Los empresarios colombianos han demostrado, cuando actúan unidos, una capacidad impresionante para liderar transformaciones positivas en el país.
Ejemplos sobran. Iniciativas como “Empresarios por la Educación”, “Ideas para la Paz” y las fundaciones “Pro” han ayudado a mejorar las condiciones de vida de millones de colombianos en todo el territorio. También, grandes alianzas público-privadas han permitido la construcción de hospitales, obras de infraestructura y espacios de desarrollo económico que generan empleos y mejoran la calidad de vida.
Estas intervenciones no son logros menores; son muestra de un potencial enorme que, cuando se enfoca en una causa común, transforma la realidad de millones.
Sin embargo, este potencial no se ha traducido en una acción colectiva para enfrentar la amenaza más seria e importante que hoy tienen frente a ellos: la narrativa antiempresa.
Durante años, ha crecido en la sociedad colombiana una visión del empresario como el villano de una historia que lo presenta como un explotador inmoral, enfocado en el lucro a costa de los derechos de otros. Una mentalidad que cuestiona la función empresarial y ve el beneficio económico como algo reprochable. Hoy, ese relato es explotado por un gobierno que, en lugar de fomentar el respeto y reconocimiento a quienes generan empleo y oportunidades, utiliza esta percepción para avivar el resentimiento y aumentar el rechazo hacia los empresarios.
Ante este escenario, la reacción del sector empresarial ha sido de pasividad, descoordinación y apatía. Vemos algo de indignación, críticas aisladas, pero no una respuesta organizada y contundente que le demuestre a los colombianos el verdadero valor de su trabajo, su aporte a la sociedad, y lo que perdería el país sin empresas fuertes.
Es como si esperaran que la tormenta pase sola, cuando la realidad es que esta no es una crisis pasajera. Como lo he dicho antes, el problema no es un gobierno o una figura en particular. Es una mentalidad antiempresa que se ha incrustado en buena parte de la sociedad colombiana y que no desaparecerá por sí sola.
Aquí es donde los empresarios tienen una responsabilidad que no pueden eludir. Se necesita una estrategia clara, un esfuerzo conjunto y recursos suficientes para transformar la percepción pública.
Las sociedades avanzan o fracasan por las ideas que predominan en ellas. Mientras el discurso antiempresa avanza, ¿en qué deciden invertir sus recursos los empresarios? Lamentablemente, en muchos casos, en sostener esa misma narrativa que los desprestigia.
Cada día, vemos publicaciones, videos, cuentas en redes sociales y creadores de contenido que se alimentan con patrocinios de grandes grupos empresariales, mientras promueven mensajes que demonizan la actividad empresarial. Es como comprar la soga con la que los van a ahorcar, pensando que si ahorcaron a otro antes con ella, esta llegará desgastada cuando les toque.
Es hora de despertar y actuar. Los empresarios colombianos ya no pueden darse el lujo de cruzarse de brazos, esperando que la marea antiempresa pase por sí sola. Tienen los recursos y la capacidad para invertir en una narrativa que, en lugar de dividir, muestre su verdadero aporte al progreso y bienestar de todos los colombianos.
Si no construyen juntos una voz que defienda el rol empresarial, otros seguirán llenando el vacío con relatos que solo promueven el resentimiento y el odio
¿Quieren ser parte de la solución, o seguirán siendo cómplices de su propio hundimiento?