Ser mamá y tener un cargo directivo no son roles que se excluyen. Al contrario, se pueden complementar de forma profunda. No hay que elegir entre uno y otro. Se puede liderar con firmeza y amor en la vida profesional, al tiempo que se acompaña con conciencia y ternura a los hijos. Se puede ser mamá presente sin necesidad de estar 24/7 en casa. Se puede construir vínculo desde el diálogo, los acuerdos y la cotidianidad compartida.
Liderar desde la maternidad —o ser mamá desde el liderazgo— es una elección que muchas mujeres hemos asumido como un acto de coherencia. Pero que nadie se engañe: no es fácil, no hay que romantizarlo. Hay días de caos, de cansancio extremo, de culpas difíciles de digerir. Hay momentos en que no sabes por dónde empezar o cuándo parar. A veces parece que ninguna de las dos dimensiones te alcanza. Y aun así, vale la pena. Porque en esa complejidad se encuentran también las decisiones más poderosas.
Una de esas decisiones es hablar con nuestros hijos. Escucharlos. Incluirlos. No solamente en los temas “de niños”, sino en lo que nosotras vivimos día a día. Contarles cómo nos fue en el trabajo, explicarles qué hacemos, qué nos gusta de lo que llevamos a cabo y qué nos cuesta. Compartirles los días buenos, pero también los días duros. Preguntarles qué piensan al respecto. Hacerlos parte. Involucrarlos es una forma de mostrarles que confiamos en ellos, que sus opiniones importan.
Con mi hijo, por ejemplo, hemos aprendido a conversar. Él sabe que tengo una agenda exigente y que no siempre estoy en casa cuando llega del colegio. También sabe que no puedo asistir a todas las asambleas o eventos escolares. Pero lo que más valoro es que aprendimos a hacer acuerdos juntos. Que negociamos cuáles son los momentos innegociables. Él sabe que lo acompaño cada mañana a esperar el transporte. Y sabe que una vez por semana salimos solos: a desayunar, almorzar o cenar, seguidos de una actividad que él elige. Es nuestro tiempo, nuestro ritual. Y eso también es liderazgo: cumplirle al otro, crear espacios para el diálogo.
También hemos hablado sobre emociones. Porque ser mamá implica algo más profundo que solo estar. Es acompañar emocionalmente. Dar herramientas. Enseñarles que sentirse triste está bien, que la frustración es parte de la vida, que a veces hay desasosiego y que no saber cómo expresarlo no es una falla. También nos cansamos, también lloramos, también nos equivocamos. Decirlo en voz alta no es debilidad, es valentía.
Me han dicho frases como “recuerda que eres mamá y no puedes enfermarte” o “que no te vea llorando”. Pero creo todo lo contrario, nuestros hijos también necesitan ver que nos duele el mundo, que no siempre tenemos las respuestas, que lidiamos con miedos y con incertidumbres. Necesitan saber que somos humanas. Y en esa humanidad también está el amor más profundo que podemos darles.
Cuidar su salud mental también es eso: saber hablar con ellos. No podemos pasar por alto cómo se sienten, qué les duele —no solo en el cuerpo, sino en el alma—, qué les preocupa, qué los inquieta. A veces, por la velocidad del día a día, dejamos de hacer esas preguntas esenciales, y son justo esas las que más importan. Nuestros hijos necesitan saber que tienen permiso para sentir, para hablar, para equivocarse y para ser escuchados.
Creo, además, que hoy más que nunca las mamás tenemos un papel clave en la sociedad: el de proteger y fortalecer la salud emocional de nuestros hijos, de formar ciudadanos conscientes y empáticos. Vivimos en tiempos de sobreinformación, de redes sociales que imponen estándares imposibles, de noticias constantes que abruman. No se trata de ocultarles lo que pasa. Al contrario. Es fundamental darles contexto, explicarles las cosas con verdad, pero también con cuidado. Porque no se protege a un niño metiéndolo en una burbuja, sino preparándolo para habitar el mundo con conciencia, compasión y criterio.
De niña, me cuidaron tanto que me protegieron del dolor. Todo era perfecto. Y cuando la vida real me golpeó por primera vez, colapsé. Por eso estoy convencida de que hay formas de acompañar a nuestros hijos en ese descubrimiento del mundo sin romper su esperanza, pero sin mentirles. Ellos son parte activa de lo que ocurre, tienen voz, tienen derecho a entender. Y nosotras tenemos la responsabilidad de estar ahí para explicarles, sostenerlos y enseñarles a interpretar lo que viven.
Ser mamá también es formar, con ejemplos más que con palabras. En mi caso, he tratado de mostrarle a mi hijo lo que transforma. Le he enseñado el valor de los hábitos que construyen: la lectura, el deporte, los idiomas, la cultura. No he querido que repita mis sueños frustrados, ni que sea simplemente una extensión de mí. Pero sí le he hablado de lo que impacta, lo que deja huella, lo que vale la pena. Soy una mamá perfeccionista, sí. Una mamá que se exige y que exige. Pero más allá de las notas en un examen del colegio, la calificación más importante que quiero que tenga alta mi hijo es la de ser un buen ser humano.
En mi casa no se negocia el irrespeto. No se negocia el bullying. No se negocia el pasar por encima de otro. Hay principios que deben sostenerse incluso cuando todo cambia. Porque ser mamá también es educar desde la coherencia, desde el ejemplo, desde el compromiso con el otro.
Ser mamá no ha sido un obstáculo para cumplir mis sueños. Más bien, he querido que mi hijo me acompañe a caminar mientras los alcanzo. Y también me esfuerzo por ser parte de los suyos. La vida no siempre es equilibrada. A veces hay días desbordados, semanas desordenadas, momentos en que lo urgente nos gana. Pero lo importante es no perder el norte. Y el norte es el amor, la presencia consciente, los vínculos que se tejen con actos reales.
No tengo todas las respuestas. Pero sí tengo la certeza de que liderar no me aleja de ser mamá. Me acerca. Me compromete aún más. Porque si hay algo que me inspira cada día a ser mejor profesional, es el deseo profundo de ser un mejor ejemplo para mi hijo. De formar a los niños que son el presente y el futuro de nuestro país.
Y eso también es liderazgo.
Por eso hoy, invito a otras mamás —a todas las que lideran desde cualquier lugar, en la casa o en la empresa, en lo público o en lo íntimo— a conversar más con sus hijos, a involucrarlos en la vida real, a preguntarles cómo se sienten, a escucharlos de verdad. A formar seres humanos conscientes, sensibles, respetuosos y libres. A entender que criar también es liderar. Y que quizás, no hay liderazgo más potente que ese.