sábado, octubre 11, 2025
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(OPINIÓN) Medellín: silencio por favor. Por: César Bedoya

Medellín se ha convertido en la “capital del ruido eterno”, una urbe que nos grita en los oídos las 24 horas del día. Es indignante que buscar un momento de silencio sea una misión imposible. Desde la bocina enloquecida en el tráfico hasta el altavoz del vendedor ambulante o la música a tope en cualquier esquina, el volumen de la vida aquí es ensordecedor.

No hay tregua, no hay respiro; nuestros oídos y nuestras mentes viven en un estado constante de sobresalto. No es posible que avancemos en un vehículo al son del pitazo más fuerte, sin saber si llegamos al destino estresados ​​por el caos o, sencillamente, aturdidos por los decibeles.

La amenaza que afrenta nuestra tranquilidad viene de la indolencia ciudadana. Pensemos en aquellos que, después de una extenuante jornada trabajo en seguridad, en un hospital o atendiendo al público un domingo o un festivo, solo anhelan un sueño reparador. Pero el descanso se esfuma porque un vecino insolente e inconsciente ha decidido que su rumba tiene que perturbar a todo el vecindario.

¿Dónde queda la empatía y la solidaridad? ¿Dónde está el deber de respetar el derecho al descanso, a la salud o, sencillamente, a la tranquilidad del otro? Es una falta de respeto que nos obliga a preguntarnos: ¿Creemos vivir en un potrero sin habitar, donde nuestras acciones no tienen consecuencias para nadie más?

La realidad es que la ciudad vive en una fiesta perpetua: de día, de noche y de madrugada. El ruido no se limita a discotecas o bares; se cuela en legumbrerías, restaurantes, cafés, gimnasios e incluso en las calles al amanecer. Y el factor común no es el trago o el baile, sino el volumen excesivo. Una clase de spinning, la maratón en la calle, el negocio de frutas y la discoteca comparten un triste denominador: parlantes a todo dar. Esta cultura del volumen alto es un síntoma de una sociedad que confunde el goce con el aturdimiento y que parece no saber disfrutar sin saturar el ambiente acústico de quienes lo rodean.

Cada día se registran cerca de 280 quejas ante la Policía por ruido excesivo. La Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín Cómo Vamos mostró que en 2023 el 54% de los ciudadanos se sentía insatisfecho con el ruido, y para 2024, el 70% de las llamadas a la línea de emergencia 123 se relacionaban con esta misma causa. Se aprobó una ley antirruido, pero la reflexión que debemos hacer es ¿será esta ley una solución real o solo un mecanismo para recaudar dinero para el Estado? La ley es necesaria, sí, pero el problema de fondo no es la ciudad, son sus ciudadanos indolentes.
Los informes de la Red Colombiana de Ciudades Cómo Vamos no dejan lugar a dudas: Medellín es una de las urbes más ruidosas del país, con el 88% de los barrios incumpliendo los estándares de contaminación acústica.

Esto no es un simple dato, es una emergencia de salud pública. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que la contaminación acústica es responsable de estrés crónico, ansiedad, insomnio, hipertensión y hasta baja productividad. Somos una sociedad propensa a estas dolencias por nuestra incapacidad de bajarle al volumen.

Necesitamos un cambio de conciencia drástico. El cuerpo y la mente humana requieren silencio. Las ideas más brillantes, las soluciones a nuestros problemas y la tranquilidad solo surgen del silencio y la calma. Es ejemplarizante el hecho de que la verdadera opulencia no reside en el volumen alto, sino en el retiro y la paz: ¿O acaso los lugares de descanso de las personas más acaudaladas no son sinónimo de silencio? Es hora de aplicar esta lección a nuestra cotidianidad.

El silencio no es la ausencia de sonido; es un derecho fundamental y un acto de respeto por la vida del otro. Dejemos ser víctimas y victimarios en esta batalla acústica. La ley es apenas un recurso; la verdadera transformación debe ser ciudadana, cultural y empática.

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