Lo sabíamos. Pero duele igual. Ningún colombiano debería pasar por lo que Álvaro Uribe Vélez ha vivido por defender a su país. Ninguno. Ni siquiera el más fuerte. Ni siquiera él.
Hoy el tribunal lo absuelve. Pero Colombia aún no. Porque una absolución jurídica no repara los años de ignominia, el linchamiento moral, el escarnio sin límites ni la fractura que intentaron sembrar en el alma nacional. La absolución sana el expediente. No el alma.
El juicio contra Álvaro Uribe no fue solo un proceso penal. Fue el símbolo de una Nación que se dejó secuestrar por el odio, por la sed de venganza, por el fanatismo ideológico que convirtió la justicia en arma, la mentira en estrategia y la traición en mérito. Fue el intento de borrar una historia incómoda para algunos: la historia de un hombre que enfrentó a los violentos, que se la jugó por Colombia, que cometió errores, sí, pero que jamás dejó de poner la cara y el pecho.
Intentaron condenarlo no por lo que hizo, sino por lo que representa: autoridad sin complejos, patriotismo sin vergüenza, disciplina sin cálculo. Lo atacaron porque no se arrodilló. Porque no se vendió. Porque no se fue. Y aun así, aquí está. Absuelto. Con la frente en alto. Con el país en el corazón.
Más grande que antes. Más libre que nunca. Hoy no es solo un triunfo de Álvaro Uribe. Es un triunfo de la verdad, de la justicia, esa que a veces tarda, pero cuando llega, estremece y de millones de colombianos que resistimos callados, firmes, dignos. Que no nos tragamos el relato del verdugo disfrazado de víctima.
Que supimos ver más allá del show mediático y del activismo de toga. Que no cambiamos convicciones por aplausos. Hoy, Colombia le debe una disculpa. Y no se trata solo de Álvaro Uribe. Se trata del país que somos. De si vamos a permitir que se persiga a quien piensa distinto. De sí vamos a premiar al traidor y castigar al leal.
De si vamos a seguir jugando a la ruleta rusa institucional, donde cualquiera puede ser el próximo. La historia ya eligió. Y la absolución no es un punto final. Es el inicio de una reparación simbólica que no puede quedarse en el fallo. Es momento de reconciliar a Colombia con su memoria.
Dejar de temerle a las palabras “honor”, “autoridad”, “orden”, “patria”. Es hora de decir, sin complejos: gracias, Presidente Uribe. Gracias por no huir. Gracias por no vender su alma. Gracias por demostrar que la verdad no necesita gritar. Solo resistir.
¿Y ahora qué? Por supuesto, la contraparte irá a casación. Pero lo que muchos no saben, es que en el proceso de casación no hay pruebas nuevas. No es un nuevo juicio. No es una segunda oportunidad para las mentiras. Es un control técnico, jurídico, riguroso, que evalúa si la sentencia respetó las formas y los principios del derecho. Y cuando el expediente se vacía de pruebas, solo queda el relato. Y el relato no condena.
Si el terreno es técnico, en eso también gana Álvaro Uribe Vélez. Porque si algo ha quedado claro es que esta persecución nunca fue jurídica: fue política, fue narrativa, fue ideológica. Y en derecho, ya no les queda nada. Hoy, más que nunca, sabemos que Colombia no está perdida. Porque siguen existiendo hombres que no se doblan. Y porque sigue habiendo una patria por defender.








