jueves, mayo 29, 2025
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(OPINIÓN) Papa Francisco y Mujica: lecciones de humildad que el mundo ignora. Por: César Bedoya

Vivimos en una carrera desenfrenada, persiguiendo posesiones materiales a gastos de nuestro bien más preciado: la salud. Nos desgastamos en un ciclo de consumo, pero ¿Qué sería de todo aquello que acumulamos si la salud nos abandona? La verdadera riqueza no se mide en bienes, sino en nuestro bienestar y en la tranquilidad que anida en el alma. Es una paradoja cruel que, en la búsqueda de «tener», a menudo perdemos lo esencial de «ser».

En un mundo sediento de excesos, dos figuras recientes nos recordaron el poder de la sencillez y la humildad. El Papa Francisco y Pepe Mujica, líderes de talla mundial, se despidieron de este plano, dejando un legado imperecedero a través de su estilo de vida austero y sus profundas reflexiones. Sus palabras resuenan como en medio del ruido de la opulencia, invitándonos a cuestionar nuestras prioridades y a revalorizar lo que realmente importa.

El Papa Francisco, con su sabiduría atemporal, nos recordaba que «la verdadera riqueza no consiste en lo que tenemos, sino en lo que somos» y que «la humildad es la base de toda virtud». Nos instaba a reconocer que «la sencillez es el camino de la verdadera grandeza», señalando la «cultura del descarte» como la raíz de nuestra insensibilidad ante el derroche. Sus palabras son un bálsamo para el alma, un llamado a la introspección ya la construcción de un mundo más humano.

Por su parte, Pepe Mujica, con su pragmatismo poético, afirmaba con contundencia: «No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad». Su filosofía de vida se resumía en una poderosa verdad: «Pobres no son los que tienen poco. Son los que quieren mucho». Nos recordaba que cada compra es un canje de nuestro tiempo de vida, ese recurso irrecuperable que, una vez gastado, no se puede comprar de vuelta.

Ambos líderes, con sus acciones y palabras, demostraron que la sencillez y la humildad no son signos de carencia, sino pilares fundamentales para una existencia plena y significativa. Su legado es un recordatorio palpable de que la verdadera libertad y la felicidad se encuentran al margen del consumismo desmedido y la búsqueda incesante de lo material. Nos invitaron a desprendernos de las cadenas invisibles que nos atan a las posesiones.

Sin embargo, la sociedad parece atrapada en una competencia incesante por la acumulación. En familias, entre vecinos y en todos los estratos sociales, nos vemos envueltos en hábitos de consumo efímero, como si poseer más nos garantizara un día adicional de vida o nos otorgará algún tipo de poder. Es una ilusión que nos arrastra hacia un vacío constante, donde la satisfacción es fugaz y la necesidad de «tener» nunca se sacia.

Esta búsqueda desmedida de posesiones materiales no solo drena nuestra energía y recursos, sino que también nos arrebata la paz mental. Nos convertimos en esclavos de lo que tenemos, atrapados en un ciclo sin fin de resolver problemas, gastar más y preocuparnos por conservar lo acumulado. ¿No es hora de detenernos y reflexionar sobre el verdadero costo de esta carrera sin fin? ¿Estamos realmente viviendo o simplemente sobreviviendo al peso de nuestras posesiones?

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