a controlar tu vida”, dice “vamos a corregir una injusticia histórica”. Nunca dice “vamos a silenciar”, dice “vamos a proteger la paz”. Nunca dice “vamos a concentrar poder”, dice “vamos a defender a los oprimidos”.
Iván Cepeda encaja perfectamente en ese molde. No aparece como caudillo armado, aparece como conciencia moral. No habla de fusiles, habla de memoria. No habla de imposición, habla de derechos humanos. Pero el fondo es el mismo que Russell desmontó en 1956: la idea de que hay un grupo moralmente superior con derecho a redefinir la verdad, la justicia y la historia.
Russell decía que el comunismo necesita enemigos para sobrevivir. Cepeda los tiene claros: el empresario es sospechoso, el militar es culpable por defecto, el que cuestiona el relato es negacionista, el que disiente es cómplice. No hay debate, hay señalamiento. No hay pluralismo, hay bando correcto.
Y aquí está el punto crítico para Colombia: Russell advertía que cuando la política deja de basarse en reglas y empieza a basarse en causas morales absolutas, la libertad está sentenciada. Porque quien se autoproclama defensor del bien siempre encuentra una excusa para pisotear al individuo.
Cepeda no representa una izquierda liberal al estilo europeo que Russell podía tolerar. Representa la izquierda que Russell temía: la que justifica la concentración de poder en nombre del sufrimiento, la que relativiza los crímenes de sus aliados “porque la causa era justa”, la que transforma a los victimarios en actores políticos intocables y a los ciudadanos críticos en obstáculos.
Russell fue brutalmente claro: cuando una ideología necesita controlar la narrativa histórica, censurar preguntas incómodas y blindar políticamente a sus aliados armados o ideológicos, no está buscando justicia, está preparando dominación.
El peligro de Iván Cepeda para Colombia no es que sea “el candidato de las FARC” en el sentido caricaturesco. El peligro es algo más serio: es la traducción institucional del mismo marco mental que Russell denunció. El marco donde la libertad individual estorba, donde el disenso molesta y donde el Estado moralmente iluminado decide quién merece voz y quién merece castigo.
Russell no fue anticomunista por miedo. Fue anticomunista por lucidez.
Y Colombia haría bien en leerlo antes de confundir causa moral con proyecto de poder.







