jueves, diciembre 25, 2025
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(OPINIÓN) Los aguinaldos que Colombia merece. Por: Juan José Gómez

En Colombia, los aguinaldos son más que un regalo: son memoria pura. Por más que cambien las costumbres navideñas, esos obsequios que los niños encuentran bajo la almohada cada 24 de diciembre siguen siendo uno de los recuerdos más dulces de la infancia. Tanto, que incluso en la tercera edad —yo entre ellos— evocarlos nos devuelve la alegría de haberlos recibido, modestos o no, como si fueran un regalo directo del Niño Dios.

En mi niñez, los tesoros eran sencillos: carritos de madera con cuerdas, trompos que giraban hasta marear la imaginación, pelotas de caucho con letras, balones, canicas, ropa deportiva y dulces. Y, cuando la conducta escolar pasaba la prueba materna, aparecían los sobres navideños con papelitos de colores que decían: “El Banco de la República pagará al portador la suma de X pesos oro”. ¡Qué tiempos, qué obsequios! La felicidad cabía en un juguete de madera o en un billete simbólico que parecía un tesoro.

Hoy los traídos del Niño Jesús se han sofisticado: gadgets electrónicos, sobres con cifras de cinco o seis dígitos y regalos que parecen diseñados más para competir con los primos y vecinos que para alegrar al destinatario. Cosas de la modernidad. Los niños de ahora ya no son tan niños: manejan enciclopedias digitales, reclaman derechos y hasta podrían denunciar a sus padres ante un fiscal por “grave perjuicio psíquico” si el regalo no cumple expectativas. Ante semejante panorama, mejor cambiar de tercio y pensar en los aguinaldos que realmente necesita Colombia.

El primero, insuperable: un presidente veraz, honesto, prudente, culto y patriota. Uno que respete instituciones y tradiciones, que se rodee de colaboradores decentes, cumpla sus compromisos, se bañe todos los días y visite al dentista con regularidad. Que no tenga vínculos con guerrillas ni GAOS, y que abomine de todos esos peligrosísimos ismos que tanto daño han hecho. En suma, un colombiano ejemplar, en el mejor sentido de la palabra.

Otro aguinaldo digno de gratitud sería el retiro de ciertos altos funcionarios. Con que la vicepresidenta y un par de ministros se tomen un descanso permanente, (el de Interior y el de Salud, son los más merecedores) muchos ciudadanos gritaríamos desde balcones y oficinas: ¡Aleluya, Hosanna!

Y ya que estamos en lista de deseos, ¿qué tal enviar a los miembros de la Comisión de Investigación y Acusaciones a un diplomado en honestidad y cumplimiento del deber? Esa comisión, rebautizada por los ciudadanos como “de Absoluciones”, no suena ni truena, pero sí cobra puntualmente. Como decían los antiguos: lo que no sirve, estorba. Y si esa célula parlamentaria solo sirve para cobrar, ¿para qué conservarla?

La Navidad, con sus luces y villancicos, nos recuerda que siempre es posible pedir aguinaldos más grandes que un juguete o un sobre. Aguinaldos de dignidad, de decencia, de respeto por la democracia. Que estas fiestas nos traigan, además de natilla y buñuelos, la esperanza de no equivocarnos en las elecciones de 2026. Porque si fallamos, la Colombia amable que conocemos podría desaparecer por muchos años.

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