Una de las tareas pendientes en Colombia es lograr un acuerdo sobre lo fundamental, especialmente en aquellos asuntos que potencian o impiden la cohesión social y la libertad, que, aunque algunos duden, van de la mano. Uno de estos es la educación, hoy ahogada en un complejo sistema, obstaculizado por excesos normativos, regulaciones muchas veces sin sentido y políticos que prometen nuevas leyes, olvidando que lo único que logran es acrecentar un Leviatán, que deja a la sombra lo esencial: el aprendizaje.
Por alguna extraña razón hemos transitado de unos mínimos que todas las instituciones educativas debían cumplir, con el fin de garantizar unos marcos robustos que promovieran la identidad nacional y las habilidades básicas que se requieren para garantizar la agencia, a una intervención directa y absurda en el cómo se debe pensar, diseñar e implementar un currículo, cómo se deben hacer planes de inclusión y ajustes, qué es un Diseño Universal de Aprendizaje y un cúmulo desordenado de etcéteras. Lo triste es que la interpretación de esas buenas intenciones queda muchas veces en manos de burócratas que imponen su interpretación y que no tienen incentivos para estar actualizados en los últimos avances relacionados con educación y aprendizaje.
Hace poco en un foro realizado en la ciudad de Medellín, expresaba que si algo debe hacer el Ministerio de Educación Nacional es… lo menos posible. Hubo un silencio incómodo y procedí a exponer que los importantes recursos asignados año tras año al sector educación debían invertirse y asignarse pensando siempre en promover la libertad educativa, es decir, en aumentar las opciones reales que las familias, especialmente las más pobres, tienen al momento de definir el camino a seguir desde la primera infancia. Para muchos sueña extraño, pues estamos en una sociedad cuya libertad ha sido restringida a tal punto que, en materias graves como educación y salud, miran a papá estado para que resuelva, a pesar de que el artículo 67 de nuestra carta política es claro al estipular la responsabilidad de la sociedad, la familia y el estado en la garantía del derecho a la educación.
Duele ver a los equipos de tantas instituciones educativas haciendo de tripas corazón para explicar al burócrata de turno el porqué de un ajuste curricular, de un cambio en la denominación de una materia, de la solicitud de recursos bibliohemerográficos, plataformas, entre otras. El famoso Decreto Único Reglamentario del Sector Educación me recuerda a aquél oscuro momento en que alguien decidió empastar los documentos del archivo general de la nación, sin ton ni son y que los historiadores después miraran a ver. Es un sancocho de cosas que compila, pero confunde y de la confusión aparecen los más creativos funcionarios inventando requisitos y asumiendo un rol obstaculizador.
Ya es hora de repensar la Ley General de Educación e incluir en la misma que los recursos que administra el estado se destinarán siempre siguiendo criterios de eficiencia, consultando los intereses y necesidades de las familias y de la sociedad. ¿Hasta cuándo se aplaudirá la inauguración de sedes de colegios y universidades, sin reconocer ooooooooooooo hay instituciones privadas con cupos disponibles e infraestructura de primer nivel, que bien podría recibir los recursos que el estado dispone para la atención de quienes no pueden costear la educación de sus hijos? Esta y muchas otras preguntas incómodas hoy se evitan, pues se estatizó el debate sobre la educación en Colombia. Si no sacamos al estado como jugador, para que asuma un rol de orientador general y árbitro, como corresponde, incluso en el soñado estado social de derecho; la libertad educativa seguirá restringida y ello tiene un impacto directo en la consolidación de la democracia. Cuando se interioriza que solo hay una opción, un actor super poderoso, que es hoy el Estado, es cuando los fantasmas del totalitarismo despiertan y se activan.
Hace poco incluso viví un momento difícil en una conversación con colegas y amigos, que se alegaban críticos del actual gobierno de izquierda. Exclamaban aireadamente lo que harían en materia educativa si llegaba la derecha al poder. Escuche atentamente y al final compartí que sus propuestas eran muy cercanas a los que alguna vez escuche de la juventud comunista, pues en últimas promovían la estatización de todo, pero en cabeza de quienes, sin saber muy bien por qué, se alegan cercanos al otro extremo del espectro político.
De manera que, para mí, el asunto es relativamente sencillo y precisamente por eso, tan difícil: más libertad, superar el estatismo y creer realmente en la democracia, que no existe sin unas reglas del juego mínimas. ¿Qué pensarán al respecto los que quieren asumir la jefatura del Estado?





