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domingo, octubre 20, 2024
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    (OPINIÓN) Ojalá nos enseñaran más sobre las emociones. Por: Laura Mejía Sanín

    Hoy en día celebramos y hablamos de los éxitos visibles, pero pocas veces conversamos de las batallas internas. Ojalá desde pequeños nos enseñaran a enfrentar los desafíos emocionales tanto como los profesionales. ¿Por qué no se habla más de cómo sanar un corazón roto, de cómo aprender a perder una batalla sin sentir que hemos fracasado?

    Insisto, ojalá nos enseñaran que sentir tristeza o rabia no es una debilidad, sino una parte natural de la vida. Que llorar no nos hace menos fuertes; al contrario, nos humaniza, nos permite desahogar lo que a veces no podemos expresar con palabras. Es un acto de valentía, de ser fieles a nuestros sentimientos. La verdadera fuerza no está en reprimir lo que sentimos, sino en permitirnos sentirlo todo y seguir adelante. Es importante aprender que la fortaleza no es esa fachada invulnerable, sino la capacidad de mostrarnos tal como somos, con nuestras sombras y nuestras luces.

    También necesitamos aprender a celebrar los errores; no con vergüenza ni con culpa, sino como un paso más hacia la grandeza. Porque sí, aunque nos cueste entenderlo y en ocasiones parezca incoherente, cada paso en falso nos enseña algo, nos da la oportunidad de crecer, de trascender. Qué importante sería que dejáramos de vernos a nosotros y al otro con el ojo crítico de la perfección y del juicio y, en cambio, empezáramos a mirar con empatía, comprendiendo que cada uno de nosotros está en su propio proceso, con sus propias luchas; esas que no conocemos y que no deberíamos cuestionar.

    Ojalá nos hablaran más de los retos emocionales y profesionales que enfrentamos; saber cómo gestionar las críticas sin que nos quiebren, cómo enfrentar un rechazo sin que nos anule, cómo respetar las opiniones ajenas sin sentir que nuestras propias creencias están amenazadas. La vida sería tal vez más llevadera si nos enseñaran a escuchar al otro desde la empatía, a ponernos en sus zapatos antes de lanzar un juicio, y a construir desde las diferencias en lugar de permitir que nos dividan.

    Pero además, sería invaluable que nos dieran las herramientas para reconocer cuándo necesitamos apoyo; para levantar la mano cuando estamos al borde del colapso, o para pedir un abrazo cuando el peso de lo que tenemos se vuelve insoportable. Porque, en el fondo, todos tenemos momentos en los que flaqueamos, en los que necesitamos que alguien nos sostenga. Y pedir ayuda no nos hace menos, sino más humanos.

    Quizás uno de los aprendizajes más cruciales que nos falta es el de la lealtad. No solo hacia los demás, sino hacia nosotros mismos. Ser leales a nuestros valores, a nuestras emociones, a quienes somos realmente. A veces, nos perdemos en ese afán de complacer, de encajar, y olvidamos que la lealtad empieza por dentro; por ser fieles a nuestras propias necesidades, a nuestras propias verdades. Y, cuando logramos eso, es cuando podemos ser verdaderamente leales a los demás, ofreciendo nuestro apoyo incondicional, sin juicio, con el único propósito de ESTAR.

    Pero eso no es todo, en el ámbito profesional y en una sociedad que parece medir el éxito en términos de números y resultados; en clases sociales; en cargos, poderes, o tal vez en círculos de influencia, olvidamos lo que realmente cuenta: la ética. La capacidad de hacer lo correcto, incluso cuando nadie nos está mirando o midiendo. La importancia de construir con base en principios sólidos, no por un reconocimiento, sino porque es lo justo.

    Ojalá nos enseñaran que el éxito no puede construirse a costa de los demás, que la verdadera inmensidad está en actuar con integridad, con transparencia, con un profundo sentido del deber hacia uno mismo y hacia los demás.

    Y, al final, ojalá todos decidiéramos emprender, y no me refiero solo a crear negocios, sino a iniciar nuevos ciclos de vida, a lanzarnos hacia versiones más auténticas de nosotros mismos. A veces, ese emprendimiento es externo; un nuevo trabajo, un cambio de rumbo. Pero es cierto, en otras ocasiones es interno, un viaje hacia adentro, hacia una versión mejorada de quienes somos. No se trata solo de éxito; reitero, se trata de grandeza; la grandeza de vivir con propósito, con ética, con amor.

    Para mí, la mejor filosofía de vida es simple: hacer el bien. No importa si implica construir imperios o simplemente recoger basura; lo que vale es el respeto por los demás y por nosotros mismos. Porque todos somos engranajes de algo más grande. Y, estoy convencida de que el único imperativo categórico es el amor. Es lo que nos sostiene, lo que nos conecta, lo que realmente importa. Si todos actuáramos desde el amor, desde la empatía y la lealtad, el mundo sería un lugar mejor, o al menos sería el punto de inicio a ese país que anhelamos, para nosotros y para quienes nos rodean.

    Ojalá nos lo enseñaran desde siempre. Ojalá lo recordáramos cada día.

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